Episodio 5

Alessandro subió las escaleras con pasos rápidos, casi tropezando con la alfombra del pasillo. Abrió la puerta de su habitación con violencia, el corazón latiéndole con desesperación.

Allí estaba **Enzo**, de pie junto al ropero, metiendo su ropa en una maleta abierta sobre la cama. No lloraba, pero su rostro estaba pálido, duro como el mármol. Se movía con una frialdad meticulosa, como si empaquetar su vida fuera simplemente una tarea pendiente.

—¿Qué estás haciendo? —soltó Alessandro, cerrando la puerta tras él.

Enzo no lo miró.

—Lo evidente —respondió sin levantar la voz—. Me voy.

Alessandro cruzó la habitación en dos pasos y **lo sujetó por las caderas**, con fuerza, obligándolo a alejarse de la maleta. Enzo forcejeó.

—¡Suéltame, Alessandro! —exigió, intentando soltarse de sus manos.

—No. Por favor… escúchame. —Su voz se quebró apenas—. Perdóname. Fui un idiota. No debí decir eso. No debí levantarle la mano a Matteo. No debí hablarte así.

Enzo se tensó, pero Alessandro no lo soltó. En cambio, acercó el rostro a su espalda y **besó su piel con desesperación**, justo entre los omóplatos.

—Te amo, Enzo. Tú y Matteo… son las dos personas que más amo en este mundo. Y lo estoy arruinando todo.

Enzo se giró bruscamente y lo empujó con ambas manos, logrando salir de su agarre.

—¡Sí! ¡Lo estás arruinando todo! —espetó con los ojos brillantes de rabia y decepción—. ¿Sabes por qué? Porque *no puedes ser feliz*. Porque todavía cargas con la muerte de tu esposa como una cruz. Porque nunca lograste perdonarte que ella se volviera loca al verte conmigo.

—¡No me culpes por eso! —gritó Alessandro, dando un paso hacia él.

—¡No es tu culpa amar a un hombre! ¡Nunca lo fue! ¡Pero no superas nada! Ni el pasado. Ni el dolor. Ni a ti mismo. Y ahora... te estás llevando a Matteo contigo en esa caída.

Enzo bajó la voz, pero cada palabra fue más dura que un golpe.

—Estás asfixiándolo. Y lo sabes.

—Solo quiero protegerlo —dijo Alessandro, con los ojos empañados—. Quiero que viva sin miedo. Sin odio. No quiero perderlo. No quiero que sufra por errores que no cometió…

Enzo lo miró con atención.

—¿De qué hablas? —preguntó—. ¿Cuál es ese odio del pasado del que tanto temes? ¿Qué sucedió con ese hombre que te puso tan mal esta mañana?

Alessandro apartó la mirada. El silencio fue como una pared.

—Ya te dije que no era nadie —murmuró—. Olvídalo.

—¡No! —Enzo volvió a encararlo—. ¡No puedes decirme que lo olvide! Me mentiste en la cara, disparaste al techo, y después apareces actuando como si nada. *¿Quién era ese hombre, Alessandro?*

—¡Ya te dije que no era nadie! —rugió él de nuevo, con los ojos desesperados—. ¡Y tú no te vas a ir de aquí!

Se lanzó hacia él, caminando con pasos decididos. Enzo retrocedió, pero Alessandro lo alcanzó, tomó su rostro entre las manos y lo **besó con desesperación**, como si pudiera evitar su partida con la fuerza de su deseo, como si ese beso pudiera detener el mundo.

Fue un beso lleno de rabia, de súplica, de necesidad. No era dulce. No era tierno. Era un beso que sangraba.

Enzo intentó resistirse al principio, pero el temblor en su cuerpo lo traicionó. Porque él también lo amaba. A pesar de todo.

Pero aún así, cuando Alessandro se separó, con la respiración descontrolada, Enzo apoyó una mano en su pecho para mantenerlo a distancia.

—Amarme no te da derecho a destruir a los demás, Alessandro. No esta vez. O lo arreglas… o me pierdes también.

Y esta vez, Alessandro no tuvo palabras.

Solo silencio.

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