Una hora después, la casa estaba envuelta en un murmullo de pasos rápidos y maletas cerrándose. Vittorio bajó con un abrigo oscuro, cargando una pistola en su cinturón. Fiorella apareció poco después, con el vestido aún puesto, pero cubierta con un abrigo largo de lana. Su rostro estaba frío como el mármol.
—¿Estás segura de que quieres venir? —preguntó él mientras salían.
—¿Estás seguro de que puedes detenerme? —fue todo lo que ella dijo.
Vittorio no insistió.
El trayecto hacia el aeropuerto fue silencioso, interrumpido solo por las llamadas que hacía Vittorio, tratando de confirmar lo sucedido.
Pero todo lo que recibía eran rumores, voces que hablaban de un atentado, una emboscada, una traición desde dentro. Algunos decían que Antonio tenía algo que ver. Otros mencionaban una venganza vieja. Nadie sabía nada con certeza.
El jet privado los esperaba con los motores encendidos. Subieron sin decir palabra, cada uno encerrado en sus propios pensamientos. El despegue fue rápido, violent