Tras un beso que lo cambió todo, Jin y Matteo creyeron haber cruzado la línea de lo imposible. Por primera vez, el deseo no tuvo que ocultarse y el amor dejó de ser un secreto. Unidos por un vínculo más fuerte que los miedos, entraron juntos a la mansión Carbone… sin saber que alguien ya había decidido separar sus destinos. El apellido Moretti no perdona. Y Alessandro, con sus heridas enquistadas y un pasado que lo atormenta, no está dispuesto a permitir que su hijo repita la historia que él considera su mayor error: amar a otro hombre. Mientras los Carbone luchan por proteger el amor de Jin, una nueva amenaza comienza a gestarse en la sombra: Carlo, el hermano de Alessandro, tiene una misión. Una que podría destruir lo que apenas está naciendo. ¿Podrá su amor sobrevivir cuando el enemigo se esconde tan cerca? ¿Serán capaces de resistir cuando el pasado de sus padres comience a marcar sus propios pasos? Porque esta vez no basta con amarse… también tendrán que defenderse del mundo. Orden de la saga: Dinastía Carbone. LIBRO 1: PERVERSOS DESEOS LIBRO 2: PERVERSA AMBICIÓN LIBRO 3: PERVERSA TRAICIÓN LIBRO 4: PERVERSA TENTACIÓN TOMO 1 LIBRO 5: PERVERSA TENTACIÓN TOMO 2
Leer másLa luz dorada del amanecer se filtraba a través de las cortinas translúcidas de la habitación de Jin, tiñendo las paredes de tonos cálidos. Afuera, los pájaros comenzaban a cantar, como si anunciaran el inicio de algo nuevo. Dentro, el silencio era suave, interrumpido solo por el murmullo lejano del viento y la respiración acompasada de dos cuerpos que compartían la misma cama.
Matteo fue el primero en abrir los ojos. Parpadeó lentamente, incómodo por los rayos de sol que le acariciaban la cara. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba, pero cuando giró el rostro y lo vio a su lado, toda la realidad volvió a él como una ola cálida y tranquila. Jin dormía profundamente. Su cabello negro caía desordenado sobre la frente, y su expresión era tan serena que parecía irreal. Su pecho subía y bajaba con lentitud bajo la sábana que apenas lo cubría, y había algo en su respiración, en la calma de su postura, que le provocó a Matteo una ternura inmediata. Una sonrisa se le escapó sin que pudiera evitarlo. Cerró los ojos por un segundo, reviviendo la noche anterior. La forma en que se había presentado en su casa sin pensarlo demasiado. El beso. Su confesión. La manera en que las manos de Jin lo habían sostenido, como si entendiera todo sin necesidad de explicaciones. Y ahora, ahí estaban, despertando en la misma cama… como si nada y todo hubiera cambiado. —Buenos días —dijo de pronto una voz ronca y adormecida. Matteo se sobresaltó un poco y abrió los ojos nuevamente. Jin lo observaba, medio sonriente, con el cabello alborotado y los ojos aún hinchados por el sueño. —¿Dormiste bien? —preguntó Jin, estirándose ligeramente sin dejar de mirarlo. Matteo soltó una risa baja y giró del todo para quedar de lado, apoyando la cabeza en la almohada mientras lo observaba de cerca. —Tu cama es mucho más cómoda que la mía. —Su tono fue juguetón, casi bobo, y sus ojos no podían ocultar el brillo de la emoción. Jin esbozó una sonrisa perezosa. Su mano izquierda emergió de debajo de la sábana y se deslizó con naturalidad por el rostro de Matteo, acariciando su mejilla con suavidad, como si aún no estuviera seguro de que aquello no era un sueño. —Me imagino que esperabas más de anoche… —murmuró, con un tono que mezclaba picardía y sinceridad. Matteo se rió de inmediato, dejando ver sus dientes. —Un poco… —confesó, encogiéndose de hombros—. Pero estuvimos besándonos toda la noche, así que no me quejo. Jin lo miró fijamente, luego bajó la vista a sus propios labios y suspiró con una mezcla de diversión y deseo contenido. —Eres peligroso, Matteo Moretti. —Y tú me sigues dejando entrar. —Porque no puedo evitarlo. Se quedaron así, mirándose en silencio por unos segundos. El ambiente era tranquilo, íntimo. No había máscaras ni apellidos. Solo dos chicos que, por fin, estaban permitiéndose sentir. —¿Sabes? —dijo Matteo, más serio ahora—. Aún no entiendo cómo es posible que esté aquí. Que no me hayas echado, que me hayas dejado quedarme contigo… —Porque lo sentí. —Jin interrumpió sin necesidad de pensarlo mucho—. Sentí que era el momento. Que no debía dejarte ir. Matteo se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior. —Mi padre va a volverse loco cuando se entere… —¿Y tú? ¿Te importa tanto lo que piense? —Sí —dijo sin rodeos—. Pero me importas más tú. Jin lo miró con un gesto que se deshacía entre ternura y orgullo. Se incorporó un poco en la cama, apoyándose en el codo, mientras dejaba que su otra mano se deslizara hasta el pecho de Matteo, justo encima del pulóver blanco arrugado que aún llevaba puesto. —No quiero que te arrepientas —murmuró—. No quiero que mañana me mires con culpa. —¿Culpa? —repitió Matteo, frunciendo el ceño—. Jin, si me arrepiento de algo, es de no haberte besado antes. La confesión fue tan directa, tan limpia, que por un momento Jin no supo cómo responder. Se quedó en silencio, bajó la mirada, y luego, sin pedir permiso, se inclinó y rozó los labios de Matteo con los suyos en un beso suave, apenas un roce. Un recordatorio de que lo que estaban viviendo era real. —Te juro que si esto se complica —dijo Jin contra sus labios—, voy a luchar. Por ti. Por nosotros. —Y yo —susurró Matteo, tocando su rostro—. Esta vez no pienso dejar que el apellido Moretti decida por mí. El sol continuaba su ascenso, llenando la habitación de luz cálida. Afuera, la casa seguía en silencio, como si el universo les estuviera regalando ese instante solo para ellos. Pero no todo era calma. En el exterior, al otro lado de la verja que rodeaba la mansión Carbone, un coche negro se detenía lentamente. En el interior, un hombre de traje oscuro observaba la fachada sin parpadear. Tenía el rostro duro, los labios apretados y los ojos cargados de un juicio silencioso. Era Carlo Moretti, el tío de Matteo, hermano mayor de Alessandro. Uno de lo guardias de lo Carbone, que había estado trabajando para él a escondidas, se las ingenió para acercarse al coche negro sin ser visto. — Se quedó toda la noche —murmuró con voz baja. Una pausa. — Vigilalos. —Sí, señor Moretti. Ordenó, sin encender el coche aún, siguió observando el portón con la misma paciencia de un depredador. La guerra apenas comenzaba. Pero adentro, en la habitación bañada por el sol, Jin y Matteo seguían abrazados, ignorantes del peligro que ya se cernía sobre ellos. Ignorantes… de que ese amor que por fin se habían atrevido a nombrar, estaba a punto de ser puesto a prueba. Nota Autora: Lamento dejar el primer libro con ese cierre. Pero Este es el segundo y no dejaré cabos sueltos. Si lees por primera vez, te recomiendo leer todos los libros ya que es una saga y podría confundirLa luz gris de la mañana se filtraba entre los barrotes altos de la Penitenciaría Central de Piamonte. Un aire frío y metálico recorría los pasillos como si la cárcel respirara entre susurros de condena y arrepentimiento.Los pasos de **Carlo Moretti** resonaron con firmeza en el corredor principal del área de visitas. Su presencia era como una mancha oscura sobre el piso encerado. Vestía su habitual abrigo largo y gafas de sol, que se retiró al llegar al cubículo asignado.Al otro lado del cristal, sentado con los codos apoyados sobre la mesa metálica, esperaba **Riso Carleoni**.Había envejecido. Su rostro, alguna vez elegante y dominante, ahora estaba marcado por líneas profundas de angustia y un aura de derrota. Pero sus ojos… esos ojos seguían ardiendo con el fuego de un pasado inacabado.—Carlo… —gruñó, sin emoción—. No esperaba verte.Carlo tomó asiento sin apuro, dejando el maletín a un lado. Levantó el teléfono del cubículo. Riso hizo lo mismo, aunque su mano tembló apenas.—
Alessandro subió las escaleras con pasos rápidos, casi tropezando con la alfombra del pasillo. Abrió la puerta de su habitación con violencia, el corazón latiéndole con desesperación.Allí estaba **Enzo**, de pie junto al ropero, metiendo su ropa en una maleta abierta sobre la cama. No lloraba, pero su rostro estaba pálido, duro como el mármol. Se movía con una frialdad meticulosa, como si empaquetar su vida fuera simplemente una tarea pendiente.—¿Qué estás haciendo? —soltó Alessandro, cerrando la puerta tras él.Enzo no lo miró.—Lo evidente —respondió sin levantar la voz—. Me voy.Alessandro cruzó la habitación en dos pasos y **lo sujetó por las caderas**, con fuerza, obligándolo a alejarse de la maleta. Enzo forcejeó.—¡Suéltame, Alessandro! —exigió, intentando soltarse de sus manos.—No. Por favor… escúchame. —Su voz se quebró apenas—. Perdóname. Fui un idiota. No debí decir eso. No debí levantarle la mano a Matteo. No debí hablarte así.Enzo se tensó, pero Alessandro no lo soltó
La tarde caía sobre la ciudad con un tono rojizo que teñía los edificios de cobre y sombras alargadas. Matteo descendió del auto que lo había dejado frente a la mansión Moretti, todavía con el corazón latiéndole rápido por el paseo en moto, el beso en el mirador, y la risa de Jin resonándole en el pecho.Pero en cuanto cruzó la reja principal y vio las luces encendidas en el recibidor, algo dentro de él se tensó.La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Y allí estaba: **Alessandro Moretti**. De pie, en medio del umbral, con el rostro endurecido y los ojos oscuros como tormenta. No dijo una palabra. Se hizo a un lado y le indicó con un gesto frío que entrara.Matteo tragó saliva y entró en silencio. Apenas cruzó el salón, la puerta se cerró tras él con un golpe seco.—¿No dormiste aquí? —preguntó Alessandro, cruzando los brazos.—He salido a despejarme, fue temprano por eso no me viste—respondió Matteo, firme pero sin alzar la voz.— No me trates como si fuera un idiota, Matteo.
El sol ya se alzaba alto cuando Jin empujó la gran puerta del garaje Carbone. Un destello metálico relució desde el fondo: su moto Harley negra, brillante como una sombra afilada. Matteo la miró como si estuviera frente a una criatura salvaje. Jamás había montado en una moto de ese estilo.—¿Estás seguro que no me vas a matar? —bromeó mientras se cruzaba de brazos, aunque sus ojos revelaban algo de nervios.Jin soltó una risa suave, de esas que nacen en el pecho.—Oh vamos Matteo, ya montaste en una de mis motos antes. Hasta me viste competir. Nunca he tenido un accidente. Bueno… casi nunca.—Pero esta se ve más motruosa ¿ Y Casi? —Matteo lo fulminó con la mirada, pero no pudo mantener la seriedad por más de dos segundos—. Me estás haciendo replantear mis decisiones.—Tú ya tomaste tu decisión anoche, Moretti. Ahora, súbete.Jin se subió primero con facilidad, como si la Harley fuera una extensión de su cuerpo. Le tendió a Matteo un casco negro, mientras se colocaba el suyo.—Solo agá
La calidez de la mañana se filtraba por los ventanales del segundo piso, inundando la casa Carbone con una luz suave, casi cinematográfica. Jin y Matteo bajaban las escaleras con los dedos entrelazados, todavía envueltos en el eco silencioso de la madrugada que habían compartido. No había palabras entre ellos en ese momento, solo miradas cómplices y sonrisas contenidas que hablaban más de lo que se atrevían a decir en voz alta.Mientras descendían, el aroma a café recién hecho y pan tostado flotaba en el aire, guiándolos hasta el comedor familiar. Desde el pasillo ya podían escuchar las risas de los padres de Jin, James y Sean, que compartían alguna anécdota entre sorbos de café y platos bien servidos. No parecían haberse percatado de la presencia de los chicos todavía… o al menos no de que Matteo se había quedado allí toda la noche.Matteo se detuvo por un segundo al pie de las escaleras. Miró hacia el comedor con cierta incertidumbre.—Envidio la relación de tus padres —susurró con
La luz dorada del amanecer se filtraba a través de las cortinas translúcidas de la habitación de Jin, tiñendo las paredes de tonos cálidos. Afuera, los pájaros comenzaban a cantar, como si anunciaran el inicio de algo nuevo. Dentro, el silencio era suave, interrumpido solo por el murmullo lejano del viento y la respiración acompasada de dos cuerpos que compartían la misma cama. Matteo fue el primero en abrir los ojos. Parpadeó lentamente, incómodo por los rayos de sol que le acariciaban la cara. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba, pero cuando giró el rostro y lo vio a su lado, toda la realidad volvió a él como una ola cálida y tranquila. Jin dormía profundamente. Su cabello negro caía desordenado sobre la frente, y su expresión era tan serena que parecía irreal. Su pecho subía y bajaba con lentitud bajo la sábana que apenas lo cubría, y había algo en su respiración, en la calma de su postura, que le provocó a Matteo una ternura inmediata. Una sonrisa se le escapó sin que
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