La tarde caía sobre la ciudad con un tono rojizo que teñía los edificios de cobre y sombras alargadas. Matteo descendió del auto que lo había dejado frente a la mansión Moretti, todavía con el corazón latiéndole rápido por el paseo en moto, el beso en el mirador, y la risa de Jin resonándole en el pecho.
Pero en cuanto cruzó la reja principal y vio las luces encendidas en el recibidor, algo dentro de él se tensó. La puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Y allí estaba: **Alessandro Moretti**. De pie, en medio del umbral, con el rostro endurecido y los ojos oscuros como tormenta. No dijo una palabra. Se hizo a un lado y le indicó con un gesto frío que entrara. Matteo tragó saliva y entró en silencio. Apenas cruzó el salón, la puerta se cerró tras él con un golpe seco. —¿No dormiste aquí? —preguntó Alessandro, cruzando los brazos. —He salido a despejarme, fue temprano por eso no me viste—respondió Matteo, firme pero sin alzar la voz. — No me trates como si fuera un idiota, Matteo. No pasaste la noche aquí, estabas con Jin Carbone. La pregunta cayó como un ladrillo. Matteo se detuvo, girándose hacia él con la mandíbula tensa. —¿Cómo lo sabes? —Eso no importa —respondió Alessandro con frialdad—. Lo que sí importa es que te dije mil veces que mientras vivas bajo este techo, y vivas de mi dinero, harás lo que yo diga. Matteo se acercó dos pasos, incrédulo. —¿Me estás vigilando? ¿Has mandado a alguien a seguirme? —He hecho lo que cualquier padre haría para evitar que su hijo cometa un error irreversible —espetó Alessandro—. Y te lo diré claramente, Matteo: **tienes terminantemente prohibido volver a ver a ese chico**. El silencio entre ellos se volvió cortante, como vidrio molido. Matteo apretó los puños. —No puedes pedirme eso. Jin y yo somos amigos desde la infancia, vamos juntos a la misma universidad y aunque intentaste separarnos de niños llevándome a otro lado... ya soy adulto papá. —¡Puedo volver a separte de él y es lo que haré! —bramó Alessandro—. Mientras vivas bajo mi techo, tus decisiones serán las mías. Y punto. —¡No soy un niño! —gritó Matteo, con los ojos vidriosos—. No voy a dejar de ver a Jin. ¡No voy a dejar de sentir lo que siento solo porque a ti no te parece! —¡Eso que tú sientes no es real! —escupió su padre—. ¡Es una fantasía absurda que solo te va a arruinar la vida! —¡Tú no tienes ni idea de lo que es el amor! ¡Lo que pasó con mamá fue un accidente y lo entendí, me puse de tú parte, porque no puedes dejarme amar libremente y tú a Enzo! Estás tan jodido por dentro que no puedes dejar vivir. Las palabras de Matteo fueron un disparo directo. Alessandro lo miró, congelado… y en un segundo, sin pensarlo, **levantó la mano**. El sonido de la bofetada retumbó como un trueno en la estancia de mármol. Matteo cayó hacia un lado, con la mejilla encendida y los ojos abiertos de sorpresa y rabia. No lloró. No gritó. Solo lo miró desde el suelo, con una mezcla de dolor y desprecio. En ese instante, **Enzo** apareció en el pasillo. Venía corriendo desde el comedor, alertado por los gritos y el golpe. Al ver a Matteo en el suelo y a Alessandro de pie, jadeando y con la mano aún temblorosa, no dudó un segundo. —¡¿Qué demonios hiciste, Alessandro?! —gritó Enzo, corriendo hacia Matteo para ayudarlo a levantarse. —¡Esto no es asunto tuyo! —rugió Alessandro—. ¡Él es mi hijo y necesita aprender límites! —¡¿A golpes?! —Enzo lo empujó con fuerza—. ¿Ese es tu límite? Matteo se aferró al brazo de Enzo, sacudiendo la cabeza. —Estoy bien… —susurró, aunque el ardor en su rostro lo contradecía. —No, no lo estás —dijo Enzo, con voz firme—. Estas sangrando. —¡Enzo, no interfieras! —¡Te conozco mejor que nadie, Alessandro! —espetó él con los ojos encendidos—. Y sé perfectamente lo que estás haciendo. Estás intentando controlar a Matteo y no entiendo porqué, nosotros nos amamos, pero aún lo sigues ocultando y pretendes hacer lo mismo con Matteo. —¡No sabes cuánto me arrepiento de haberme metido contigo Enzo…! —dijo Alessandro, acercándose un paso. Enzo apretó los puños con fuerza y sintió que su corazón se rompía en miles de pedazo. —No te preocupes, hoy mismo me voy de tu vida. — Enzo se marchó rápidamente. — Enzo... Alessandro se detuvo. Los ojos se le nublaron por un instante. Quizás por la culpa. O por la impotencia de no poder revertir lo que ya había dicho. — Papá, no dejes que se vaya. Tú lo amas. Por favor, entiende... —Te lo digo en serio Matteo—dijo, bajando un poco la voz pero sin abandonar el tono autoritario—. Vuelves a ver a Jin de esa manera y te juro que va a correr sangre. Sabes de lo que soy capaz. Matteo, aún temblando, lo miró con una expresión de claridad repentina. Algo se quebró en su interior. Algo que ya no estaba dispuesto a remendar. —No puedes, no puedes hacerle daño a Jin, si lo haces toda su familia te matará, son más poderosos que tú. —Entonces elige, ese muchacho o tú padre. —Eres lo peor papá, te odio — gritó furioso y corrió hacia su habitación tropezando con los escalones. —¡No digas estupideces!