La luna se alzaba alta y brillante sobre el bosque, bañando la tierra en una luz plateada que parecía arder sobre la piel.
Mia no sabía por qué su corazón latía tan rápido, por qué sus piernas temblaban como si fueran presionadas por una fuerza que no era suya. Llevaba semanas sintiéndose extraña, como si algo dentro de ella estuviera a punto de romperse, de liberarse, de nacer.
Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras cruzaba el claro. El viento traía aromas nuevos, salvajes, antiguos.
Su piel ardía, sus ojos estaban secos. Había dejado atrás la pequeña casa que compartía con Luca, su hermano mayor, sin avisarle. Necesitaba correr. Necesitaba respirar.
Al otro lado del bosque, en la frontera norte, Logan observaba el mapa extendido sobre la mesa de guerra. Sus hombres lo rodeaban, atentos a sus órdenes. Los ojos del Alfa destellaban con furia contenida.
—Esta noche —dijo con voz baja pero firme— vamos a tomar represalias. Aria era nuestra Luna, y su muerte no quedará impune. Owen debe pagar.
Jacop, su beta, aún tenía los ojos enrojecidos. No había perdonado a Logan por lo ocurrido. Pero esta vez, no discutió. Simplemente asintió, apretando los puños.
En el bosque, Mia cayó de rodillas bajo la luz de la luna llena. El dolor la atravesó como cuchillas.
Gritó, pero no era un grito humano. Era algo más profundo. Más antiguo. Sus huesos crujieron, su espalda se arqueó. Los ojos se le tornaron de un plateado brillante, y su piel comenzó a desgarrarse para revelar una nueva forma. Su forma verdadera.
A kilómetros de distancia, Owen se levantó abruptamente de su asiento. Su corazón rugió en su pecho. Una conexión lo atravesó como un rayo. Algo había despertado. Algo poderoso. Algo suyo.
—¡Mía! —gruñó, transformándose en un lobo gris como la noche y lanzándose hacia el bosque.
El lobo blanco que ahora era Mia se alzó sobre sus patas con torpeza, pero elegancia. Era majestuosa, pura. Su pelaje brillaba como nieve bajo la luna.
Sus ojos miraron al cielo, y una energía antigua se liberó de su pecho. La tierra entera pareció estremecerse con su aullido.
Owen emergió de los árboles segundos después. Sus ojos se abrieron con asombro. Ahí estaba ella. Su Luna.
Al otro extremo del territorio, Logan se detuvo en seco. Sintió el llamado. Sintió el vínculo. No podía ser. No después de perder a Aria.
—¡Cambio de planes! —rugió—. ¡Vamos al corazón de Colmillo!
Sus hombres no dudaron. En un instante, una decena de lobos se lanzaron por los árboles rumbo al corazón de la manada enemiga.
Mia, aún en su forma loba, giró lentamente al escuchar el crujir de ramas. Owen avanzó hacia ella, hipnotizado, confundido. Nunca la había mirado así.
Siempre la había despreciado por su baja posición, por ser pequeña, por no haberse transformado… hasta ahora.
—¿Qué eres…? —susurró en su mente, conectándose telepáticamente como los Alfas sabían hacer con su futura Luna.
Ella no respondió. Solo lo observó, y luego volvió a mirar la luna.
Owen la miró de nuevo, la había encontrado… pero algo no estaba bien. Porque en el mismo instante que la vio, su vínculo se tensó con otra presencia. Con la de Logan.
Un rugido feroz rompió la calma. Logan y sus lobos irrumpieron como una tormenta. No había piedad en sus ojos, solo venganza. Owen gruñó al verlos, posicionándose frente a Mia, no era uno solo, eran más de diez lobos.
Logan la miró. El lobo blanco. El mismo vínculo. El mismo fuego. El mismo destino
—¡Llévensela! —ordenó a dos lobos de su manada que recién llegaban.
—¡Asegúrenla!
—Aléjate de ella —gruñó Owen —. No es tuya.
—No tienes idea de lo que es —replicó Logan al mismo tiempo que se posicionaba para la batalla.
Las garras de Owen desgarraron el flanco de Logan con violencia, arrancando un gruñido ensordecedor del lobo negro.
Logan respondió embistiendo con fuerza, sus colmillos atraparon el hombro de Owen y lo arrojaron contra un árbol con tal impacto que la corteza se astilló. La sangre de ambos salpicaba el suelo como una lluvia maldita, sus cuerpos chocaban con furia salvaje, mordiendo, rasguñando, empujando.
Eran dos bestias alfas desatadas, guiadas por el instinto, el odio, y el vínculo inexplicable que los ataba a la misma hembra.
En medio de la batalla, Mia gritó. Su voz humana brotó de la garganta de la loba blanca mientras su cuerpo empezaba a retorcerse con dolor.
Las patas se encogieron, el pelaje se reabsorbió en su piel, sus huesos crujieron con violencia bajo la transformación inversa. Desnuda y cubierta de sudor y barro, cayó de rodillas entre los árboles, jadeando, con la piel temblorosa y los ojos abiertos de par en par.
Era su primera transformación y la había drenado por completo. Un gemido escapó de sus labios antes de desplomarse de lado, apenas consciente, expuesta en medio de una batalla que no comprendía del todo.
Logan vio su caída en un instante de respiro, su hocico sangrante se alzó y, sin pensarlo, giró hacia los árboles más cercanos. Un gruñido corto y una sacudida de cabeza bastaron como orden.
Tres lobos de su manada emergieron de la oscuridad: rápidos, disciplinados. Mientras Logan mantenía a Owen ocupado, sus hombres se acercaron a Mia, la envolvieron en una capa oscura y la alzaron con cuidado entre los colmillos.
Owen rugió con furia al ver cómo la tomaban, intentó correr hacia ellos, pero Logan se interpuso con un zarpazo brutal al rostro que lo hizo retroceder, bañado en sangre y rabia. La loba blanca ya no estaba a salvo... y ahora pertenecía al conflicto más feroz que esos territorios hubieran visto jamás.