El salón del Consejo Alfa resplandecía bajo la luz de los candelabros de cristal que colgaban del techo abovedado. Las paredes de madera oscura absorbían parte de la luz, creando un ambiente solemne y cargado de tensión. Lilith permanecía de pie junto a la enorme mesa ovalada de roble, donde doce sillas talladas con símbolos ancestrales aguardaban a sus ocupantes. Su vestido negro, ceñido pero elegante, contrastaba con su piel pálida y su cabello, que había decidido llevar suelto como una declaración silenciosa de su libertad.
Respiró hondo, inhalando el aroma a incienso y madera antigua. Este era el lugar donde, durante siglos, se habían tomado las decisiones que afectaban a todos los clanes. El mismo lugar donde, años atrás, se había decretado que los omegas eran seres inferiores, destinados a servir. Ahora ella estaba aquí, no como una omega suplicante, sino como una embajadora con el poder de cambiar el curso de la guerra.
La puerta se abrió y los miembros del Consejo comenzaron a