Mundo ficciónIniciar sesiónEl sótano de la mansión Sinclair no olía a humedad ni a abandono; olía a metal frío y a decisiones definitivas. Katie Moore fue escoltada por Malcom a través de los pasillos de hormigón pulido, con el corazón martilleando contra sus costillas como un animal enjaulado. Apenas unas horas antes, Leonard la había estrechado contra su pecho con una urgencia que ella creyó real. Ahora, el hombre que la esperaba al final del pasillo era un extraño envuelto en sombras.
Cuando las puertas de la sala de seguridad se abrieron, Katie vio las fotografías proyectadas en una pantalla gigante de alta definición. Eran las imágenes de sus encuentros con Thomas. El secreto que ella había guardado con tanto celo estaba expuesto bajo la cruda luz de los focos.
Leonard estaba sentado frente a las pantallas, dándole la espalda. El silencio era tan denso que Katie juraría que podía oír el zumbido de los servidores electrónicos.
—¿Tienes algo que decir, Katie? —La voz de Leonard era un susurro gélido que recorrió la columna de ella como una descarga eléctrica.
—Leonard, déjame explicarte... —comenzó ella, pero Leonard giró su silla con una violencia que la hizo retroceder.
—¡Explicar! —rugió él, lanzando una carpeta de cuero sobre la mesa metálica—. ¡Te encontraste con un muerto! ¡Un hombre que se supone que se ahogó hace cinco años y que resulta ser el heredero de los Moore! ¡Le has estado entregando dinero, información, quizá incluso las claves de mis sistemas de seguridad!
—¡Es mi hermano, Leonard! ¡Es Thomas! ¡Él está vivo!
—¡Él es una amenaza! —Leonard se golpeó el pecho con furia—. He ejecutado la cláusula de rescisión del contrato, Katie. Ahora mismo, mis abogados están enviando las pruebas de los desfalcos de tu padre a la fiscalía. Mañana al amanecer, el Sr. Moore estará en una celda de tres por tres. Y tú... tú volverás al arroyo de donde te saqué, pero con una marca de traidora que nadie podrá borrar.
Katie sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. —¡No puedes hacer eso! Mi padre no sobreviviría a la cárcel. Leonard, por favor, Thomas no es el enemigo. Él se escondió porque lo estaban cazando.
—¿Cazando? —Leonard arqueó una ceja con desprecio—. ¿Quién querría cazar a un Moore irrelevante?
—¡Los mismos que te cortaron los frenos! —gritó Katie, dando un paso valiente hacia él—. Thomas no se escondió de ti, Leonard. Se escondió de los Sinclair. Él fue testigo del sabotaje en el garaje. Él tiene las grabaciones originales que tu madre mandó borrar. ¡Él tiene las pruebas que limpian tu nombre y apuntan al verdadero culpable!
El silencio volvió a caer, pero esta vez estaba cargado de una electricidad estática diferente. Leonard entrecerró los ojos, analizando cada micro-expresión en el rostro de Katie.
—¿Estás diciéndome —dijo Leonard con una calma aterradora— que tu hermano, un hombre que legalmente no existe, posee la evidencia de que mi propia familia intentó matarme?
—No fue toda tu familia, Leonard — Katie se acercó más, cayendo de rodillas frente a su silla, buscando sus ojos—. Fue el Consejo de los Doce. Ellos querían a un Sinclair lisiado y manejable, no a un líder fuerte. Thomas tiene los registros de las transferencias. Me reuní con él para convencerlo de que te los entregara, pero él tiene miedo. Me pidió dinero para salir del país porque sabe que, si tú no le crees, lo matarás tú mismo.
Leonard guardó silencio por lo que pareció una eternidad. Sus dedos tamborileaban rítmicamente sobre el reposabrazos. Estaba ante el dilema más grande de su vida: confiar en la mujer que amaba/odiaba o seguir su instinto de supervivencia que le dictaba destruirlo todo.
—Si esto es una mentira —dijo Leonard, tomándola de la barbilla para obligarla a mirarlo—, si me llevas a una emboscada de tu hermano, no habrá prisión para tu padre que lo proteja de lo que le haré. Y tú... tú desearás haberme matado en ese viñedo cuando tuviste la oportunidad.
—No miento, Leonard. Thomas te está esperando en el viejo muelle de carga. Él solo quiere justicia para los Moore y para ti.
Leonard soltó un suspiro pesado y sacó una pequeña daga de plata de su bolsillo, una reliquia de la familia Sinclair. Con un movimiento rápido y preciso, hizo un pequeño corte en la palma de su mano. Luego, extendió la mano hacia Katie.
—Un pacto de sangre, Katie Moore —dijo Leonard, su mirada brillando con una determinación oscura—. Si me llevas ante la verdad, te entregaré mi imperio, mi protección y... —hizo una pausa, su voz volviéndose ronca— mi corazón. Todo lo que soy será tuyo. Pero si este es el último truco de los Moore para acabar conmigo, seré lo último que veas antes de que el mundo se apague para ti.
Katie no dudó. Tomó la daga y se hizo un corte idéntico en la palma de su mano derecha. El dolor fue agudo, pero insignificante comparado con la tensión del momento. Estrechó la mano de Leonard, mezclando su sangre con la de él en un apretón firme que selló su destino.
—Acepto el pacto, Leonard Sinclair —declaró ella con una firmeza que lo sorprendió—. Llevémonos a Thomas. Desmascaremos a los monstruos. Y luego... luego veremos quién es la propiedad de quién.
Leonard la atrajo hacia sí, su rostro a centímetros del de ella. El olor a hierro y a perfume caro los rodeaba.
—Prepara la Unidad Sombra, Malcom —ordenó Leonard sin apartar la vista de Katie—. Nos vamos al muelle. Si esta noche termina en sangre, que sea la de nuestros enemigos.
El Diablo Sinclair acababa de apostar su imperio en una sola carta: la palabra de la mujer que había comprado. Mientras salían del sótano, Katie Moore sabía que no solo estaba salvando a su familia, sino que estaba a punto de descubrir si el hombre detrás de la máquina era capaz de cumplir la promesa de entregarle su corazón, o si ese corazón estaba ya demasiado roto para pertenecer a alguien.
El primer acto de la guerra había terminado. La verdadera batalla, la de la verdad y el poder, acababa de comenzar bajo la lluvia de la medianoche.







