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Capítulo 6/ No sirve para el puesto.

En la suite del apartamento, Frank miraba a Carmenza como si tuviera dos cabezas.

—¿Estás hablando en serio?

—Por supuesto que estoy hablando muy en serio Frank. —respondió Carmenza con vehemencia.

Frank dejó salir una carcajada tirándose en la cama. Su nana puso los ojos en blanco.

Después de reírse del pedido de su nana, Frank se paró de la cama, vistió unos jeans claros que encontró por el suelo y fue al baño para echarse agua en la cara.

—No sé por qué llegaste a pensar que estaría de acuerdo con esa locura, pero olvídalo Carmencita. —bufó Frank. —No pienso tener un mocoso corriendo de un lado a otro en mi casa. Dile a la señorita que no sirve para el puesto.

—¡Por favor, Frank, ella necesita el trabajo! —rogó Carmenza viéndolo secarse la cara con una toalla y mojarse los cabellos para peinarlos hacia atrás, sin molestarse en ponerse una camiseta.

—La respuesta es no. —zanjó Frank.—No me gustan los niños, y no quiero tener a uno viviendo bajo mi techo. Estoy seguro de que conseguirás un trabajo para esa muchacha en otro lugar.

—Pues está abajo con su hijo. —habló Carmenza fingiendo inocencia y Frank casi la incineró con la mirada. —Si no la quieres en tu casa, tendrás que decírselo tú mismo.

—Lo haces para intentar ablandar mi corazón. —entendió Frank frunciendo el ceño y ella balanceó los hombros.

—¿Qué corazón Frank? —lo provocó. —Todas las mujeres de esta ciudad sabemos que en el cuerpo de Frank Mattson solamente un órgano funciona bien y que es el que te gobierna.

Frank tiró la toalla en la cama miró con desafío a su nana.

—Pues ahora mismo me encargaré de hacerle saber a esa señorita que aquí no hay lugar para ella ni para su hijo.

Frank bajó a la primera planta con pasos firmes y apresurados, sintiendo a Carmenza casi pegada a su espalda.

Él estaba decidido a decirle a la muchachita que tendría que buscar trabajo en otra parte, pero cuando entró en su salón y la vio, algo en él reaccionó. Lo cierto es que cada pedacito del monumento que era Frank Mattson sintió la llegada de aquella mujer en su vida.

Los labios rosados, la piel clara; su cabello largo y oscuro. Era preciosa, era pequeña, delicada y dueña de una belleza que podía volver loco a cualquiera, incluyendo al mujeriego más famoso de Manhattan.

—¿Señorita? —habló Frank y Cataleya soltó la fotografía, escuchando como el cristal se rompía contra el suelo.

El corazón de Cataleya dejó de latir reconociendo aquella voz, volviendo a experimentar las sensaciones que su tono tan dulce y seguro causaba en ella, después de casi seis años.

Frank por su lado se quedó paralizado cuando un niño de cabellos rubios y ojos castaños apareció en su campo de visión y sintió que tenía delante un espejo de su infancia.

Cataleya levantó la cabeza para verlo. Sus piernas se volvieron mantequilla al encontrarse otra vez con aquellos ojos verdes, con la piel que algún día la envolvió, en los brazos que se sintió mujer por primera vez.

—¿Mamá qué te pasa?—preguntó Rayan viendo que su madre se había quedado fría y paralizada como una estatua. La preocupación del niño llamó la atención de Frank que miró a la joven desconcertado con la manera como lo miraba. —¡¡Mamá!!

Delante de ellos, Cataleya se desmayó desplomándose en el suelo por la impresión que tuvo al reencontrase con el padre de su hijo. Con el hombre que la engañó de la forma más cruel.

Minutos después, Cataleya despertó en un cómodo sillón, sintiendo la mano de Rayan abrazando la suya.

—Ray...—balbuceó Cataleya mareada.

—Mamita.—habló Rayan con los ojos llorosos, estaba muy angustiado por su mamá.

Cataleya se llevó las manos a la cabeza sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor y pensó que había estado alucinando, que había tenido una pesadilla despierta, pero pronto descubrió que aquel mal sueño fue muy real.

—Toma, será mejor que bebas un poco de agua.—habló aquella voz masculina ofreciéndole un vaso con agua. 

Cataleya lo miró boquiabierta, creyendo que se había vuelto loca y que el padre de su hijo también, pues Henry la miraba como si la estuviera viendo por primera vez, siendo que se pasó semanas engañándola para enamorarla y robarle su bien más preciado.

—¿Sabe quién soy? —preguntó Cataleya consternada y él sonrió.

—Por supuesto que sí. Eres Cataleya Guerra, mi nueva sirvienta. —respondió Henry con toda la calma de mundo, dejándola más confundida de lo que estaba. —Yo me llamo Frank Mattson, bienvenida a mi casa.

Frank siguió sujetando el vaso con agua dándose cuenta de que Cataleya lo miraba de una forma muy rara, así que dejó el vaso sobre la mesita en el centro del salón, miró desconfiado al niño que le resultaba demasiado familiar y tiró de Carmenza.

—¿De verdad la aceptarás como tu nueva sirvienta? —quiso saber Carmenza sin entender su cambio tan brusco de opinión.

—Así, es. —confirmó Frank fascinado con la belleza de Cataleya.—Tendrás que pedirle a alguien que ponga una segunda cama en la habitación que estará dispuesta para ella. Supongo que querrá dormir con su hijo.

—Mi niño no sabes la alegría que me estás dando.—suspiró Carmenza aliviada. —Muchas gracias

Entusiasmado Frank le dio un beso en la mejilla y agregó.

—No me des las gracias, mejor encárgate de conseguirle un uniforme nuevo. No quiero que se ponga el mismo que tenía la sirvienta anterior.—pidió con una mirada pícara que dejó a Carmenza desconfiada.—Asegúrate de que sea un poquito más corto también.

Carmenza miró a Cataleya para asegurarse de que la joven no había escuchado el pedido de Frank, y lo miró con reproche.

—Frank no seas así, es una señorita decente no una de tus fulanas.

—Lo sé Carmencita, tranquila.—susurró Frank con una media sonrisa. —Querías que la aceptara como sirvienta y lo has conseguido, yo solo te pido que te encargues de que me alegre la vista. Tampoco es tan difícil, incluso pasaré por alto que su hijo viva en mi casa. Aquí ganamos todos.

En su estado de asombro y desconcierto, Cataleya escuchó la voz de Carmenza.

—Bueno niña, ya lo has escuchado. Bienvenida a tu nuevo trabajo y a tu nueva casa.

—¿Mamita vamos a vivir aquí?—preguntó Rayan ilusionado con vivir en un lugar tan bonito.

Cataleya miró a su hijo, a la fotografía que seguía en el suelo con el cristal roto y pensó en la reacción de Henry...Frank...poco importaba su nombre.

El padre de su hijo no la reconocía, la había dejado embarazada y no era capaz de recordarla. En su corazón un impulso le pedía gritar, golpear Henry o Frank, preguntarle porque la había engañado y montar un verdadero escándalo, pero allí estaba...viendo aquel trabajo como la única oportunidad que tenía por el momento de mantener a su hijo y no podía perderla por culpa de un hombre cruel, aun cuando ese hombre sería su nuevo jefe.

—¿Mamita este es o no nuestro nuevo hogar? —insistió Ray impaciente Cataleya lo miró tomando una decisión.

—Sí cariño, supongo que sí.

Cataleya aceptaría el trabajo, ahorraría algo de dinero hasta conseguir otro puesto y después se encargaría de poner al Casanova de Frank Mattson en su lugar, pero bajo aquel techo cada uno tenías sus planes con respecto al otro y en medio de ellos estaba Rayan, que no tenía ni idea que era heredero de una de las fortunas más grandes de Estados Unidos.

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