El sonido del disparo aún resonaba en los oídos de todos como un eco lejano, pero real. La sangre que manchaba el piso frío del vestíbulo de la mansión Carbone era la prueba viva de que algo imperdonable había ocurrido.
—¡Enzo! —gritó Alessandro, arrodillándose junto al cuerpo de su pareja—. ¡No, no, no! ¡Por favor, no me hagas esto!
Enzo jadeaba, la sangre le empapaba el pecho y las manos, pero sus ojos seguían abiertos, aunque cargados de dolor. James ya había dado la orden.
—¡Llamen una ambulancia ahora mismo! —gritó con voz firme, mientras Sean se arrodillaba junto a Alessandro, revisando la herida—. Alessandro, presiona aquí. Fuerte. No dejes que pierda más sangre.
Alessandro lo hizo con manos temblorosas, ignorando las lágrimas que le resbalaban por el rostro, ignorando que estaba manchando su traje con la sangre de la persona que más amaba en el mundo.
—Enzo, mírame, mírame —susurró, con la voz quebrada—. Aguanta, por favor… No puedes dejarme ahora.
Enzo trató de sonreír, pero