Seis años después.
—¿No tienes ninguna pista de ese hombre? —insistió Rosario en aquella pregunta que Cataleya tuvo que soportar durante los últimos años de su vida, mirando a la hija de su mejor amiga. —No es posible que se haya esfumado así de repente.
—Sí Rosario, se ha esfumado. Como si hubiera sido fruto de mi imaginación. —suspiró Cataleya con cansancio. —Henry nunca existió realmente, fue el nombre que utilizó para embarazarme y abandonarme como si fuera un juguete roto. Pero eso ya no importa, en este momento tengo preocupaciones más grandes que recordar cómo me dejé engatusar por un desgraciado que jugó con mis sentimientos. Mi hijo no tiene padre, solo me tenía a mí y a mi mamá...bueno, la teníamos.
Era la primera vez en tantos años que Cataleya entraba en el restaurante de su madre y no sentía el delicioso olor de su comida, mezclado con las flores que Dolores recogía de su jardín cada mañana.
Sus amarillos, bordados por su madre seguían en la mesa. En cada rincón había un recuerdo de Dolores Guerra, pero ella ya no estaba.
Cataleya tomó aire, hizo acopio de voluntad para dejar de llorar y ser fuerte.
Su mamá era la base más fuerte de su vida, su mayor apoyo y su mejor amiga, pero también fue una gran maestra y la educó para enfrentarse al mundo.
—Siento que tengas perder este lugar. —habló Rosario ayudando a Cataleya a recoger los adornos de las mesas, los manteles, las cartas. Todo lo que Dolores había hecho con sus propias manos y con tanto cariño. —Tu madre era una mujer perseverante y se dejó la piel en este restaurante.
—Ahora ella no está, y este lugar que es lo único que me queda de mi mamá, ya no será mi hogar. —suspiró Cataleya con tristeza.-Me duele que no haya confiado en mí lo suficiente para contarme que tenía tantas deudas.
—Tu madre confiaba en ti, solo no quería llenar tu cabeza con preocupaciones. Tu atención debía estar en tu hijo, no en los problemas económicos.—justificó Rosario a su amiga. —Tu mamá hizo todo lo posible por pagar las deudas acumuladas que ha ido arrastrando desde la muerte de su marido.
—Este restaurante ha sido nuestra vida entera. Forma parte de su historia, de la mia y la de mi hijo. —lamentó Cataleya. —Tuve que venderlo, y siento que una parte de mí se está apagando como el cartel de la entrada. “El Rincón de Doña Lola” era la vida de mi madre, y lo he perdido Rosario.
—No mi niña, la vida de tu madre eras tú. —refutó Rosario. —Sé que saldrás adelante. Eres una guerrera como ella, contra tu madre no pudo nadie y contigo será igual.
—El cáncer pudo con ella, ganó la batalla y me quitó a una de las personas que más amaba en el mundo. —respondió Cataleya con la voz rota. —Pero no puedo quedarme aquí llorando. Todavía tenemos muchas deudas que pagar, y encima está ese maldito pastor...que de hombre de Dios tiene poco.
—No entiendo como tu madre pudo haber entregado parte de su restaurante a la iglesia y que ahora ese hombre venga a reclamarla sin ningún derecho. Es un infeliz miserable. —habló Rosario indignada.
—Pero yo no pienso darle ni un peso. —aseguró Cataleya con firmeza. —Es un estafador, y está loco si piensa que me va a intimidar con sus amenazas. Tengo asuntos más importantes que resolver, como conseguir un trabajo para mantener a mi hijo. Mi niño es lo único que me importa ahora, y por él sacaré fuerza de donde sea para sacarlo a adelante.
Rosario limpió las lágrimas de Cataleya y la miró orgullosa.
—No se puede negar que cuando se trata de las mujeres de tu familia “Guerra” no es solamente un apellido. Estás hablando como tu mamá, heredaste su fuerza y nuestro rubio será igual de fuerte.
—Mi rubito hermoso.-suspiró Cataleya. —Esta mañana despertó una hora antes para prepararme el desayuno, porqué quería levantarme el ánimo. —sonrió recordando. —Jugo de mango con galletas, el mejor desayuno de mi vida y me supo a gloria.
Rosario miró alrededor y se dio cuenta de que había demasiado silencio en aquel restaurante.
—Hablando de nuestro rubito, ¿dónde está? —preguntó intrigada y Cataleya suspiró con cansancio.
—Mi niño ha ido a clase. —contestó Cataleya apenada.—Ha pasado por mucho en los últimos días, después de perder a su abuela, pero dice que ella no le dejaría quedarse en casa llorando, sino que lo mandaría a estudiar pues su futuro depende únicamente de él mismo.
—Es un niño maravilloso Cata. —dijo Rosario y la vio esbozar una gran sonrisa.
—Es el amor de mi vida, mi hombrecito valiente.
De repente el teléfono de Rosario comenzó a sonar, y ella miró a Cataleya llena de esperanza.
—Es de Estados Unidos, mi niña. —informó dejando a Cataleya expectante. —Si es lo que estoy pensando, puede que tu suerte esté a punto de cambiar y la de tu niño también.
En su interior Cataleya se sintió ansiosa y preocupada, sobre todo por el futuro de su niño, que el aquel momento demostraba que su mamá estaba en lo cierto. Rayan Guerra era muy valiente.
—¡Ray, no lo hagas! —suplicó una niña tirada en el patio del colegio.
Rayan se colocó bien las gafas y levantó sus pequeños puños desafiando al otro alumno del centro que él había derribado con un golpe sorpresa.
—¡Vamos, levanta como un hombre y enfréntame a mí, no a una chica! —demandó Rayan que a su corta edad hablaba con autoridad y firmeza. —¡Eres un cobarde, tu mamá no te ha enseñado que debemos respetar a las niñas y protegerlas!
—¡Cómo pega Gafotas, y parecía tonto! —exclamó un alumno asombrado, viendo como el matón del colegio se levantaba asustado.
—¡Que mis gafas no te engañen, soy más fuerte de lo que aparento! —afirmó Rayan.
El matón de la clase se puso de pie, pero no se atrevió a intentar atacar a Rayan otra vez, sino que mantuvo una distancia segura.
Rayan ayudó a la niña a levantarse y ella le dio un beso en la mejilla.
—Eres mi héroe Ray. —habló Tracy con una mirada bobalicona. Ray sonrió orgulloso de su valentía.
—Mi mamá me ha enseñado a ser un buen hombre, la heroína es ella. —contó Ray y escuchó al matón reírse de él con sus amigos.
—Tu mamá es una mala mujer y una mala influencia para las señoritas del barrio. —habló el niño con desprecio. —Por eso es madre soltera, porque nadie la quiere, al igual que tu papá que tampoco la quiso.
—No digas tonterías como la cacatúa de tu mamá, Juan Manuel. —Mi mamá está soltera porque es muy hermosa, y una reina como ella no estaría con un viejo feo y panzón como tu papá.
—¿Qué dijiste? —lo encaró el niño olvidando la vergüenza que había pasado minutos antes, y Ray no se acobardó.
Aunque el matón era más alto que él
—¡Lo que acabas de escuchar, pero si quieres lo repito! —lo enfrentó Ray. —Y espero que no vuelvas a ponerle un dedo encima a Tracy, porque si no volveré a ponerte en tu lugar.
El timbre del colegio comenzó a sonar indicando la hora de la salida, y los niños salieron corriendo para regresar a sus casas.
En la entrada Cataleya sentía que le sudaban las manos, que un agujero se abría en su estómago por los nervios de la noticia que había recibido, pero no todos los nervios que sentía la impidieron escuchar lo que decían las malas lenguas, como era de costumbre.
—Seguro que la mamá murió de un disgusto.—murmuró la madre de otro alumno. —Imagínate, criar a tu hija para que termine revolcándose como cualquier hombre y resulte embarazada y abandonada. Qué vergüenza para Dolores.
—Eso también pasa por no haber tenido la autoridad de un hombre en casa. Les faltó mano dura a esas mujeres. —añadió otra mirando a Cataleya con desprecio.
—¡Porque mejor no ocupa de vigilar a su marido antes que andar cuidando la vida de los demás, doña Consuelo! —exclamó Cataleya, cansada de soportar el veneno de aquellas víboras.
—Nadie está cuidado de su vida niña, solo comentamos lo que vemos y decimos la verdad. —respondió la vecina amargada. —Una mujer de bien no sale embarazada con el primer varón que encuentra en la calle.
—¡¿Y acaso sabe usted lo que es un varón?! —replicó Cataleya. —Lo dudo mucho, porque a excepción de usted, todo el barrio sabe que su esposo prefiere pasar el rato con a solas con su cuñado mientras que usted se dedica a chismosear en la plaza. En su casa no hay un varón, solo hay dos hembras.
La mujer miró a los demás padres, dándose cuenta de que nadie podía mirarla a los ojos.
—¡Estás mintiendo, ramera maleducada! —vociferó doña Consuelo. —¡Mi marido es un santo!
—Su marido es una hembra calenturienta y usted una vieja chismosa mal amada.—rebatió Cataleya.—Ahora vaya a vigilarlo y olvídese de mi nombre, y limpié su boca para hablar de mi mamá, porque ella sí era una mujer de verdad, no como usted.
La mujer se abalanzó sobre Cataleya, pero ella esquivó, y sin que lo vieran llegar, Ray puso el pie delante de doña Carmenza que cayó en un charco de barro.
—¡Con mi mamita no se mete nadie, vieja fea mal hecha!
La que intentó humillar a Cata, terminó humillada al igual que el matón de su hijo.
—Ray, cariño, no debiste hacer eso. —dijo Cataleya apenada por la manera como su hijo la ayudó a defenderse. —Mamá podía ocuparse sola de este asunto.
—Mamita, la abuela me pidió que jamás te deje sola y le prometí que así sería. Tú y yo formamos un gran equipo, y siempre vamos a protegernos. —habló Ray con convicción y su madre lo llenó de besos.
En medio de tantos problemas, una pérdida que les había partido el corazón y la venta del restaurante, Cataleya sonrió por tener el amor, el cariño y el apoyo incondicional de su rubito.
De regreso a Casa, Ray se comía la empanada que su madre le había entregado y ella se armó de valor para darle aquella noticia.
En medio de la calle, Cataleya se puso a la altura de los ojos de su hijo que la miró preocupado.
—¿Sucede algo mamita?—preguntó angustiado. —¿Te han hecho daño?
—No mi rubito bello, es solo que debo contarte algo. —indicó Cataleya viendo como su hijo fruncía el ceñito.
—¿Es algo malo?
—No mi amor, es solo que nuestra vida va a cambiar un poco. Nos vamos a Estados Unidos, vamos a volver a empezar. —reveló Cataleya.
Rayan no sabía si Estados Unidos estaba o no muy lejos de su casita en el barrio que tanto amaba, pero sabía que su mamá solo tomaba decisiones pensando en lo mejor para él. Así que tomó su mano y contestó:
—Mamita, yo contigo voy a donde sea. Tú y yo contra el mundo, siempre juntos.
Cataleya abrazó a su hijo y pidió a Dios con todas sus fuerzas que la ayudará en aquel nuevo camino, sin saber que la vida reservaba grandes sorpresas para ella.