La cabaña todavía vibraba con el eco de la batalla. Las paredes de madera crujían como si presintieran que iban a ser testigos del final de una historia manchada en odio y sangre.
Owen respiraba con fiereza, los ojos inyectados en un rojo enfermizo, el sudor mezclado con la suciedad de sus manos que aún temblaban por la excitación de haber tenido a Mía bajo su control. Logan, frente a él, era un muro de furia contenido; su pecho subía y bajaba como un fuelle, los músculos tensos, las garras semiformadas brillando bajo la poca luz que entraba por las rendijas de las ventanas.
El olor metálico de la sangre impregnaba el aire. Mía yacía inconsciente en el suelo, con el vestido desgarrado por el forcejeo, ajena a lo que estaba a punto de ocurrir. Logan no apartaba la mirada de Owen, y cada fibra de su ser recordaba aquella noche en que había perdido a su primera luna.
El rostro de Owen, burlón y retorcido, era el mismo que había visto cuando su vida se había hecho pedazos. Esa cicatriz n