Alessandro subió las escaleras con pasos rápidos, casi tropezando con la alfombra del pasillo. Abrió la puerta de su habitación con violencia, el corazón latiéndole con desesperación.Allí estaba **Enzo**, de pie junto al ropero, metiendo su ropa en una maleta abierta sobre la cama. No lloraba, pero su rostro estaba pálido, duro como el mármol. Se movía con una frialdad meticulosa, como si empaquetar su vida fuera simplemente una tarea pendiente.—¿Qué estás haciendo? —soltó Alessandro, cerrando la puerta tras él.Enzo no lo miró.—Lo evidente —respondió sin levantar la voz—. Me voy.Alessandro cruzó la habitación en dos pasos y **lo sujetó por las caderas**, con fuerza, obligándolo a alejarse de la maleta. Enzo forcejeó.—¡Suéltame, Alessandro! —exigió, intentando soltarse de sus manos.—No. Por favor… escúchame. —Su voz se quebró apenas—. Perdóname. Fui un idiota. No debí decir eso. No debí levantarle la mano a Matteo. No debí hablarte así.Enzo se tensó, pero Alessandro no lo soltó
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