El estruendo de los disparos afuera comenzó a desvanecerse poco a poco, reemplazado por un silencio inquietante, un silencio que anunciaba que el terreno ya no pertenecía a Carlo ni a sus hombres. La puerta principal de la mansión fue derribada con violencia, y de inmediato un grupo de hombres armados irrumpió en el lugar, avanzando con disciplina y precisión letal. Sus botas resonaban contra el suelo de mármol, el eco de su poder imponiéndose en cada rincón.
Al frente de todos, con la mirada dura y fría, apareció James Carbone. Su silueta se imponía como una sombra dominante, el peso de su autoridad se sentía con solo verlo. A su lado, Sean avanzaba con la misma determinación, los ojos afilados como cuchillas, vigilando cada detalle, cada esquina, cada sombra que pudiera esconder peligro. Ambos, la pareja perfecta, eran el emblema del poder de los Carbone: firmes, despiadados, imparables.
Jin, que había entrado apenas detrás de ellos, se quedó petrificado al ver la escena frente a su