Cataleya se permitió vivir aquella experiencia de amor en los brazos del hombre al que había entregado su corazón, y fue feliz entregándose a sus besos y a sus deseos de hacerla sentirse mujer por primera vez.
Henry desnudó sus pechos muy despacio, con la mirada puesta en ella disfrutando de su inocencia.
En su vida Cataleya había experimentado nada más placentero que la boca de un hombre su pezón, lamiendo y jugando con su botón rosado mientras que ella se retorcía sintiendo como él paseaba los dedos sobre sus bragas, hasta dejarlas empapadas.
Ella gemía de placer, suplicaba por más y más de aquel juego prohibido, loca por descubrir sus propios límites, hasta donde Henry la llevaría.
Sobre una manta enorme, que ellos solían utilizar para tumbarse y observar el amanecer, Henry la acostó y se colocó entre sus piernas.
-Prometo que tocarás el cielo, Florecita.
Henry la despojó de su ropa interior, subió su vestido y bajo la mirada expectante de su chica virgen, el devoró su flor que se abrió para él, llenando su boca con su exquisita miel.
En medio de aquella vorágine de sensaciones, Cataleya comenzó a retorcerse con la lengua que se movía como látigo sobre su perla palpitante.
En segundos, Cataleya se entregó a la ola de placer que atravesó su cuerpo, acumulando un orgasmo intenso en su vientre y explotando en los labios de su hombre perfecto.
Henry subió a su boca para perderse en un beso candente y apasionado con su chica inexperta, antes de reclamarla para él.
En el instante que Cataleya puso los ojos en la extensión que ocultaba Henry en su entrepierna, ella cerró las piernas inconscientemente por el miedo. Estaba claro que iba a romperla.
Con su cariño y paciencia, Henry consiguió ayudarla a relajarse, antes de posicionarse entre sus piernas, dejando caer el peso de su enorme miembro sobre sus pliegues resbaladizos que ningún otro hombre tuvo el placer de probar o besar como lo hizo él.
-Agárrate a mí, pequeña y grita si hace falta mi amor.-pidió Henry con un tono dulce.-Si sientes que duele demasiado solo me lo tienes que decir y pararé.
Cataleya asintió paseando las manos por los músculos de su espalda, entregándose al calor de su cuerpo que acostaba sobre el suyo listo para tomarla.
El primer intento le arrebató un grito a la joven virgen, pero el segundo la dejó sin voz y ella creyó que su cuerpo iba a romperse en dos partes cuando Henry la penetró con fuerza, quitándole la virginidad.
Fue un dolor punzante, pero también había placer, y ella se dejó llevar por esa sensación. Cataleya se abrió para él, creyendo que se volvería loca con las palabras obscenas que Henry le decía al oído, con sus gemidos y sus gruñidos mientras se movía dentro de ella, llenándolo un agujero que había estado intacto esperando para recibirlo.
El placer fue tan intenso que los dos explotaron juntos en un orgasmo que quedaría grabado en sus corazones, y mientras se derramaba en su interior Henry murmuró sobre sus labios.
-Estoy enamorado de ti, Florecita, perdidamente enamorado.
Cuando sus cuerpos se calmaron después de una entrega repleta de pasión, deseo y mimos, el cielo se había convertido en uno bellísimo manto oscuro lleno de estrellas.
Cataleya se acurrucó en el costado de Henry y apoyó la cabeza en su pecho. Sus corazones aún latían acelerados y el alma de la joven bailaba en su interior por vivir algo tan mágico.
Llena de ilusión Cataleya observó cada detalle del hombre tan bello que tenía al lado, y bajó los ojos al muslo de Henry, donde se dio cuenta de que tenía una marca de nacimiento similar a la forma de la luna creciente. Hasta aquel pequeño detalle era hermoso en él.
—Me encanta tu pulsera.—dijo Henry llamando su atención y Cataleya miró la bisutería que tenía en la muñeca. Una pulsera con piedrecillas amarillas y varios colgantes con forma de orquídeas blancas.
—Tiene todo que ver con tu energía, con tu manera tan especial de brillar y con la delicadeza de tu nombre.—opinó y ella lo miró embobada.
—Fue un regalo de mi papá, según me contó mi madre él la hizo para mí. Cuando yo nací, él ya había fallecido de una enfermedad, pero le pidió a mi mamá que me diera esta pulsera para nunca olvidarlo.
—A mí también me gustaría tener algo tuyo para sentirte presente cuando tengamos que volver a separarnos. —murmuró y ella lo miró angustiada. —Pronto volveré a Estados Unidos y cuando esté allá me gustaría recordar cada segundo que estás aquí esperando por mí. Ya lo sabes, para hacer más amena la espera.
Cataleya se quitó la pulsera y la puso en la muñeca de Henry, aunque tuvo que ajustarla pues su brazo era mucho más grueso que el suya.
—Florecita no puedo permitir que me entregues el recuerdo más bonito que tienes de tu papá.—habló apresurado y ella lo hizo callarse con un beso.
—No me estás quitando nada. Es solo mientras tengas que estar alejado de mí, después volverá a mi muñeca, pero contigo. —indicó Cataleya.—Además, tómalo como un anillo de compromiso antes de que vayas a hablar con mi mamá.
—Te hace mucha ilusión que conozca a tu mamita, ¿cierto?
Cata volvió a dejar la cabeza caer sobre el pecho de Henry y suspiró enamorada.
—Mañana será el día más feliz de toda mi vida, y serás gracias a ti mi amor.
Después de su entrega de amor, Cataleya regresó a casa.
Como era de costumbre entró por el restaurante, pues la casita en la que vivía con su madre se encontraba encima del establecimiento. Era muy humilde, pero lo suficiente para que ellas fuesen felices.
Cataleya entró sin hacer ruido, decidida a ir a la cocina para seguir con los preparativos para el cumpleaños de su madre y terminar a tarta, pero vio una luz encendida y supo que venía de la oficina improvisada que Dolores había organizado en un cuartucho que al principio solo servía para guardar alimentos.
Desde la puerta Cata vio a su madre sostener una fotografía muy antigua en las manos. En ella se veía a su mamá con quince años y a su tía Mercedes que aquel entonces tenía diez.
-Deberías dejar de llorar por ella, mamita. Tía Mercedes no ha dado señales desde hace años y no creo que regrese ahora.-murmuró Cataleya con tristeza sorprendiendo a su mamá que rápido volvió a guardar la fotografía y se limpió las lágrimas.-Ella nos ha olvidado, deberíamos hacer lo mismo con ella.
-Nunca entendí por qué ella no podía aceptar la vida que nos ha tocado. -lamentó Mercedes.-Se marchó para cumplir sus sueños y aquí olvidó a su familia.
Cataleya se puso de rodillas delante de su mamá y acarició su rostro con cariño.
-Que haga lo que quiera con su vida, mientras tanto nosotras seremos felices aquí en esta tierra que es nuestra.-habló Cataleya con firmeza.-Ahora basta de llorar porque mañana será un día hermoso, el cumpleaños de mi mamita bella que es lo más importante de mi vida y solo quiero verte sonreír.
-No sé qué hice de bueno en esta vida para haber recibido la dicha de tener una hija tan juiciosa, fuerte y trabajadora.-habló Dolores emocionada.-Eres mi mayor bendición y mi mejor amiga.
-Tú también eres mi mejor amiga y la mejor mamá del mundo. Yo sí tuve mucha suerte de nacer de alguien con un alma tan linda como al tuya mamá.-declaró Cataleya abrazando a su madre.
Cuando Dolores la miró notó que había algo especial en la mirada de su niña.
-¿Qué te pasa mi amor?-preguntó intrigada.-Te noto tensa, ansiosa como si te hubiera tocado la lotería.-Dolores alzó una ceja mirando a su hija desconfiada.-No será por ese muchacho, ¿verdad? Te dije que debes tener cuidado.
-Mañana vendrá a pedirte mi mano, mamá.-soltó Cataleya dejando a Dolores boquiabierta.-Vendrá a decirte que me ama, como yo lo amo mamá.
-¿Mi niña de verdad te has enamorado?
-Con todo mi corazón y me muero de ganas que conozcas a Henry. Te va a encantar mamá, y verás lo maravilloso que es.
Dolores besó la coronilla de su hija y pidió a Dios que su hija realmente hubiera conocido a un buen hombre.
Cataleya se levantó y tiró de su mamá.
-Ahora a dormir, que mañana será un gran día.-demandó Cataleya lista para seguir con los preparativos y Dolores se dio cuenta de que su hija no caminaba bien.
-¿Cata por qué estás caminando como cervatillo recién nacido?
Cataleya tragó en seco, no podía decir que era por el hecho de que Henry estaba muy bien dotado, así que inventó una mentirita.
-Me caí de la bicicleta de camino a casa, pero tranquila que para mañana estaré como nueva.
Dolores la miró todavía más desconfiada y elevó la mirada al techo alzando las manos, suplicando a Dios que su hija no hubiese cometido una imprudencia con ese príncipe encantador que le causaba demasiada desconfianza.
En horas madre e hija descubrirían cuál de las dos estaba en lo cierto sobre Henry. Si el presentimiento de una madre o el corazón de su hija.