La tarde caía sobre la mansión de Dante en Sicilia con una calma casi antinatural. El cielo estaba teñido de un naranja profundo, como si la misma ciudad presintiera el engaño que se avecinaba, Vittorio había vuelto a la ciudad con la firme intención de acabar con el hombre que le había arrebatado absolutamente todo.
Mientras dentro, la casa olía a cera, madera fina y perfume floral: Aurora había estado organizando los últimos detalles para una cena privada. Dante, sereno en apariencia, pero siempre en alerta, supervisaba la seguridad desde la biblioteca.
Mientras tanto, en las afueras de la mansión una camioneta negra se detuvo frente a la mansión con un chirrido discreto de neumáticos. Vittorio bajó con calma, el rostro sereno y los ojos ocultos tras unas gafas oscuras.
En ese mismo instante, otra camioneta se aproximó a toda velocidad, y Alonzo descendió de ella con una mirada tensa, frunciendo el ceño al ver al recién llegado. Caminó con decisión hacia él, la voz cargada de desc