Para Frank Mattson una noche de pasión en una playa de Colombia, con un hermosa chica, fue apenas una aventura más, pero para Cataleya Guerra fue un antes y un después en su vida, ya que después de esa noche Frank desapareció de su vida dejándola sola con el corazón roto y un bebé en camino. Pero cinco años después Cataleya llega a Estados Unidos con su hijo, donde consigue un puesto de sirvienta en la casa del mismo hombre que robó su inocencia y la esperanza de vivir un gran amor. ¿Qué hará Frank cuando descubra que tiene un hijo con la sirvienta? …Dicen que el amor lo perdona todo, pero ¿Cataleya será capaz de perdonar el millonario que la abandonó embarazada o le enseñará a Frank el verdadero significado de la palabra “rencor”?
Leer másCartagena.
Seis años antes.
—Dame un beso más, sino me muero.
Aquella súplica hizo que Cataleya temblara desde la planta de los pies hasta las puntas de su melena castaña.
—No digas mentira Henry.—pidió con un tono coqueto intentando escapar del norteamericano que había conquistado su corazón. Fue amor a primera vista—Es imposible que te mueras si te niego un beso. Si has podido vivir hasta ahora sin mis labios, podrás hacerlo unos minutos.
Él la atrapó y la pegó a cuerpo, donde ella sintió cada músculo tenso y el calor que desprendía de su piel bronceada.
—La locura hará que pierda la cabeza y me mate cuando tenga que volver a Estados Unidos, lejos de la chiquilla de ojos avellana que me tiene hechizado desde el primer día que la vi.—afirmó con una voz gruesa, potente y segura.
Cataleya tuvo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Era un hombre hermoso. Un metro noventa y dos de pura seguridad. Sus ojos verdes eran una debilidad para la muchachita que poco conocía del mundo y temía descubrirlo. Los mechones claros de su cabello, iluminados por los últimos rayos del Sol, lo convertían en el príncipe con el que ella tanto había soñado y finalmente había encontrado.
Henry llegó a su vida en el mismo día que Cata cumplió los dieciocho años y en pocas semanas la conquistó. Era un hombre de mundo, había viajado a varios países, era sofisticado, educado y todo un caballero. Cataleya se sonrojó recordando que también besaba como un dios. Sus labios eran ardientes al igual que sus manos paseando por sus curvas.
—Si me besas justo ahora no verás el amanecer.—advirtió. Él miró detrás de ella, las vistas que tenía de aquella playa de arena blanca en Cartagena donde estaban apenas los dos, luego volvió a mirarla humedeciéndose los labios y haciéndole el amor con la mirada.
—¿Quién necesita ver un amanecer, cuando tiene en sus brazos la mujer que hizo el Sol descubrir el verdadero significado de la envida en el instante que la vio brillar?
Cataleya se quedó sin habla, se perdió en su mirada y volvió a entregarse a sus besos que la dejaban sin aire.
—Eres deliciosa florecita.—murmuró rompiendo el beso y ella sintió como él bajaba los tirantes de su vestido de estampa floral.
Ansiosa Cataleya se alejó de él volviendo a subir sus tirantes, con una timidez que se hizo notar en sus mejillas sonrojadas.
—Lo siento. —se disculpó avergonzado.—No quería que te sintieras incómoda.
—No te preocupes, es solo que, como bien sabes, yo jamás he estado con un hombre y eso me da miedo.—confesó Cataleya y su príncipe encantador volvió a acercarse a ella.
—¿Eso es lo que te impide entregarte a mí y permitirme amarte como tanto deseo hacerlo?—cuestionó y ella asintió apenada.—Florecita, yo soy un hombre de palabra. Me he enamorado de ti y te juré que cuando decidas ser mía, no habrá ninguna otra mujer más en mi vida. Estoy enamorado de ti y este amor ya no me cabe en el pecho. Necesito entregártelo, hacer que lo sientas y tener el placer de tenerte en mi brazos.
—No lo sé Henry.—respondió nerviosa. —Deseo que mi primera vez sea especial, con el amor de mi vida. El hombre que pedirá mi mano a mi mamá y me hará vivir un cuento de hadas. Es lo que he soñado toda mi vida.
—¿Y crees que existe momento más hermoso que este que estamos viviendo ahora?—preguntó Henry apartando un mechón del bello rostro de la chiquilla que lo tenía cautivado con su inocencia.—No quiero utilizarte, si eso es lo que piensas. Solo tengo esta necesidad de amarte sin límites, y si me das la oportunidad de hacerlo haré que todos tus sueños se hagan realidad.
—¿Vas a ir a mi casa a hablar con mi mamá?—preguntó con la ilusión brillando en su mirada y el asintió demostrándose decidido.
Cataleya se estremeció cuándo la tomó en sus brazos, la besó apasionadamente dejándola embriagada con su sabor y luego la miró a los ojos.
—Demuéstrame que mi amor es correspondido florecita.—suplicó. —Déjame enseñarte a amar, a descubrir el placer en mis caricias y tomar el tesoro de tu virginidad. Pues estoy seguro de que todo este tiempo lo has estado reservando para mí.
—¿Y después que pasará?—preguntó Cataleya preocupada y él acarició su rostro mirándola con ternura y deseo.
—Mañana es el cumpleaños de tu mamá, ¿no es así?
—Así es. —asintió entusiasmada.—Celebraremos una fiesta de cumpleaños en nuestro restaurante. Será algo humilde, pero haré que sea hermoso, como se lo merece mi mamita.
—¿Pues qué mejor presente que presentarle a tu novio, el hombre que tu corazón eligió amar, a la mujer que te dio la vida?—ofreció Henry y Cataleya saltó a sus brazos llenándolo de besos.
—¿Hablas en serio?
—Muy en serio florecita. Mañana entraré en el restaurante de tu mamá contigo y le pediré permiso a la señora Dolores para amarte y cuidarte el resto de nuestras vidas.—afirmó volviendo a pasear las manos por su cuerpo.—Ahora vivamos este momento, con este majestuoso atardecer como testigo de nuestra entrega. Dame la dicha de ser el primero y el único hombre de tu vida.
Cataleya sonrió asegurando que pensaría en su habitación y entró en el ascensor dándole vueltas a la idea esa cita. Se preguntó qué tal si serviría para ayudarla a olvidar a su amor del pasado y dejar atrás lo que vivió con Frank.Entrando al ático sacó su teléfono móvil, y sonrió al escuchar la voz al otro lado de la línea.-¡Te noto contenta Rosario!-habló Cataleya escuchando la alegría de la mejor amiga de su madre.-No me digas que tu esposo ha vuelto a comprarte flores.-¡Y también ha cocinado para mí!-agregó Rosario.-Soy una mujer feliz, y tú también lo serías si le dieras una oportunidad a ese bombón cubano que anda detrás de ti.-Justo acabo de encontrármelo y me ha vuelto a pedir esa cita.-contó Cataleya mordiéndose el labio inferior con ansiedad.-Estás decidida a enterrar el pasado cuando te vayas de esa casa para nunca más volver a recordar al padre de Rayan. Ha llegado la hora de darle una segundad oportunidad para que el amor vuelva a entrar en tu vida. Una vez se ma
Los días iban pasando, las semanas venían con un sabor agridulce de paz, pero con la sensación de que algo le faltaba a Cataleya.-Dice mi profesora que hoy leerá uno de mis poemas.-dijo Rayan ilusionado llamando la atención de su madre que estaba perdida en sus pensamientos, preguntándose donde se encontraba Frank.-¿Me has escuchado mamá?-Oh, perdón cariño.-se disculpó Cataleya por no prestarle atención mientras caminaban por las calles de Manhattan hasta el colegio de su niño.-¿Qué me decías?-Que hoy me darán la oportunidad de que todos conozcan mis poemas. Según mi profesora son muy buenos.-repitió Rayan con entusiasmo.Cataleya lo miró con tristeza, pues su hijo cada vez se veía más cómodo en su nueva escuela...en su nuevo mundo, que sería apenas un lugar pasajero para ellos.Cerrando su abrigo rojo, Cataleya se puso a la altura de los ojos de su niño, cerrando un poco más su abrigo azul que era parte del elegante uniforme. Pasó la mano por sus cabellos rojos y le dio un be
Cataleya se despidió del ama de llaves con una angustia en su corazón, pues jamás en su vida se había sentido tan desprotegida como en aquel momento mientras que, en Georgia, Frank pasaba el umbral de la residencia de los Mattson con la misma sensación. Cualquier persona se siente cómoda y acogida al regresar a su hogar, pero entre las paredes de aquella mansión sureña con sus elegantes acabados, sus colores pasteles y repleta de obras de arte, Frank se sentía como en el infierno. En el gran salón Frank se detuvo en seco al encontrarse con la figura de una elegante mujer de cabellos dorados y tez pálida. En sus manos ella sostenía una revista de cotilleos. -Tus escándalos me hacen recordar porque nunca estuviste a la altura de esta familia.-soltó Corinne Mattson antes de girarse para ver a su hijo. -¿Cómo sabías que había llegado? -Infelizmente una madre siempre puede oler a sus cachorros, aunque algunos de ellos apeste a fracaso.-respondió con una sonrisa caminando hacia Frank.
-Te amo, Henry.-murmuró Cataleya contra los labios del hombre que se había adueñado de su corazón. Entre sus brazos ella apenas podía suspirar. Su calor la abrasaba, su olor la embriagaba y el dulzor de su boca la tenían completamente adicta a él. Cataleya esperaba una respuesta. Ansiaba sentirse amada, correspondida por su príncipe encantador, pero una sonrisa siniestra la hizo retroceder desconcertada. -Eres patética Florecita.-soltó Henry mirándola a los ojos, viendo como las lágrimas brillaban en ellos. -¿Por qué me hablas así Henry?-preguntó Cataleya con una punzada de dolor en su corazón roto.-¿Pensaba que me amabas? -¿Cómo un hombre mi posición podría amar a una muchachita estúpida y muerta de hambre como tú?-escupió Henry, haciéndole recordar que ese hombre delante de ella era apenas una fantasía. Henry, el hombre de sus sueños no existía. Solo era la máscara que Frank Mattson utilizó para robar su inocencia. -Solo eres una más en mi cama Cataleya, y si depender de mí
El corazón de Cataleya martillaba contra su pecho, como si estuviese buscando una forma de salir desesperadamente. Los dedos de la chica pasearon por el fondo del cuadro. Sus dedos se manchaban con el azul celeste y color anaranjado de un atardecer que ella jamás olvidaría. La pulsera parecía fundirse con la arena de la playa, como si se tratase de un vago recuerdo que poco a poco iba desapareciendo. -¿Cómo es posible que recuerdes nuestro pasado, pero no mi rostro?-Se preguntó Cataleya con la voz rota. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos recordando promesas que nunca llegaron a cumplirse, un amor que solo le hizo daño; rompiendo su corazón en pedacitos. Ella estaba tan absorta en sus pensamientos, en la ventana del recuerdo que era aquella pintura a oleo, que no percibió que su jefe, el hombre de su pasado, volvió a entrar en el estudio. -¿Qué estás haciendo aquí? Cataleya se giró bruscamente cuando escuchó la voz de Frank detrás de ella, y más cuando sintió su mirada oscur
Con el corazón encogido, Cataleya besó la punta de los dedos y los posó con delicadeza sobre la cabecita de su niño, que descansaba en un sueño profundo. Gracias a Carmenza, Ray no llegó a enterarse de lo que había sucedido con su madre y el director de su nuevo colegio, pero eso no impedía a Cataleya de sentirse ansiosa, preocupada y de cierta forma asustada. Cataleya recogió su cabello mojado después de una larga ducha para quitarse de encima el olor de la comisaría, y caminó hasta la ventana de su habitación. Observando la nieve que caía sobre Nueva York aquella madrugada. Mientras hablaba por teléfono con la persona más cercana que tenía en su vida en aquel momento, aunque estaba a varios kilómetros de distancia. -Eso no tiene ningún sentido, Cata.-habló Rosario angustiada. Ella había sido la mejor amiga de la madre de Cataleya, y se preocupaba por la joven como si fuese su hija.-¿Cómo es posible que tu jefe sea el padre de Rayan y ni siquiera se acuerde de ti? -Sé que suena a
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