La calidez de la mañana se filtraba por los ventanales del segundo piso, inundando la casa Carbone con una luz suave, casi cinematográfica. Jin y Matteo bajaban las escaleras con los dedos entrelazados, todavía envueltos en el eco silencioso de la madrugada que habían compartido. No había palabras entre ellos en ese momento, solo miradas cómplices y sonrisas contenidas que hablaban más de lo que se atrevían a decir en voz alta.
Mientras descendían, el aroma a café recién hecho y pan tostado flotaba en el aire, guiándolos hasta el comedor familiar. Desde el pasillo ya podían escuchar las risas de los padres de Jin, James y Sean, que compartían alguna anécdota entre sorbos de café y platos bien servidos. No parecían haberse percatado de la presencia de los chicos todavía… o al menos no de que Matteo se había quedado allí toda la noche. Matteo se detuvo por un segundo al pie de las escaleras. Miró hacia el comedor con cierta incertidumbre. —Envidio la relación de tus padres —susurró con voz baja, tan baja que solo Jin pudo escucharlo. Jin se giró a mirarlo, aún con los dedos entrelazados. —Yo también —respondió, con una sonrisa sincera que rozaba la melancolía. Caminaron hasta la entrada del comedor, donde el sonido de la vajilla y las risas pausó por completo cuando los dos hombres mayores levantaron la vista y vieron a sus hijos de pie frente a ellos, tomados de la mano. James fue el primero en arquear una ceja. Sean, en cambio, simplemente dejó su taza sobre el platillo con delicadeza, como si necesitara un segundo para procesar lo que estaba viendo. —Buenos días, señores Carbone —saludó Matteo, liberando por un instante la mano de Jin y alisándose el cabello con torpeza. Su voz sonó educada, pero no logró esconder del todo su nerviosismo. —Buenos días, Matteo. —James entornó los ojos un poco—. ¿Dormiste aquí? Sean, que ya lo había notado desde que lo escuchó bajar, aclaró la garganta con discreción y sonrió. —Es obvio, amor. —Dijo, mirando de reojo a su esposo—. Siéntate, Matteo. Desayuna con nosotros. Aún hay panecillos calientes. Matteo se tensó un poco, pero el tono amable de Sean logró que sus hombros se relajaran. Asintió con una sonrisa tímida y se sentó junto a Jin, que saludó a sus padres como si todo fuera completamente normal. —Buenos días —dijo Jin, dándoles un beso en la mejilla a ambos antes de ocupar su asiento. James no apartó la mirada de Matteo. —¿Sabe Alessandro que estás aquí? —preguntó con voz tranquila, pero cargada de significado. El silencio que siguió fue denso, como una niebla repentina. Jin miró a Matteo con suavidad, pero no intervino. Era su momento. Matteo tomó una respiración profunda. Sabía que ese momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto, con el olor a café y mermelada en el aire. —No. No lo sabe —respondió con firmeza, bajando ligeramente la mirada—. Pero… no creo que le agrade si lo descubre. James entrecerró los ojos y desvió la mirada hacia su esposo, quien simplemente sonrió y se encogió de hombros como si no le sorprendiera. —¿Y eso te preocupa? —insistió James, clavando su atención en él. —Claro que me preocupa. Es mi padre —dijo Matteo, y luego se corrigió—. Pero también me preocupa lo que yo siento. Por Jin. Y eso no lo quiero esconder más. Sean apoyó una mano sobre la de James con suavidad, pidiéndole calma sin decir palabra. Luego miró a Matteo con la calidez de quien ha vivido demasiado para juzgar apresuradamente. —Eres bienvenido aquí, Matteo —dijo finalmente—. No vamos a hacer de esto un interrogatorio. Sólo… nos sorprendió. Nada más. Jin tomó la mano de Matteo bajo la mesa, entrelazando sus dedos con los suyos una vez más. Matteo lo miró de reojo y sonrió con gratitud. —Gracias —susurró. James asintió lentamente, y por primera vez desde que entraron en el comedor, su expresión se suavizó. —Lo que más importa… es que sean sinceros. Entre ustedes. Con nosotros. Y eventualmente… con él. —Lo intentaremos —respondió Jin, y esa respuesta, aunque corta, llevaba una promesa. Durante unos minutos, el ambiente se distendió. Matteo probó un poco del café que Sean le sirvió, y Jin le pasó un trozo de pan que él mismo untó con mantequilla. Las risas no volvieron tan rápido como antes, pero la tensión ya no era tan cortante. —¿Y qué piensan hacer hoy? —preguntó Sean, cambiando de tema con naturalidad. —No sé —respondió Jin, mirando a Matteo con una sonrisa discreta—. Podríamos ir a dar una vuelta en la moto. —¿En la Harley? —preguntó James, sorprendido. —Sí. Creo que es momento de enseñarle a Matteo lo que es libertad en dos ruedas. Matteo se rió, aliviado de ver que la conversación tomaba un rumbo más ligero. —Solo si me prestas un casco, Jin. No quiero terminar despeinado por tu culpa. —No lo necesitas. —Jin se inclinó para susurrarle cerca del oído—. Te ves bien hasta despeinado. Sean disimuló una sonrisa mientras observaba a los chicos. James también los miró, esta vez sin juicio, como si algo en su interior hubiera aceptado la escena frente a él. Pero, al otro lado de la casa, en un rincón oscuro del patio trasero, un guardia observaba por la ventana. Su radio encendido zumbaba en bajo volumen, como una amenaza latente. —Informe: Matteo sigue en la casa. —susurró al comunicador. Un segundo después, la voz de Carlo cruzó el canal con una frialdad escalofriante: —Perfecto. Que se acomoden. Mientras más cómodos estén… más fácil será destruir lo que tienen. La paz en la mansión Carbone era real. Pero no sería eterna.