A los ojos del mundo, Alessandro Moretti es un hombre de negocios exitoso, elegante y respetado. Dueño de cadenas hoteleras, restaurantes exclusivos y concesionarios de lujo, su imperio parece impenetrable. Pero tras las puertas cerradas de sus oficinas y bajo la fachada de la legalidad, se esconde el verdadero rostro de su imperio: tráfico de armas, lavado de dinero y silencios comprados con sangre. Alessandro no cree en el amor. Su matrimonio con Isabella fue una alianza conveniente, pactada por intereses familiares. Sin embargo, cuando su hijo Matteo nace, algo cambia. Por él, Alessandro estaría dispuesto a arrasar el mundo. Su debilidad, su único punto vulnerable, apenas con cinco años. Pero cuando enemigos del pasado comienzan a acercarse a su familia y secretos enterrados amenazan con salir a la luz, Alessandro se ve forzado a tomar decisiones que podrían destruir todo lo que ha construido. Entre traiciones, alianzas forzadas y una pasión prohibida que crece en las sombras, el rey de la mafia descubrirá que ni todo el poder ni todo el dinero del mundo pueden protegerlo… de sí mismo. Libro 4: De la saga Dinastía Carbone. Orden de los libros. 1- Perversos Deseos. 2- Perversa Ambición. 3- Perversa Traición. 4 - Perversa Tentación.
Leer másEscena – Universidad, mañana siguiente.El sol de la mañana se filtraba entre los árboles del campus, pintando manchas doradas en los senderos. Los estudiantes iban y venían con mochilas a cuestas, tazas de café y auriculares colgando de las orejas. El murmullo habitual de la universidad flotaba en el aire: risas, pasos apurados, conversaciones cruzadas.Matteo estaba recostado contra la baranda de piedra frente al edificio de arquitectura, con dos cafés en la mano. Vestía su chaqueta negra favorita, la que siempre usaba en otoño, y ese casco colgaba de su mochila como si fuera una extensión de su personalidad. Movía el pie al ritmo de una canción en su cabeza mientras miraba el reloj.—Llegas tarde tres minutos —dijo con una sonrisa cuando vio a Jin acercarse por el camino central—. Te perdono porque sé que no dormiste.Jin sonrió, algo despeinado por el viento de la moto, con las gafas de sol todavía puestas y su carpeta bajo el brazo.—Tres minutos es mi récord de puntualidad, no t
La habitación de Jin estaba sumida en una penumbra suave. La luz de la luna apenas se colaba entre las cortinas pesadas, proyectando líneas plateadas sobre las paredes. Él daba vueltas entre las sábanas, incómodo, con la mente enredada en las palabras de Alessandro, en la tensión que se había instalado en el ambiente tras su repentina aparición.Miró el reloj digital sobre su mesa de noche: 12:03 a.m.Suspiró. Agarró su teléfono por inercia, desbloqueándolo sin esperar gran cosa. Pero entonces vio la notificación: 1 mensaje de Matteo.Lo abrió sin pensarlo.Matteo:Jin, ¿estás despierto?Lamento el comportamiento de mi papá.Jin lo leyó dos veces. Luego comenzó a escribir.Jin:No puedo dormir.Y no te preocupes por eso. Lo entiendo.Pasaron unos segundos. Tres puntitos indicaban que Matteo estaba escribiendo. Jin se quedó mirando la pantalla en la oscuridad, como si esas letras pudieran decirle más que las palabras.Matteo:Mi papá cree que tú y yo estamos juntos.Jin parpadeó. El pu
La tarde avanzaba con lentitud entre planos y papeles desordenados sobre la gran mesa del estudio. Jin dibujaba sobre una libreta a lápiz mientras Matteo tecleaba fórmulas en su laptop. El ambiente era ligero, casi doméstico, como si aquel estudio de arquitectura no estuviera dentro de una mansión vigilada por decenas de guardias armados, sino en el rincón de cualquier departamento de estudiantes.—No puedes en serio querer usar madera reciclada para una estructura costera —dijo Matteo, girando el portátil hacia Jin con una ceja alzada—. El salitre se la come viva.—Solo si es una madera mediocre, y tú deberías saber que yo no soy mediocre —replicó Jin con una sonrisa arrogante, empujando el lápiz contra el papel con énfasis—. Además, es un diseño conceptual. No estamos construyendo el Coliseo, Moretti.Matteo bufó y se echó hacia atrás en la silla.—El Coliseo al menos aún está de pie.—Sí, igual que tu ego.Ambos estallaron en carcajadas. Era una de esas risas fuertes, desinhibidas,
El motor de la motocicleta se detuvo con un ronco suspiro frente al estacionamiento de la Universidad Internacional de Palermo. Jin desmontó primero, quitándose el casco con un movimiento ágil, mientras su cabello azabache caía sobre la frente desordenadamente. Matteo le siguió, sacudiéndose la mochila como quien despierta de un sueño profundo.El campus estaba comenzando a llenarse de estudiantes, todos envueltos en conversaciones animadas, libros bajo el brazo, y el aroma persistente de café barato flotando en el aire.—¿Clase de diseño estructural o simulación primero? —preguntó Jin, lanzándole una mirada rápida a su horario.—Diseño —respondió Matteo sin pensarlo—. Simulación es a las diez. Ojalá no esté ese profesor pesado.—Te encanta cuando se pone pesado, no mientas —bromeó Jin con una sonrisa torcida.Matteo le lanzó una mirada seria y luego soltó una risa suave.—Lo único que me encanta en esa clase es cómo luchas por no dormirte.Caminaron juntos por el pasillo principal. E
Jin se detuvo frente a la mansión Moretti, inmensa, oscura y silenciosa, como si aún no hubiese despertado del luto que la cubría desde hace quince años. La fachada, de mármol grisáceo, lucía tan imponente como siempre, pero con el doble de seguridad. Hombres vestidos de negro patrullaban discretamente, armados, observando todo con sospecha. Aun así, nada de eso intimidaba a Jin. Él había crecido entre hombres que disparaban antes de preguntar.Ajustó su chaqueta de cuero y esperó con paciencia. La brisa fresca de la colina acariciaba los árboles, y el sonido metálico del portón comenzando a abrirse lo alertó. Matteo apareció en el umbral, con una mochila colgando de un solo hombro y el casco plateado que Jin le había regalado años atrás.Jin sonrió con nostalgia. Ese casco había sido un símbolo. Un puente entre lo que fueron y lo que empezaban a ser.Matteo no dijo nada al principio. Solo caminó hasta la reja que se abría lentamente, como si le costara soltarlo. Una vez afuera, exten
15 años más tarde.—¡Jin, hijo, puedes bajar a desayunar! —llamó Sean desde el primer escalón de aquella majestuosa escalera de mármol blanco, cuya curva elegante dividía el corazón de la mansión Carbone en dos alas opuestas.La voz de Sean resonó con esa mezcla de dulzura y autoridad que usaba cada mañana, cuando su hijo parecía empeñado en romper todos los récords de impuntualidad.James, de pie en el comedor, se sirvió una taza de café humeante, mientras observaba los rayos del sol colarse por las cortinas de lino. Se acercó por detrás de Sean y lo rodeó con un abrazo lento, cómplice, besándole suavemente el cuello.—Todas las mañanas llega tarde a la universidad —dijo James entre risas—. Me recuerda tanto a alguien…Sean giró ligeramente el rostro, con una sonrisa cargada de ironía y cariño.—¿A ti mismo, supongo? Le diste dolores de cabeza a todos los profesores. Incluyéndome, por si lo has olvidado. Y eso que no comparten la misma sangre, pero es tan parecido a ti. James soltó
La mansión estaba en completo silencio. La mayoría de los empleados dormía, y Matteo ya llevaba horas en su habitación, abrazado a su peluche favorito. Isabella, sin embargo, no conciliaba el sueño. Llevaba semanas con una sospecha creciente que se anidaba como una espina en el pecho. Alessandro estaba distante, esquivo, y Enzo… siempre rondaba cerca.Aquella noche, ya entrada la madrugada, Isabella salió de su habitación con paso sigiloso, envuelta en una bata de seda negra. Caminó por los pasillos oscuros, sus pies descalzos no hacían ruido sobre los pisos de mármol. El resplandor tenue bajo la puerta del despacho de Alessandro confirmó lo que su corazón ya temía.Se acercó.Contuvo el aliento.Y apoyó la oreja en la madera.Al principio no escuchó nada… pero luego, un jadeo. Un suspiro. Un gemido ahogado. Un crujido del sofá. Su sangre se heló. Cerró los ojos con fuerza. Quiso pensar que era una ilusión, pero algo dentro de ella la empujó a girar el pomo de la puerta lentamente.La
Las semanas pasaron como suspiros robados en medio del caos. Alessandro y Enzo se volvieron inseparables, aunque a los ojos del mundo todo parecía igual. Nadie sospechaba que el mafioso más temido de Italia y su guardaespaldas compartían más que una vida de peligro: compartían caricias furtivas, risas escondidas, miradas que decían todo sin pronunciar una sola palabra.Se volvieron novios ocultos, como dos adolescentes atrapados en cuerpos de hombres demasiado curtidos por la vida. El despacho de Alessandro se convirtió en su santuario. Las noches ya no eran frías, no cuando Enzo aparecía después de que todos dormían y se deslizaba por la mansión en silencio, directo a los brazos de su jefe… y ahora amante.En público, la distancia era profesional, medida, impecable. En privado, eran carne viva, deseo contenido, ternura áspera entre dos hombres que no sabían cómo amar, pero lo estaban aprendiendo.Enzo dormía muchas veces en la misma habitación que Alessandro, aunque al amanecer debía
La luz de la mañana se colaba por los ventanales de la mansión Moretti, bañando de oro los pasillos silenciosos. En la cocina, Enzo terminaba su desayuno con una taza de café aún humeante cuando la voz firme de Alessandro resonó desde el umbral:—Enzo, ven a mi oficina. Ahora.El tono no era de enfado, pero sí cargado de urgencia. Enzo alzó la vista, captando el brillo extraño en sus ojos. Dejó la taza con lentitud y caminó sin decir nada hasta el despacho.Apenas cruzó la puerta, Alessandro la cerró con seguro y lo atrapó entre sus brazos, besándolo con hambre, con necesidad. Sus bocas se encontraron como si la noche anterior no hubiese sido suficiente. Las manos de Alessandro exploraron su espalda, su nuca, aferrándolo como si no quisiera soltarlo nunca más.—No puedo dejar de tocarte… —murmuró contra sus labios—. Me cuesta incluso respirar cuando estás lejos de mí.Enzo sonrió, ligeramente burlón pero enternecido.—¿Y todo esto por un café frío? Qué intensidad.—No bromees. —Le aca