Había algo en el aire. Una esencia que no lograba identificar pero que despertaba a mi lobo de una manera que no había sentido en años. Inquieto, me detuve en medio del pasillo que conducía a la sala del consejo, cerrando los ojos por un instante para concentrarme.
Mi bestia interior se agitaba, arañando las paredes de mi conciencia como si quisiera tomar el control. Respiré hondo, obligándome a mantener la compostura. Yo era Kieran Blackwood, el Alfa más poderoso de estas tierras. Nada me descontrolaba.
Y sin embargo, ahí estaba esa sensación. Como un recuerdo enterrado que pugna por salir a la superficie.
—¿Mi Alfa? —La voz de Marcus, mi beta, me devolvió a la realidad—. El consejo está esperando.
Asentí con brusquedad, recomponiéndome. Los problemas de la manada no esperaban a que yo resolviera mis inquietudes personales.
—Vamos.
Las puertas de roble se abrieron ante nosotros. La sala del consejo, iluminada por antorchas y la luz natural que se filtraba por los ventanales, albergaba a los líderes de cada sector de la manada. Guerreros, sanadores, guardianes de las fronteras... todos reunidos para discutir el futuro de nuestro territorio.
Y entonces la vi.
Estaba sentada en un rincón, casi oculta entre las sombras. Una figura encapuchada que no pertenecía a ninguno de los clanes habituales. Su rostro, parcialmente visible bajo la capucha, mostraba rasgos delicados pero firmes. Había algo en la curva de sus labios, en la forma en que mantenía la barbilla ligeramente alzada, que me resultaba dolorosamente familiar.
Mi lobo rugió dentro de mí con tal fuerza que tuve que apretar los puños para mantenerme en control.
—¿Quién es ella? —le susurré a Marcus mientras tomaba mi lugar en la cabecera de la mesa.
Mi beta siguió mi mirada y frunció el ceño.
—Una emisaria de la manada del Este. Llegó esta mañana solicitando audiencia.
Entrecerré los ojos. La manada del Este era conocida por su neutralidad, pero también por albergar a renegados y lobos sin manada. No confiaba en ellos.
La reunión comenzó, pero apenas podía concentrarme en las palabras que se intercambiaban. Mis sentidos estaban completamente enfocados en ella. En la forma en que respiraba, en cómo sus dedos tamborileaban suavemente sobre su rodilla cuando alguien mencionaba las fronteras del norte.
Y entonces sucedió. Ella levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron.
Verde contra dorado.
Un destello de reconocimiento atravesó mi mente como un relámpago, seguido de una oleada de ira tan intensa que casi me levanto de mi asiento. Mi lobo aulló, una mezcla de furia y... ¿anhelo?
_"Mía"_, gruñó mi bestia interior. _"Ella es nuestra"_.
Pero eso era imposible. Yo no tenía compañera. Nunca la había tenido.
La mujer sostuvo mi mirada sin pestañear, un desafío silencioso en esos ojos que parecían contener secretos que yo debería conocer. Había algo en ellos... algo que me hacía sentir como si estuviera mirando directamente a mi pasado.
—Mi Alfa —la voz de Elara, la líder de los sanadores, me sacó de mi trance—, ¿cuál es su opinión sobre el asunto?
Parpadeé, consciente de que todos me observaban expectantes. No tenía idea de qué habían estado discutiendo.
—Continuaremos esta conversación después de un receso —declaré, levantándome con brusquedad—. Necesito revisar algunos detalles.
Sin esperar respuesta, salí de la sala, necesitando aire. Mi corazón latía con fuerza, como si acabara de enfrentarme a una amenaza mortal. Pero lo que me perturbaba no era miedo, sino una confusión abrumadora.
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué mi lobo reaccionaba así ante ella?
Me apoyé contra la pared del pasillo, cerrando los ojos mientras imágenes fragmentadas inundaban mi mente. Una noche de luna llena. Un claro en el bosque. El aroma a incienso y flores silvestres. Y unos ojos verdes llenos de esperanza que se transformaban en dolor.
—Pareces perturbado, Alfa.
Su voz me sobresaltó. Abrí los ojos para encontrarla frente a mí, a pocos pasos de distancia. Sin la capucha, su rostro quedaba completamente expuesto. Cabello negro como la noche, piel pálida como la luna, y esos ojos... esos malditos ojos que parecían conocer cada uno de mis secretos.
—¿Quién eres? —exigí, mi voz más ronca de lo que pretendía.
Una sonrisa enigmática curvó sus labios.
—¿No me reconoces, Kieran? —pronunció mi nombre como si fuera una caricia y una maldición al mismo tiempo.
Mi lobo se retorció, intentando tomar el control. Imágenes, sensaciones, recuerdos que no lograba ubicar... todo se arremolinaba en mi mente como una tormenta.
—Deberías —continuó ella, acercándose un paso más—. Después de todo, fuiste tú quien me destruyó.
Algo en su aroma me golpeó entonces. Bajo las capas de algo extraño, algo que no era completamente lobo, estaba una esencia que mi cuerpo reconocía a nivel celular. Una fragancia que había estado buscando sin saberlo.
—Lilith —el nombre escapó de mis labios antes de que pudiera procesarlo.
Sus ojos brillaron, pero no con satisfacción, sino con algo más oscuro. Más peligroso.
—Así que algo queda de tu memoria después de todo —dijo con frialdad—. Qué lástima. Habría sido más divertido si hubieras tenido que descubrirlo por las malas.
Se dio la vuelta para marcharse, pero en un movimiento instintivo, la sujeté del brazo. El contacto envió una descarga eléctrica por todo mi cuerpo, despertando sensaciones que creía olvidadas.
—Espera —gruñí—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?
Lilith me miró, y por un instante, vi a través de su máscara de frialdad. Vi el dolor, la rabia, la determinación que ardía en su interior.
—Lo que quiero, Alfa —pronunció la palabra con desprecio—, es algo que nunca podrás darme.
Se soltó de mi agarre con una fuerza que me sorprendió. Esta no era la omega que recordaba. Esta mujer irradiaba poder, un poder que no comprendía pero que mi lobo reconocía como una amenaza... y como algo más.
—Esto no ha terminado —le advertí mientras se alejaba.
Ella se detuvo y me miró por encima del hombro, una sonrisa fría en sus labios.
—Oh, Kieran. Apenas ha comenzado.
La vi desaparecer por el pasillo, y supe con certeza que nada volvería a ser igual. Mi manada estaba en peligro, mi liderazgo cuestionado, y ahora, el fantasma de mi pasado había regresado para atormentarme.
Pero si Lilith creía que podía venir a mi territorio y desafiarme, estaba muy equivocada. Yo era el Alfa. Y descubriría qué había sucedido con la omega que rechacé años atrás, qué la había transformado en esta criatura de ojos fríos y sonrisa peligrosa.
La encontraría. La enfrentaría. Y esta vez, no la dejaría escapar.
Mi lobo aulló en acuerdo, pero había algo más en su reacción. Algo que me negaba a reconocer.
Deseo.