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La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación principal, dibujando patrones dorados sobre la piel desnuda de Lilith. Llevaba días despertando con una sensación extraña, como si su cuerpo le susurrara secretos que su mente aún no comprendía. Se incorporó lentamente, sintiendo un leve mareo que la obligó a cerrar los ojos por unos segundos. Era la tercera mañana consecutiva que experimentaba aquella sensación. Al principio lo había atribuido al cansancio de las últimas semanas, a la tensión acumulada tras los enfrentamientos con el Consejo y las negociaciones para establecer nuevas alianzas. Pero esta vez, algo en su interior le decía que era diferente. —¿Estás bien? —la voz de Damián, ronca por el sueño, la trajo de vuelta al presente. Lilith giró el rostro para encontrarse con la mirada preocupada de su compañero. El Alfa se había apoyado sobre un codo, observándola con atención. —Sí, solo es... —dudó un momento—. No lo sé. Me siento extraña. Damián se incorporó com