La maleza crujía bajo sus botas mientras Alonzo avanzaba por el bosque, con la respiración agitada y la mirada afilada. Aún sentía el zumbido de la explosión retumbando en su cráneo, pero eso no lo detendría. No mientras Dante estuviera desaparecido… o peor.Se detuvo de golpe al ver las marcas en el barro húmedo: neumáticos, ramas partidas, y pequeñas manchas de sangre. Se agachó, tocó el rastro con la yema de los dedos. Todavía tibio.—Mierda… —murmuró, con el ceño fruncido.A unos metros, algo brillaba entre la tierra: un casquillo de bala vacío. Y más adelante, una máscara de lobo abandonada, con la cuerda desgarrada.Alonzo la levantó—Vittorio —escupió el nombre como veneno.Apuntó con su arma, tenso, girando lentamente sobre sí mismo. Nada. Solo el susurro del bosque, ramas meciéndose al ritmo del viento.Sacó el intercomunicador de su chaleco.—Aquí Alonzo. Dante ha sido capturado. Repito, Dante está en manos de Vittorio. Encontré sangre, huellas, y la máscara del bastardo. D
La mansión ardía en un silencio fúnebre cuando Alonzo cruzó las puertas nuevamente. El olor a ceniza, pólvora y sangre flotaba en el aire como un fantasma reciente. Las paredes habían resistido, pero el alma de aquel lugar estaba herida. Y él también.Subió las escaleras de dos en dos hasta llegar a la biblioteca, el único lugar que Dante consideró seguro para ella. Empujó la puerta lentamente y la vio allí, tendida sobre un sofá, envuelta en una manta, aún inconsciente, con el rostro pálido y una fina línea de sangre seca sobre la frente.Alonzo se acercó con pasos silenciosos. Se arrodilló a su lado y le acarició lentamente la mejilla con los dedos, retirando un mechón de cabello de su rostro.—Mierda, Aurora… —susurró con amargura—. ¿Por qué carajo sigo amándote?Como si su voz la reclamara, ella abrió los ojos poco a poco. Parpadeó varias veces, desorientada. Entonces lo vio. El rostro de Alonzo, duro y noble a la vez, reflejaba un mar de emociones encontradas.—¿Estás bien? —preg
La biblioteca seguía envuelta en un silencio tenso. Las cortinas estaban parcialmente rasgadas por la explosión, dejando que los primeros rayos del amanecer filtraran una luz débil y pálida sobre los libros desordenados y el suelo cubierto de polvo. En medio del caos, Aurora seguía allí, sentada en uno de los sillones de cuero, con la mirada fija en un punto invisible del suelo.Su cuerpo temblaba, no de frío, sino de incertidumbre.Había perdido la noción del tiempo desde que Alonzo salió con sus hombres. Las últimas palabras de él seguían resonando en su cabeza: “Te prometo que te lo traeré. Mientras tanto, quiero que me ayudes. Desde ahora estás a cargo.”Aurora respiró hondo. Se limpió las lágrimas secas con el dorso de la mano. Aún tenía polvo en la frente, sangre seca en la comisura de los labios y un nudo en la garganta.La puerta se abrió sin previo aviso.—¿Señorita Aurora? —preguntó uno de los hombres que Alonzo había dejado a su servicio.Ella se giró lentamente, con la mi
La voz entrecortada de Alonzo estalló en el intercomunicador de la biblioteca, sacudiendo a Aurora, quien seguía sentada aún en el sofá. Aurora parpadeó con fuerza, tragando el nudo que se le formaba en la garganta. Levantó el pequeño dispositivo y apretó el botón con manos temblorosas.—Te copio, Alonzo… estoy aquí… —respondió, con voz firme pero agitada. Las líneas del horizonte comenzaban a difuminarse con el peso de la noche, y un aire espeso, cargado de tensión, envolvía los campos italianos como una amenaza silente. La voz de Alonzo rompió el silencio dentro del todoterreno blindado que lideraba el convoy.—Aurora, voy para allá —dijo con firmeza por el intercomunicador, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera que vibraba bajo las ruedas a toda velocidad —. Escúchame bien. Hasta que llegue, da órdenes claras a los hombres que dejé contigo. Quiero el perímetro asegurado. Nadie entra, nadie sale.Del otro lado de la línea, Aurora respiraba con rapidez. Su voz tembloro
En el convoy, Alonzo sacó su arma, revisándola por enésima vez. El rostro de Aurora invadía su mente como una condena y una promesa. Su corazón latía al ritmo de la furia y el miedo. No podía permitirse fallar.—Prepárense para lo peor —dijo en voz alta—. Ellos no van a tener piedad. Pero nosotros tampoco.Los hombres respondieron con un seco y rotundo “sí”. El ambiente dentro de los vehículos era denso, cargado de adrenalina, como el preludio de una batalla inevitable.Entonces, el celular volvió a sonar. Era el viejo aliado.—Tengo a diez hombres en camino. Estaremos ahí en veinte minutos. ¿Resistirán?—Tienen que —respondió Alonzo—. Si no… todo esto se acaba.La señal se perdió por un instante mientras el vehículo atravesaba un túnel bajo una colina, y luego volvió con fuerza, como si el destino estuviera marcando los segundos restantes de una tragedia en curso.La mansión de Dante comenzaba a oscurecerse por la falta de energía tras la explosión. Solo quedaban luces de emergencia,
Bianca cruzó el pasillo como pudo hasta las escaleras. Los disparos se intensificaban a cada paso que daba. Cuando bajó, los ojos de Alonzo se posaron en ella con sorpresa.—¿Bianca?—Dame un arma —dijo ella con voz ronca, firme.—Estás herida.—No importa. Voy a proteger a Aurora. Si alguien quiere tocarla, tendrá que matarme primero.Hubo un silencio tenso por un instante. La sangre goteaba de su frente, pero sus ojos brillaban con la misma furia que los de Alonzo. Él asintió lentamente, sin dejar de sonreír.—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo, y le entregó una pistola cargada—. Toma. Dispara a matar.Bianca la sostuvo con ambas manos, probando el peso, y luego se posicionó junto a Aurora sin dudarlo.Alonzo sacó otra pistola y la puso en las manos de Aurora.—Ya sabes usarla. No dudes. Si entras en duda… pierdes.Aurora asintió. La mirada entre ellos fue corta, intensa. Un pacto silencioso se selló en ese instante.Las puertas del salón principal explotaron. Tres hombres del
Afuera, nuevos vehículos se acercaban. La ayuda finalmente había llegado. El viejo aliado de Dante y Alonzo, junto a diez veteranos armados hasta los dientes, descendió del convoy y comenzó a disparar hacia los que aún rodeaban la mansión.El tiroteo exterior se volvió brutal. Dos de los traidores intentaron huir por el bosque, pero fueron cazados sin piedad. Uno cayó entre los árboles, el otro murió a mitad del camino de grava.Desde dentro de la mansión, los disparos cesaban poco a poco.—¡Están huyendo! —gritó un guardia de Alonzo—. ¡Se están replegando!Alonzo no se permitió celebrar aún. Caminó entre los cuerpos, apuntando a cualquier enemigo que aún respirara. Dos de ellos, heridos, intentaron alzarse. Les disparó en la cabeza sin vacilar.—Aquí no hay lugar para traidores.Cuando todo finalmente se aquietó, el humo comenzaba a disiparse y los gritos se convertían en gemidos de heridos y susurros de los sobrevivientes. Aurora bajó el arma con lentitud. Su cuerpo temblaba, sus o
La luz era tenue, filtrándose apenas por una pequeña ventana con barrotes oxidados. El aire olía a humedad, sangre seca y traición. Dante estaba sentado en una vieja silla de madera, sus muñecas esposadas con fuerza al respaldo, los nudillos cubiertos de costras. La comisura de sus labios estaba partida y aún sangraba. Pese al dolor, su mirada seguía encendida con furia.La puerta chirrió lentamente y el eco de unos pasos lentos y calculados llenó el espacio. Vittorio Rossi entró con una calma escalofriante, lo había torturaeo por más de una hora y ahora venía por más.Su traje oscuro, corbata perfectamente anudada, el rostro limpio como si no estuviera en medio de una guerra. Se detuvo a pocos metros de Dante y lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos.—Nunca imaginé verte así, Dante —dijo al fin, con una sonrisa irónica en los labios—. Tan... reducido.Dante levantó el rostro. —Y yo nunca imaginé que te rebajarías a esto. ¿Dónde quedó el honor, Vittorio?