El diario descansa abierto sobre mis piernas. La tinta fresca aún brilla bajo la luz cálida de la lámpara, y mis dedos tiemblan un poco al sostener la pluma. Siempre fui de palabras, siempre necesité escribir para ordenar mis pensamientos, para dejar en el papel aquello que a veces no me atrevo a decir en voz alta.
“Hoy desperté y vi a Logan dormir a mi lado. Y comprendí, una vez más, que sobrevivimos. Que, a pesar de todas las heridas, los recuerdos oscuros, las pérdidas, seguimos aquí. Su respiración pausada me recordó que incluso los lobos más feroces necesitan un hogar, y yo… yo soy su hogar.”
Escribo y sonrío. Me siento en paz, aunque una parte de mí aún no cree del todo en la calma. Después de todo, la vida nos enseñó que siempre había una tormenta esperándonos en la esquina. Pero ahora no. Ahora hay quietud.
La pluma sigue moviéndose.
“Isabella está feliz con Adrián. Mi niña… nunca la vi brillar tanto. Y nuestro hijo, tan pequeño, tan perfecto, me recuerda que la vida nos dio u