Dante Coello es un hombre inteligente, frío, despiadado y cruel. Es el jefe de la mafia y próximo jefe de todos los clanes. La ambición y el poder lo rodea por completo. Por una traición por parte de su primo, Dante perdió a la mujer que más amaba. Para vengarse de él busca casarse con la mujer que ama su primo. Aurora Greco es una doctora apasionada por salvar vidas y ayudar a los demás. Es inteligente, hermosa y carismática. Sueña con casarse con el hombre que para ella es perfecto. Desafortunadamente su vida cambia drásticamente cuando se cruza con un hombre peligroso quien la va a usar para cumplir con su propósito de recuperar todo lo que le pertenece. Un matrimonio forzado que los une desatando rivalidad, deseo y pasión. ¿Podrá el amor nacer entre Dante y Aurora a pesar de todos los obstáculos que hay entre ellos?
Leer másDante cruzó el pasillo de piedra con pasos calculados, como si cada metro que avanzaba borrara un rastro de debilidad en él. Iba con la pistola en la mano, el rostro endurecido, los nudillos manchados de sangre seca. Se detuvo frente a la primera puerta y escuchó. Silencio. Nadie. Solo el eco distante de voces arriba, tal vez en los pasillos principales de la vieja casa.Giró la perilla, encontró una escalera angosta y subió con cuidado. No podía confiar en que todos estuvieran ajenos a lo que acababa de hacer. Vittorio podía haber dejado otros hombres resguardando la zona. Lo más probable es que ya se prepararan para salir hacia su mansión.Hacia ella.Aurora.La imagen de su rostro, la última vez que la vio, desfiló por su mente como una bofetada. El vestido rojo. Sus labios temblando. La mirada que mezclaba amor y miedo. El hijo que aún crecía dentro de ella.Su hijo.Apretó la mandíbula y aceleró el paso.En la parte superior de la casa, el caos se había desatado.—¡Encontraron m
El silencio dentro del calabozo era tan denso que cada gota que caía del techo retumbaba como un disparo. Fiorella estaba de pie frente a Dante, el cual seguía encadenado, cubierto de polvo y sangre seca, con el rostro endurecido y los ojos oscuros clavados en ella. El ambiente era espeso, impregnado de sudor, sangre y rencor. La luz amarilla temblorosa apenas iluminaba las piedras que rodeaban la celda.Dante ladeó la cabeza y sonrió con desdén.—¿Por qué no me matas tú, Fiorella? —dijo, con voz grave, provocadora. —Vamos… sé que lo has pensado. Sácame de mi miseria. Hazlo tú misma, si tienes el valor.Las palabras fueron un golpe directo al orgullo de Fiorella. Se le tensó la mandíbula. Un destello de rabia brilló en sus ojos. Sin pensarlo, giró hacia la pequeña mesa metálica que había en la entrada, donde reposaban algunos utensilios y herramientas oxidadas. Tomó un cuchillo largo, de filo curvo, y sin decir una palabra caminó hacia Dante con pasos firmes y decididos, como si el m
El estruendo de una puerta metálica al abrirse con violencia resonó por toda la bodega subterránea. Vittorio emergió apresurado del pasillo sombrío, sus pasos eran firmes, casi furiosos. Su rostro estaba surcado por la tensión, los pómulos marcados por la ira contenida. Se ajustó la chaqueta negra sobre los hombros con un movimiento brusco, como si el acto le devolviera el control de la situación. Había olor a humedad, pólvora y sudor.Uno de sus hombres lo esperaba en el umbral, con la frente llena de sudor. Antes de que pudiera hablar, Vittorio lo encaró con el ceño fruncido.—¿Quién te informó del ataque a la mansión de Dante? —escupió con rabia contenida.El hombre tragó saliva, intimidado, pero se mantuvo firme.—Señor... uno de los miembros del clan lo llamó directamente —respondió con cautela.Vittorio maldijo. Una vez. Dos. Tres.—¡Maldición! ¡Ahí está Aurora! ¡Aurora, idiotas! —rugió mientras avanzaba hacia las escaleras, el eco de su voz rebotando por las paredes de piedra.
La luz era tenue, filtrándose apenas por una pequeña ventana con barrotes oxidados. El aire olía a humedad, sangre seca y traición. Dante estaba sentado en una vieja silla de madera, sus muñecas esposadas con fuerza al respaldo, los nudillos cubiertos de costras. La comisura de sus labios estaba partida y aún sangraba. Pese al dolor, su mirada seguía encendida con furia.La puerta chirrió lentamente y el eco de unos pasos lentos y calculados llenó el espacio. Vittorio Rossi entró con una calma escalofriante, lo había torturaeo por más de una hora y ahora venía por más.Su traje oscuro, corbata perfectamente anudada, el rostro limpio como si no estuviera en medio de una guerra. Se detuvo a pocos metros de Dante y lo observó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos.—Nunca imaginé verte así, Dante —dijo al fin, con una sonrisa irónica en los labios—. Tan... reducido.Dante levantó el rostro. —Y yo nunca imaginé que te rebajarías a esto. ¿Dónde quedó el honor, Vittorio?
Afuera, nuevos vehículos se acercaban. La ayuda finalmente había llegado. El viejo aliado de Dante y Alonzo, junto a diez veteranos armados hasta los dientes, descendió del convoy y comenzó a disparar hacia los que aún rodeaban la mansión.El tiroteo exterior se volvió brutal. Dos de los traidores intentaron huir por el bosque, pero fueron cazados sin piedad. Uno cayó entre los árboles, el otro murió a mitad del camino de grava.Desde dentro de la mansión, los disparos cesaban poco a poco.—¡Están huyendo! —gritó un guardia de Alonzo—. ¡Se están replegando!Alonzo no se permitió celebrar aún. Caminó entre los cuerpos, apuntando a cualquier enemigo que aún respirara. Dos de ellos, heridos, intentaron alzarse. Les disparó en la cabeza sin vacilar.—Aquí no hay lugar para traidores.Cuando todo finalmente se aquietó, el humo comenzaba a disiparse y los gritos se convertían en gemidos de heridos y susurros de los sobrevivientes. Aurora bajó el arma con lentitud. Su cuerpo temblaba, sus o
Bianca cruzó el pasillo como pudo hasta las escaleras. Los disparos se intensificaban a cada paso que daba. Cuando bajó, los ojos de Alonzo se posaron en ella con sorpresa.—¿Bianca?—Dame un arma —dijo ella con voz ronca, firme.—Estás herida.—No importa. Voy a proteger a Aurora. Si alguien quiere tocarla, tendrá que matarme primero.Hubo un silencio tenso por un instante. La sangre goteaba de su frente, pero sus ojos brillaban con la misma furia que los de Alonzo. Él asintió lentamente, sin dejar de sonreír.—Eres más fuerte de lo que pareces —dijo, y le entregó una pistola cargada—. Toma. Dispara a matar.Bianca la sostuvo con ambas manos, probando el peso, y luego se posicionó junto a Aurora sin dudarlo.Alonzo sacó otra pistola y la puso en las manos de Aurora.—Ya sabes usarla. No dudes. Si entras en duda… pierdes.Aurora asintió. La mirada entre ellos fue corta, intensa. Un pacto silencioso se selló en ese instante.Las puertas del salón principal explotaron. Tres hombres del
En el convoy, Alonzo sacó su arma, revisándola por enésima vez. El rostro de Aurora invadía su mente como una condena y una promesa. Su corazón latía al ritmo de la furia y el miedo. No podía permitirse fallar.—Prepárense para lo peor —dijo en voz alta—. Ellos no van a tener piedad. Pero nosotros tampoco.Los hombres respondieron con un seco y rotundo “sí”. El ambiente dentro de los vehículos era denso, cargado de adrenalina, como el preludio de una batalla inevitable.Entonces, el celular volvió a sonar. Era el viejo aliado.—Tengo a diez hombres en camino. Estaremos ahí en veinte minutos. ¿Resistirán?—Tienen que —respondió Alonzo—. Si no… todo esto se acaba.La señal se perdió por un instante mientras el vehículo atravesaba un túnel bajo una colina, y luego volvió con fuerza, como si el destino estuviera marcando los segundos restantes de una tragedia en curso.La mansión de Dante comenzaba a oscurecerse por la falta de energía tras la explosión. Solo quedaban luces de emergencia,
La voz entrecortada de Alonzo estalló en el intercomunicador de la biblioteca, sacudiendo a Aurora, quien seguía sentada aún en el sofá. Aurora parpadeó con fuerza, tragando el nudo que se le formaba en la garganta. Levantó el pequeño dispositivo y apretó el botón con manos temblorosas.—Te copio, Alonzo… estoy aquí… —respondió, con voz firme pero agitada. Las líneas del horizonte comenzaban a difuminarse con el peso de la noche, y un aire espeso, cargado de tensión, envolvía los campos italianos como una amenaza silente. La voz de Alonzo rompió el silencio dentro del todoterreno blindado que lideraba el convoy.—Aurora, voy para allá —dijo con firmeza por el intercomunicador, mientras su mirada se mantenía fija en la carretera que vibraba bajo las ruedas a toda velocidad —. Escúchame bien. Hasta que llegue, da órdenes claras a los hombres que dejé contigo. Quiero el perímetro asegurado. Nadie entra, nadie sale.Del otro lado de la línea, Aurora respiraba con rapidez. Su voz tembloro
La biblioteca seguía envuelta en un silencio tenso. Las cortinas estaban parcialmente rasgadas por la explosión, dejando que los primeros rayos del amanecer filtraran una luz débil y pálida sobre los libros desordenados y el suelo cubierto de polvo. En medio del caos, Aurora seguía allí, sentada en uno de los sillones de cuero, con la mirada fija en un punto invisible del suelo.Su cuerpo temblaba, no de frío, sino de incertidumbre.Había perdido la noción del tiempo desde que Alonzo salió con sus hombres. Las últimas palabras de él seguían resonando en su cabeza: “Te prometo que te lo traeré. Mientras tanto, quiero que me ayudes. Desde ahora estás a cargo.”Aurora respiró hondo. Se limpió las lágrimas secas con el dorso de la mano. Aún tenía polvo en la frente, sangre seca en la comisura de los labios y un nudo en la garganta.La puerta se abrió sin previo aviso.—¿Señorita Aurora? —preguntó uno de los hombres que Alonzo había dejado a su servicio.Ella se giró lentamente, con la mi