Un traidor

El jardinero ahogó un grito, pataleando, sus manos se aferraban inútiles a las muñecas de Alonzo. Giuseppe dio un paso atrás, sorprendido por la reacción.

—¡Alonzo! —gritó Dante, alzando la voz con una mezcla de autoridad y desconcierto —. ¿Qué diablos está pasando?

Alonzo se giró apenas lo necesario, sin soltar al hombre que forcejeaba por respirar. Su voz fue un látigo cargado de desprecio.

—Este perro es un maldito sapo —escupió—. ¡Y créeme, Dante, Vittorio no vino a hacer ninguna tregua! Vino solo a declarar la guerra.

El silencio que siguió fue tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Dante tensó la mandíbula, los músculos de su rostro se endurecieron como piedra. Su mirada pasó de Alonzo al jardinero, cuyas pupilas estaban dilatadas de terror.

Sin decir palabra, Dante caminó con lentitud, con esa calma que siempre era más aterradora que cualquier grito. Se detuvo junto a Alonzo, clavando los ojos en el rostro del hombre atrapado entre las manos de su aliado.

—Suéltalo —orde
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