El pasillo del hospital estaba cargado de un silencio sofocante, interrumpido apenas por el paso apurado de enfermeras y el pitido distante de monitores médicos. Las luces blancas, demasiado frías, parecían burlarse del calor que faltaba en los corazones de los que esperaban afuera.
Matteo estaba sentado con los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas con fuerza, como si al apretarlas pudiera contener el desgarro que sentía dentro. Jin estaba a su lado, tomándole la mano con firmeza, acariciando con el pulgar los nudillos de su novio para evitar que se hundiera en la desesperación.
Enzo, de pie contra la pared, observaba todo con ese temple de hierro que lo caracterizaba, aunque sus ojos oscuros delataban la angustia de un hombre que también temía perder a alguien que, con todo y sus errores, formaba parte de su vida.
Más atrás, James y Sean intercambiaban miradas pesadas. El matrimonio había pasado por demasiados fantasmas, demasiadas culpas, y aunque estaban allí por