RECHAZADA POR EL ALFA
RECHAZADA POR EL ALFA
Por: C. NOA
1

El aire olía a tierra húmeda, a madera quemada y a luna llena. La luna, mi luna, brillaba en lo alto como una diosa que me miraba con ojos expectantes, como si supiera que esta noche lo cambiaría todo.

Mis dedos jugaban con el dobladillo de mi vestido mientras mi corazón latía con fuerza, repiqueteando contra mis costillas. Siempre me habían dicho que el momento del emparejamiento era sagrado, un instante en el que los hilos invisibles del destino se tensaban y unían dos almas destinadas a ser una sola.

Y él era el mío.

Mi Alfa. Mi compañero.

Mi todo.

Observé su silueta al otro lado de la hoguera sagrada, su postura arrogante, su mirada afilada que pasaba por encima de todos sin detenerse en nadie en particular. Él era la perfección hecha hombre. Alto, musculoso, con esa aura depredadora que hacía que todos a su alrededor se encogieran instintivamente.

Y, esta noche, él pronunciaría mi nombre.

Tomé aire. No importaba que yo fuera solo una omega, la más baja en la jerarquía de la manada. No importaba que los susurros me rodearan, con las hembras más fuertes burlándose en voz baja de mi “suerte inesperada”. El destino era inquebrantable. Él me elegiría.

Y entonces, él se movió.

Dio un paso al frente, su mirada recorrió el círculo de lobos reunidos en la ceremonia. Su mandíbula se tensó. Había algo feroz en su expresión, una mezcla de enojo y... ¿negación?

—Damon, hijo del linaje de los Blackwood —la voz del anciano resonó con solemnidad—. La luna ha hablado. Tu compañera está aquí, esperándote.

Un escalofrío me recorrió.

Él iba a decir mi nombre. Iba a reclamarme.

Pero entonces, su voz se alzó en la noche como una sentencia.

—No la acepto.

La hoguera pareció crujir con más fuerza, las llamas reflejando el desconcierto en los rostros de los presentes.

Yo... ¿había escuchado bien?

—¿Qué? —mi voz sonó pequeña, quebrada.

Damon giró la cabeza hacia mí, sus ojos oscuros finalmente clavándose en los míos. Y lo vi. Lo vi todo en ellos.

Rechazo.

Asco.

Desprecio.

—No la acepto —repitió, con un tono aún más cortante—. No puedo tomar como compañera a una omega.

Mi corazón se detuvo.

Las risas no tardaron en llenar el aire, murmuraciones venenosas esparciéndose entre la multitud como un incendio descontrolado.

—Oh, dioses, ¿escucharon eso?

—Pobre ilusa, creyó que un Alfa la tomaría.

—¡Imaginen un Alfa con una omega! Es ridículo.

Tragué con dificultad, sintiendo que me faltaba el aire. Mis piernas temblaron, pero me forcé a mantenerme en pie. No podía ceder, no podía mostrar debilidad, aunque cada parte de mí se estaba rompiendo en mil pedazos.

Damon se acercó un poco más, su sombra cubriéndome por completo. Cuando habló, su voz fue un cuchillo que desgarró lo poco que quedaba de mi dignidad.

—No eres lo suficientemente fuerte para ser mi compañera, Lilith. La luna comete errores a veces.

No.

No.

El vínculo se estiró, se quebró, y el dolor fue insoportable.

Era como si alguien me hubiera arrancado el alma con las manos desnudas, dejando solo un vacío helado y agonizante. Mis uñas se clavaron en la palma de mi mano, y un jadeo se me escapó cuando sentí el impacto del rechazo en cada célula de mi cuerpo.

Los lazos de los compañeros destinados no eran solo espirituales, eran físicos, una conexión entre almas y cuerpos. Y cuando uno lo rompía… el otro lo sentía.

Lo sentía hasta la médula.

Mis rodillas cedieron por un instante. Nadie vino a ayudarme. Nadie se preocupó. Solo miraban, esperando ver cuánto tiempo tardaría en derrumbarme por completo.

Pero no les daría ese placer.

Con un esfuerzo titánico, me enderecé.

—Eres un idiota, Damon Blackwood —susurré, mi voz apenas un eco roto de lo que alguna vez fui.

Él no se inmutó. No mostró ni un destello de arrepentimiento. Solo se quedó ahí, tan imponente y cruel como siempre.

La humillación ardió en mi pecho con la misma fuerza que el odio comenzó a nacer en mis entrañas.

Yo era una omega. Débil. Prescindible.

Pero esta noche, juré algo.

Nunca volvería a ser una presa.

Nunca volvería a ser insignificante.

Así que hice lo único que me quedaba por hacer.

Di media vuelta y me fui.

Pero no con la cabeza gacha.

No con lágrimas en los ojos.

Me fui con la certeza de que, algún día, Damon Blackwood me miraría de nuevo… y sería él quien se arrodillara ante mí.

Cada paso que daba lejos de ese círculo me costaba una parte de mi alma.

El aire frío de la noche golpeaba mi piel como látigos invisibles, y aunque todo en mi interior ardía por la humillación, no permitiría que nadie lo viera.

Los susurros me seguían, cuchicheos venenosos que se arrastraban en la oscuridad.

—¿Viste su cara? Parecía que iba a desmayarse.

—Una omega y un Alfa… qué patético.

—Seguro pensó que él la llevaría a su cama esta noche.

Cerré los ojos un instante, apretando los dientes hasta sentir que la presión me dolía en la mandíbula. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, pero me negué a dejar escapar cualquier sonido que delatara mi sufrimiento.

No les daría más motivos para reírse de mí.

Seguí caminando, con la mirada fija en el suelo, con las uñas clavándose en mis palmas. No sentí el dolor físico. Todo lo demás dolía demasiado como para notarlo.

Pero entonces, un par de botas negras apareció en mi campo de visión, bloqueándome el paso.

—Lilith —la voz de Damon era baja, tensa, pero no contenía ni una pizca de arrepentimiento.

No levanté la cabeza. No quería ver su expresión de indiferencia. No quería mirar a los ojos del hombre que había sido destinado para mí, solo para destrozarme en la primera oportunidad.

—Vete al infierno —murmuré, intentando rodearlo.

Pero su mano se cerró en mi muñeca.

Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo. El contacto era una descarga eléctrica que me recordó que, aunque él me hubiera rechazado, mi cuerpo aún lo reconocía.

Odié eso.

Lo odié a él.

Odié a la luna por haber sido tan cruel.

—No tenía otra opción —su voz era un susurro grave, como si de alguna manera pensara que eso podría hacerme sentir mejor.

Reí sin humor, sin calor. Era un sonido vacío, una sombra de la persona que había sido minutos atrás.

—No tenías otra opción —repetí, con una amargura que me arañó la garganta—. No me hagas reír, Alfa. Siempre tienes opciones. Simplemente decidiste que yo no valía la pena.

Él no respondió de inmediato. Podía sentir su mirada quemando mi piel, su agarre todavía firme en mi muñeca.

Y por un instante, por una fracción de segundo, creí que tal vez me diría algo que pudiera coser las heridas que me había dejado.

Pero no lo hizo.

Damon no era un hombre de disculpas.

Él era un Alfa. Frío. Calculador.

Y yo no era más que una equivocación para él.

Con un tirón brusco, me solté de su agarre y me alejé. No miré atrás. No le di la satisfacción de verme rota.

Pero por dentro…

Por dentro, sentí cómo algo en mí se apagaba para siempre.

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