Bianca cruzó el pasillo como pudo hasta las escaleras. Los disparos se intensificaban a cada paso que daba. Cuando bajó, los ojos de Alonzo se posaron en ella con sorpresa.
—¿Bianca?
—Dame un arma —dijo ella con voz ronca, firme.
—Estás herida.
—No importa. Voy a proteger a Aurora. Si alguien quiere tocarla, tendrá que matarme primero.
Hubo un silencio tenso por un instante. La sangre goteaba de su frente, pero sus ojos brillaban con la misma furia que los de Alonzo. Él asintió lentamente, sin dejar de sonreír.
—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo, y le entregó una pistola cargada—. Toma. Dispara a matar.
Bianca la sostuvo con ambas manos, probando el peso, y luego se posicionó junto a Aurora sin dudarlo.
Alonzo sacó otra pistola y la puso en las manos de Aurora.
—Ya sabes usarla. No dudes. Si entras en duda… pierdes.
Aurora asintió. La mirada entre ellos fue corta, intensa. Un pacto silencioso se selló en ese instante.
Las puertas del salón principal explotaron. Tres hombres del