La luna estaba alta, coronando el cielo oscuro con su luz plateada mientras el viento mecía las copas de los árboles con un silbido inquietante. El bosque temblaba bajo la presencia de docenas de lobos que avanzaban con paso firme, sus ojos reflejando la claridad nocturna como brasas encendidas.
Owen caminaba al frente de su manada, con el ceño fruncido y la mandíbula tan tensa que parecía que sus colmillos se quebrarían por la presión. Sus hombres marchaban detrás de él, guerreros de pelaje gris, marrón y negro, todos con la respiración agitada por la expectativa y el miedo que se filtraba entre sus filas como un veneno silencioso.
Se detuvo justo en la frontera del territorio de la manada Tormenta. El olor de Logan impregnaba el aire: un aroma oscuro, fuerte, salvaje, como la tierra mojada mezclada con hierro. Owen alzó su cabeza hacia la luna, dejando que su lobo sintiera la presencia de su enemiga y… de ella. Su Luna.
Se giró hacia sus hombres, sus ojos gris plateado brillando con