Afuera, nuevos vehículos se acercaban. La ayuda finalmente había llegado. El viejo aliado de Dante y Alonzo, junto a diez veteranos armados hasta los dientes, descendió del convoy y comenzó a disparar hacia los que aún rodeaban la mansión.
El tiroteo exterior se volvió brutal. Dos de los traidores intentaron huir por el bosque, pero fueron cazados sin piedad. Uno cayó entre los árboles, el otro murió a mitad del camino de grava.
Desde dentro de la mansión, los disparos cesaban poco a poco.
—¡Están huyendo! —gritó un guardia de Alonzo—. ¡Se están replegando!
Alonzo no se permitió celebrar aún. Caminó entre los cuerpos, apuntando a cualquier enemigo que aún respirara. Dos de ellos, heridos, intentaron alzarse. Les disparó en la cabeza sin vacilar.
—Aquí no hay lugar para traidores.
Cuando todo finalmente se aquietó, el humo comenzaba a disiparse y los gritos se convertían en gemidos de heridos y susurros de los sobrevivientes. Aurora bajó el arma con lentitud. Su cuerpo temblaba, sus o