Mundo ficciónIniciar sesiónEste es el Capítulo 9 de "Propiedad del Diablo Sinclair". Un capítulo donde la tensión entre la protección y la libertad estalla, revelando que Katie no es solo una víctima, sino una Sinclair en potencia.
El polvo aún no se había asentado sobre la tierra yerma de los viñedos Moore, pero el silencio que siguió al estallido de violencia era más ensordecedor que el grito de los neumáticos. Leonard Sinclair, desde su santuario tecnológico a kilómetros de distancia, apretaba los bordes de su silla de ruedas con tal fuerza que sus nudillos amenazaban con perforar la piel. En sus pantallas, la imagen era granulada, pero clara: Katie estaba acorralada.
—¡Aseguren el objetivo! ¡Fuego de cobertura ahora! —rugió Leonard por el intercomunicador a su unidad Sombra.
Pero antes de que los soldados de élite pudieran saltar de sus posiciones ocultas, algo cambió en la postura de Katie Moore.
Katie no esperó a ser rescatada. En el momento en que el secuestrador alargó la mano para sujetarla del cuello después de golpearla, ella recordó las palabras de Leonard durante una de sus frías cenas: "Un enemigo espera que llores; un superviviente espera que parpadee".
Cuando el hombre se inclinó, Katie no retrocedió. Se impulsó hacia adelante, hundiendo sus dedos con una precisión desesperada en los ojos del atacante. El hombre soltó un alarido de agonía, soltándola por un segundo. Katie no perdió el tiempo. Agarró una piedra afilada del suelo y, con una fuerza que no sabía que poseía, golpeó la rodilla del hombre, escuchando el crujido satisfactorio del hueso.
—¡No soy tu maldito trofeo! —gritó ella, la voz ronca por el polvo y la adrenalina.
Se puso en pie tambaleándose, y cuando el segundo atacante se abalanzó sobre ella, Katie esquivó el golpe usando la técnica de pivote que había visto practicar a Malcom en el gimnasio de la mansión. Usó el impulso del hombre para lanzarlo contra el borde metálico de la camioneta. Para cuando la Unidad Sombra rodeó el perímetro con sus rifles de asalto en alto, Katie estaba de pie, con la cara manchada de sangre y tierra, sosteniendo el táser que le había arrebatado a su primer captor.
Los soldados se detuvieron en seco. No tuvieron que disparar. La "princesa de porcelana" había roto sus propias manos para defenderse.
El regreso a la mansión fue un borrón de luces y sirenas privadas. Katie se negó a que los paramédicos la tocaran. Se sentía electrizada, vibrando con una rabia que nunca antes había experimentado. Cuando las puertas de la mansión se abrieron, Leonard ya la esperaba en el vestíbulo.
El aire en el salón era gélido. Leonard no dijo nada al principio. Sus ojos recorrieron el rostro de Katie: el pómulo hinchado, el labio partido, la suciedad incrustada bajo sus uñas. Su respiración era pesada, errática. El miedo, ese sentimiento que Leonard Sinclair creía haber extirpado de su alma junto con la sensibilidad de sus piernas, lo estaba devorando vivo.
—Salgan todos —ordenó Leonard. Su voz era un susurro peligroso que hizo que Malcom y los guardias retrocedieran sin cuestionar.
Katie se quedó en medio del vestíbulo, desafiante. —¿Vas a regañarme por ensuciar tu "activo", Leonard? ¿O vas a felicitarte porque tus tácticas de supervivencia funcionan?
Leonard no respondió con palabras. Accionó su silla a máxima velocidad, deteniéndose justo frente a ella. Por primera vez desde que se conocieron, Leonard rompió su regla de oro: la distancia. Estiró sus brazos y, con un movimiento violento y posesivo, la rodeó por la cintura, tirando de ella hacia abajo hasta que Katie cayó sobre su regazo.
—¡Leonard, suéltame! —protestó ella, pero se detuvo cuando sintió el temblor en el cuerpo del hombre.
Leonard la estrechó contra su pecho con una fuerza que casi le impedía respirar. Hundió su rostro en el cuello de Katie, aspirando el olor a pólvora, tierra y el perfume dulce que ella siempre usaba. Era un abrazo que no tenía nada de romántico; era el agarre de un hombre que se aferra a lo único que le impide caer al abismo.
—Casi te pierdo —gruñó él contra su piel—. Casi permito que te llevaran.
—Me defendí, Leonard... yo misma lo hice —susurró ella, sintiendo cómo su propia rabia empezaba a disolverse ante la vulnerabilidad del Diablo.
—No vuelvas a decir eso —Leonard la apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era una tormenta de posesión—. No me importa si puedes matar a diez hombres sola. Eres mía, Katie Moore. Y el mundo entero tiene que entender que tocarte es firmar su propia sentencia de muerte.
En un arranque de pasión cruda y descontrolada por el miedo, Leonard la besó. No fue el beso fingido frente a Vanessa. Este fue un beso desesperado, hambriento, que reclamaba cada centímetro de su alma. Katie respondió, sus manos enredándose en el cabello de Leonard, reconociendo en ese momento que sus destinos estaban sellados por la violencia y la necesidad.
Él la soltó finalmente, respirando con dificultad. Sus ojos se fijaron en el labio partido de Katie. Con el pulgar, limpió una gota de sangre, su expresión volviéndose de nuevo la del monstruo calculador.
—Nadie más te pondrá una mano encima. Ni James Ford, ni tu padre, ni el destino. A partir de hoy, la Unidad Sombra dormirá frente a tu puerta.
—No quiero vivir en una celda, Leonard.
—Es una fortaleza, no una celda. Y yo soy el único que tiene la llave.
La noche cayó sobre la mansión Sinclair con una pesadez premonitoria. Leonard se había encerrado en su despacho para coordinar la cacería de James Ford, mientras Katie intentaba lavarse el rastro de la pelea en la bañera de mármol.
Cerca de la medianoche, Malcom entró en el despacho de Leonard. Su rostro estaba más serio de lo habitual.
—Señor, esto acaba de llegar por mensajería privada. No tiene remitente, pero fue entregado directamente en la puerta de servicio.
Malcom dejó un sobre de manila color crema sobre el escritorio. Leonard lo abrió con un cortapapeles de plata. Al volcar el contenido, una serie de fotografías cayeron sobre la mesa.
Leonard sintió que el mundo se congelaba.
Las fotos eran de alta resolución. En ellas se veía a Katie, hace apenas dos noches, en un callejón oscuro detrás de la biblioteca municipal. No estaba sola. Estaba abrazando a un hombre joven, de aspecto descuidado pero con rasgos que Leonard reconoció de inmediato. Se estaban entregando un sobre pequeño y Katie parecía estar llorando.
—Rastreamos al hombre de las fotos, señor —dijo Malcom en voz baja.
—¿Y bien? —la voz de Leonard era un hilo de hielo.
—Es Thomas Moore. El hermano mayor de la señora Moore. El que se informó como fallecido en el accidente del yate hace cinco años.
Leonard observó la foto donde Katie le entregaba dinero al hombre. Su mente, siempre tan lógica y fría, empezó a tejer una red de sospechas venenosas. ¿Estaba Katie trabajando para su familia desde el principio? ¿Había sido el ataque en el viñedo una distracción? ¿Era ella la verdadera infiltrada?
—¿Ella sabía que él estaba vivo? —preguntó Leonard, sin apartar la vista de la imagen de Katie sonriendo al hombre que se suponía muerto.
—Parece que se han estado reuniendo en secreto desde que ella llegó a la mansión, señor. Él ha estado viviendo en los barrios bajos, usando identidades falsas.
Leonard apretó la foto en su puño, arrugando el rostro de Katie. La confianza que había empezado a florecer tras el rescate fue arrancada de raíz, reemplazada por la paranoia que siempre lo había mantenido a salvo.
Se sintió como un estúpido por haberla estrechado contra su pecho horas antes. Para Leonard, la traición era el único pecado imperdonable, y Katie Moore acababa de cometerlo.
—Tráela —ordenó Leonard, su voz volviendo a ser la del Diablo que no conoce la piedad.
—Señor, ella está descansando después del ataque...
—¡He dicho que la traigas! —rugió Leonard, lanzando el sobre contra la pared—. Y preparen la sala de interrogatorios del sótano. Quiero saber qué más me está ocultando mi "leal" esposa.
Mientras Malcom salía a cumplir la orden, Leonard miró por el ventanal hacia la oscuridad. Pensó en el beso, en la calidez de su piel y en cómo ella se había defendido sola. Todo parecía una actuación perfecta.
—Me engañaste, gatita —susurró Leonard, sus ojos brillando con una luz cruel—. Pero olvidaste una cosa: en esta casa, los secretos se pagan con sangre.
Katie Moore estaba a punto de descubrir que la protección del Diablo tenía un precio más alto que el secuestro: la pérdida total de su alma.







