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Capítulo 5/ El trabajo será tuyo.

Semanas después Cataleya consiguió reunir lo poco que le quedaba para embarcar en aquella aventura con su hijo, lejos de su tierra natal, y cuando llegaron a Nueva York ambos sintieron que estaban en una película digna de cine.

Cataleya miraba embobada los altos edificios de Manhattan, y cuando vio la carita de su hijo percibió que él estaba igual de deslumbrado que ella. 

—¿Tienes frío cariño? —preguntó Cataleya cerrando un poco más aquel abrigo que le habían prestado a su niño.

Ellos no tenían dinero suficiente para comprar ropa después de pagar los billetes de avión y los trámites necesarios para viajar a otro país. Solo había dinero para comer los próximos meses, en caso de que la oferta que le habían hecho a Cataleya no saliera bien.

—Un poco, pero estoy bien mamita. —contestó Rayan, entusiasmado con aquel país lleno de oportunidades.

—Tranquilos, estoy segura de que pronto se acostumbrarán. —habló Margarita, la hermana de Rosario que vivía en Nueva York y que había recibido a Cataleya y a Rayan en su casa. —Cuando lleguemos a casa buscaré algo para que se abriguen mejor, y estoy segura de que a Ray le encantará la nieve.

—¿Aquí hay nieve? —preguntó Rayan emocionado y Margarita asintió viendo como él niño brincaba en un pie.

—Ahora tenemos que irnos. — los apresuró Margarita. —Doña Carmenza estará esperando por nosotros en la cafetería que nos ha citado.

—¿Crees de verdad que esa señora me ayudará a conseguir el trabajo en mi situación Margarita? —preguntó Cataleya angustiada y la mujer la reconfortó con una sonrisa antes de responder.

—Es una buena mujer, se dedica a ayudar a los suyos en todo lo que puede. Sé que con Rayan y contigo no será diferente. 

Minutos después llegaron a una elegante cafetería, donde una señora de unos sesenta años, cabello corto, oscuro y mirada curiosa esperaba por ellos.

Margarita saludó a la mujer que sostenía una taza con café entre las manos para mantenerse en calor, y luego la presentó a Cataleya, que sintió en su corazón que aquella señora era una buena persona por su sonrisa amable y tan acogedora.

—Me han dicho que tenías un hijo. —habló Carmenza intrigada, pues Rayan se había escondido detrás de su mamá por timidez.

—Así es señora, este es mi hijo Rayan. —contestó Cataleya haciéndose a un lado y cuando Carmenza puso los ojos en el niño, dejó la taza con café caer al suelo.

Carmenza perdió el habla por unos minutos, impactada con la visión que tenía del pequeño Rayan.

—¿Se encuentra bien, doña Carmenza? —preguntó Margarita preocupada.

Carmenza miraba a Rayan fijamente, hasta que se pegó una bofetada mental creyendo haber tenido una alucinación, por haber visto en aquel niño a alguien que era muy especial para ella, pero pensó que solo se trataba de una casualidad. Aquel niño no podía tener nada que ver con su “niño”.

—Sí, sí es solo que el café estaba demasiado caliente. —mintió Carmenza para disimular su asombro y volvió a mirar al niño. —Es un placer conocerte Rayan.

Rayan sonrió dejando a las tres mujeres derretidas con su ternura. Después Margarita se llevó al niño para que Cataleya pudiera hablar con Carmenza sobre la oferta de trabajo.

—Tienes buenas referencias, querida, además yo confío mucho en Margarita. —indicó Carmenza y Cataleya asintió agradecida, y miró a su hijo jugando en la terraza de la cafetería.

—¿De verdad cree que me aceptarán con un niño? —preguntó preocupada y la mujer entendió su miedo.

—Hace años llegué a este país en la misma situación que tú, y la señora Mattson me recibió en su casa, donde mi hijo y yo fuimos acogidos por su familia. —contó Carmenza dejando a Cataleya impresionada y también aliviada. —Trabajarás para su hijo, y te aseguro que es un buen hombre con un gran corazón. El trabajo será tuyo, confía en mí.

Tras la conversación con Carmenza, Cataleya se sintió eufórica. 

Ella nunca había trabajado limpiando casas, pero era una mujer fuerte y con ganas de trabajar. Solo le preocupaba conocer a su nuevo jefe.

Carmenza las llevó a Upper East Side, directo a un edificio de lujo en una zona residencial muy sofisticada de la ciudad.

—¿El señor Mattson vive aquí?—preguntó Cataleya asombrada sin soltar la mano de su hijo, que se veía abrumado con tanto lujo.

—Es dueño de las dos últimas plantas que están conectadas. —contó Carmenza saludando al portero. Un hombre joven, de tez bronceada y nacionalidad puertorriqueña que rápido le echó el ojo a Cataleya. —Sé que ahora parece muy abrumador, pero pronto te acostumbrarás a su mundo. Aquí nuestra única obligación es ser invisibles, es lo que exigen las personas de su clase del servicio.

Cuando entraron el apartamento, que era una más de tantas propiedades que poseía la familia Mattson, Carmenza le pidió a Cataleya que esperase por ella en la entrada junto con Rayan, mientras que ella se encargaría de preparar el terreno para la llegada de la joven como la nueva empleada de uno de los solteros más codiciados de la ciudad.

En la puerta de la suite principal, Carmenza tomó aire para entrar sujetando una taza con café bien fuerte, que había cogido en la cocina antes de despertar al heredero de los Mattson.

—Oh por Dios.—resopló Carmenza al entrar y encontrar a su niño durmiendo en su cama King Size con dos señoritas tras una noche loca. —¡¡Hora de despertar!!

Carmenza comenzó a deslizar las cortinas dejando la luz del Sol invadir toda la estancia, ignorando los quejidos detrás de ella y las protestas.

—¡Vamos Frank, ya son pasadas las doce y tú no puedes seguir en la cama! —demandó tirando de la colcha. Pronto se arrepintió de hacerlo.

—¡Carmencita una hora más!-suplicó Frank, pero Carmenza contestó colocando la taza delante de su ojos. —¡Oh por amor a Cristo, ¿será que un hombre no puede dormir en paz?!

—¡Un hombre con tu apellido no!—respondió Carmenza con cansancio. —Ahora dígales a estas señoritas que se marchen, y no lo pienso repetir.

Frank se llevó las manos a la cabeza con un dolor de los mil demonios, miró a las dos mujeres que fulminaban a Carmenza con la mirada por haberlas despertado de aquella manera, y puso los ojos en blanco.

—¡Señoritas, habéis escuchado a la jefa, lárguense! —ordenó y ellas se quedaron desconcertadas con su trato tan frío, Frank a su vez se impacientó. —¿Acaso no habéis escuchado? ...¡Hasta luego...o mejor, hasta nunca!

—¿No volverás a llamarnos? —preguntó una de ellas vistiendo su corto vestido mientras que la otra tropezaba intentando calzarse todavía adormilada. —Porque supongo que volveremos a verte, ¿no?

—Obvio que no. —gruñó Frank señalando la salida. —¡Y no olviden cerrar la puerta cuando salgan! —Cansado y frustrado Frank agarró la taza con café y miró a su nana. —Dame un buen motivo para sacarme de la cama de esta manera Carmencita...y que sea muy bueno.

Carmenza explicaba la situación de la joven colombiana que recién había llegado al país, mientras tanto en la entrada de aquel apartamento lujoso Cataleya y su hijo vieron como dos señoritas que parecían modelos abandonaban el lugar maldiciendo al dueño y mirando a madre e hijo como si fueran insectos por verse tan humildes.

—¿Mamita por qué están semidesnudas? —preguntó Rayan confundido, pero su madre estaba igual que él.

—No tengo ni idea cariño. —contestó Cataleya desconcertada y vio como Rayan entraba al enorme salón, atraído por las vistas que tenían de la ciudad. -¡Rayan no te apartes de mí!

—¡Mira mamá que bonito! —exclamó el niño impresionado y Cataleya se acercó a él casi pegados al enorme ventanal.

—Si, es muy bonito. —murmuró Cataleya embobada.

En medio de su asombro, con aquel mundo para personas privilegiadas que ella comenzaba a descubrir, Cataleya vio una fotografía que llamó su atención.

Mirando la fotografía Cataleya sintió que su corazón daba un vuelco y por unos sintió que le costaba respirar. En la imagen había dos hombres muy atractivos, vestidos muy elegantes al lado de una mujer rubia que se veía mayor que ellos, muy hermosa y refinada.

Cataleya no conocía a aquella mujer y mucho menos al hombre que se encontraba agarrado a su brazo derecho, pero el hombre que estaba a su lado izquierdo poseía una sonrisa que ella jamás llegaría a olvidar. Aquel rostro si lo conocía, lo recordaba cada noche en sus sueños y cuando miraba a su hijo. Era Henry...era el padre de Rayan.

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