El rugido del motor rompió el silencio de la tarde. La camioneta negra de Vittorio se detuvo bruscamente frente a la casona. Las llantas chirriaron contra el empedrado y, sin apagar el motor, él bajó de un salto, aún con las manos en los bolsillos del abrigo de cuero. El viento agitaba su cabello oscuro, y la tensión en sus hombros era visible desde lejos. Cerró la puerta de un golpe y subió los escalones de mármol como un león furioso que regresa a su cueva.Abrió de un empujón las puertas de madera tallada. El interior de la casa estaba envuelto en un silencio extraño, casi ceremonial. Y entonces la vio. Allí estaba ella, en medio del salón, como si fuera una aparición. Fiorella.Vestía un vestido color verde esmeralda, ajustado, de tela pesada que le caía hasta los tobillos. Su cabello estaba recogido en una trenza que dejaba al descubierto la cicatriz que partía su mejilla izquierda. La línea de piel herida le cruzaba como una firma maldita que nadie se atrevía a nombrar.Vittor
Una hora después, la casa estaba envuelta en un murmullo de pasos rápidos y maletas cerrándose. Vittorio bajó con un abrigo oscuro, cargando una pistola en su cinturón. Fiorella apareció poco después, con el vestido aún puesto, pero cubierta con un abrigo largo de lana. Su rostro estaba frío como el mármol.—¿Estás segura de que quieres venir? —preguntó él mientras salían.—¿Estás seguro de que puedes detenerme? —fue todo lo que ella dijo.Vittorio no insistió.El trayecto hacia el aeropuerto fue silencioso, interrumpido solo por las llamadas que hacía Vittorio, tratando de confirmar lo sucedido. Pero todo lo que recibía eran rumores, voces que hablaban de un atentado, una emboscada, una traición desde dentro. Algunos decían que Antonio tenía algo que ver. Otros mencionaban una venganza vieja. Nadie sabía nada con certeza.El jet privado los esperaba con los motores encendidos. Subieron sin decir palabra, cada uno encerrado en sus propios pensamientos. El despegue fue rápido, violent
La tarde caía sobre la mansión de Dante en Sicilia con una calma casi antinatural. El cielo estaba teñido de un naranja profundo, como si la misma ciudad presintiera el engaño que se avecinaba, Vittorio había vuelto a la ciudad con la firme intención de acabar con el hombre que le había arrebatado absolutamente todo.Mientras dentro, la casa olía a cera, madera fina y perfume floral: Aurora había estado organizando los últimos detalles para una cena privada. Dante, sereno en apariencia, pero siempre en alerta, supervisaba la seguridad desde la biblioteca.Mientras tanto, en las afueras de la mansión una camioneta negra se detuvo frente a la mansión con un chirrido discreto de neumáticos. Vittorio bajó con calma, el rostro sereno y los ojos ocultos tras unas gafas oscuras. En ese mismo instante, otra camioneta se aproximó a toda velocidad, y Alonzo descendió de ella con una mirada tensa, frunciendo el ceño al ver al recién llegado. Caminó con decisión hacia él, la voz cargada de desc
Esa noche, la mansión volvió a respirar. Aurora decidió celebrar con una cena pequeña. Invitó a Alonzo a Bianca, y por supuesto a Guiseppe.Alonzo se encargó de revisar el menú, la seguridad, y vigilar cada rostro nuevo que se movía entre las cocinas y los jardines. Uno en particular llamó su atención: un jardinero de rostro anguloso y manos demasiado limpias.—¿Quién contrató a ese hombre? —le preguntó a Pablo, uno de los hombres de confianza de Dante.—Llegó hace dos semanas. Recomendado por uno de los antiguos proveedores. No ha hecho nada raro... hasta ahora.—Vigílalo.Mientras tanto, Vittorio regresaba a su casa en el centro de Sicilia. Allí lo esperaba un hombre delgado, de traje gris, con ojos pálidos como cuchillos sin filo.—¿Todo listo? —preguntó Vittorio sin quitarse el abrigo.—Sí. El artefacto está colocado. Lo activará desde el invernadero a las 21:00, durante la cena.—Y asegúrate de que apunten hacia ella.—¿La mujer?—Sí. A Aurora. Él tiene que verla caer. Aunque po
El jardinero ahogó un grito, pataleando, sus manos se aferraban inútiles a las muñecas de Alonzo. Giuseppe dio un paso atrás, sorprendido por la reacción.—¡Alonzo! —gritó Dante, alzando la voz con una mezcla de autoridad y desconcierto —. ¿Qué diablos está pasando?Alonzo se giró apenas lo necesario, sin soltar al hombre que forcejeaba por respirar. Su voz fue un látigo cargado de desprecio.—Este perro es un maldito sapo —escupió—. ¡Y créeme, Dante, Vittorio no vino a hacer ninguna tregua! Vino solo a declarar la guerra.El silencio que siguió fue tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Dante tensó la mandíbula, los músculos de su rostro se endurecieron como piedra. Su mirada pasó de Alonzo al jardinero, cuyas pupilas estaban dilatadas de terror.Sin decir palabra, Dante caminó con lentitud, con esa calma que siempre era más aterradora que cualquier grito. Se detuvo junto a Alonzo, clavando los ojos en el rostro del hombre atrapado entre las manos de su aliado.—Suéltalo —orde
La mansión de Sicilia vibraba con una tensión invisible, como si el aire se hubiera cargado de electricidad antes de una tormenta. Las puertas se abrieron de golpe y Dante cruzó el umbral con pasos firmes, casi violentos, seguido de cerca por Alonzo. Su rostro era una máscara de determinación, y sus ojos, dos brasas encendidas que sólo ardían con una idea: proteger lo que amaba, aunque tuviera que bañarse en sangre para lograrlo.—Vamos a la sala de armas —gruñó Dante, sin mirar atrás.Alonzo no dijo nada. Lo conocía demasiado bien como para interrumpirlo en ese estado. Caminó detrás de él con el ceño fruncido y el arma lista, sabiendo que si Dante estaba así, era por hoy como todas las veces el surgiría de las cenizas como el ave fénix.Abrieron la puerta blindada que conducía a una habitación fría, de muros reforzados con acero y estantes llenos de armas. Pistolas Beretta, rifles de asalto, granadas, chalecos antibalas. Una auténtica fortaleza privada escondida bajo la elegancia de
Alonzo, cubierto de polvo y con el auricular de comunicación pegado a la oreja, alzó la vista desde el porche. Estaba organizando el perímetro, colocando francotiradores y dando instrucciones por radio a los hombres apostados en las torres de vigilancia.—¡Ya vienen! —respondió sin rodeos—. Cuatro camionetas al norte, dos al este. Vittorio no está jugando.Dante no respondió. Sus ojos oscuros brillaron con furia y determinación. Ajustó el cargador de su arma y giró hacia la escalera de mármol.—¡Tú ve al oeste! Yo me encargo de la entrada. Nadie entra... nadie.Mientras tanto, tres hombres del equipo de élite de Dante subían los peldaños de dos en dos. Sus pasos eran firmes, sus miradas duras. Al llegar a la habitación en el segundo piso donde se resguardaban Aurora y Bianca, uno de ellos tocó con fuerza.—¡Señorita Aurora, señorita Bianca! Tenemos que llevarlas a un lugar seguro. ¡Rápido, por favor!Dentro, Aurora se irguió al instante. El corazón le latía con violencia dentro del p
A lo lejos, entre los restos chamuscados de los arbustos del jardín, Alonzo también emergía, cubierto de polvo, con una herida sangrante en la frente y el hombro derecho dislocado. Su chaqueta estaba hecha un caos, pero sus ojos estaban vivos.—¡Levántense, carajo! —gritó a los pocos hombres que aún respiraban entre los restos del jardín—. ¡No ha terminado!Uno de los francotiradores logró incorporarse con dificultad. Otro, cojeando, buscó su rifle entre los escombros. Las voces rotas se mezclaban con el crujir del metal y el silbido de las llamas que aún ardían en partes de la entrada.Dante avanzaba, jadeando, por el pasillo principal. Su mirada escaneaba el caos, los cuerpos, el desastre... hasta que la vio.Aurora yacía a unos metros de la gran escalera, su vestido cubierto de polvo, su cuerpo desmayado y sin señales de movimiento. Bianca estaba metros más adelante , pero Aurora... milagrosamente seguía allí.—¡No... no! —murmuró Dante con el corazón encogido.Corrió como pudo hac