—¡Buenos días! —exclamó Carmenza asomando la cabeza en el salón para buscar quien había abierto las ventanas para ventilar. Miró el reloj en su muñeca incrédula y levantó las cejas impresionada. —¿Cataleya?
—¡Buenos días doña Carmenza!—contestó Cataleya apurada dejando un jarrón con flores encima de la mesa del comedor. Carmenza la vio ajustarse la falda de su uniforme y le dio pesar, era demasiado corta y debía resultar incómodo para trabajar, pero fue algo impuesto por Frank y no había manera de hacerlo cambiar su decisión. —¿Me necesita para algo?...¿He hecho algo mal?
Carmenza la miró abrumada y enternecida con la preocupación de la joven en hacer bien su trabajo.
—Cataleya son las seis de la mañana. —dijo Carmenza. —He visto que tienes la mayor parte de la casa limpia y has preparado parte del desayuno. Niña eres muy eficiente, pero no hace falta que te mates trabajando.
Cataleya se sonrojó apenada, estaba acostumbrada a madrugar y empezar el día trabajando en el restaurante