La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones dorados sobre la piel desnuda de Lilith. Damián la observaba dormir, fascinado por cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración tranquila. La marca en su cuello, aquella que los unía como compañeros destinados, parecía brillar con luz propia bajo los primeros rayos del sol. Extendió su mano para acariciar suavemente el contorno de su rostro, maravillándose de cómo habían cambiado las cosas entre ellos. De enemigos a amantes, de cazadora y presa a compañeros que finalmente habían encontrado un equilibrio. Lilith abrió los ojos lentamente, encontrándose con la mirada intensa de Damián. —Buenos días —susurró ella, con una sonrisa que nunca antes le había mostrado. Una sonrisa sin barreras, sin el peso de años de resentimiento. —Buenos días —respondió él, inclinándose para besarla suavemente—. ¿Cómo te sientes? Lilith se incorporó ligeramente, apoyándose sobre sus codos. La sábana se deslizó, revela