El despertar

El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, tiñendo de ámbar los cielos sobre el territorio de la manada Colmillo. Mia caminaba con paso firme por el sendero que conectaba el bosque con su casa. Aunque su estatura y complexión pequeña hacían que muchos la subestimaran, en su interior ardía una llama que la hacía diferente.

A pesar de que aún no se había transformado ni había sentido a su loba, se mostraba fuerte, audaz y decidida, con una valentía que nadie parecía notar. Ella sabía en el fondo lo que valía.

Iba distraída, con la mochila colgando de un solo hombro, mientras tarareaba algo en su mente, cuando tropezó con algo sólido... bueno más bien, con alguien.

—Lo siento —dijo rápidamente al levantar la vista—. No me fijé por donde caminaba.

Delante de ella, alto, cubierto de tierra, con restos de sangre seca en sus ropas y en su cuello, se alzaba Owen, el temido alfa de la manada Colmillo. Sus ojos, oscuros como la noche, la miraron sin expresión aparente. Él acababa de regresar del ataque a la manada Tormenta… del asesinato de Aria.

Mia sintió un escalofrío que no supo explicar.

—Fíjate por donde caminas —gruñó él con desdén, con su mirada fría y penetrante y siguió su paso.

Ella se apartó sin discutir. Sabía que no debía enfrentarse a él, eso sin duda podría ser letal para alguien como ella. Owen siempre la había despreciado, considerándola débil, insignificante. Una Omega sin valor. 

Sin embargo, cuando siguió caminando Owen se detuvo de pronto, frunciendo el ceño. Hubo algo… un olor apenas perceptible que lo hizo girarse lentamente.

Ella ya no estaba. Como un suspiro, Mia había desaparecido entre los árboles y sombras y eso de algún modo lo había dejado inquieto. 

Mia a su casa, una pequeña casa al borde del territorio. Luca, su hermano mayor, la esperaba sentado en la vieja mecedora, con un libro en las manos. Luca era un Omega también, pero protector y cariñoso. Desde que sus padres murieron en un accidente, cuando Mia tenía diez años, él se había encargado de ella.

—Volviste tarde —comentó él sin levantar la vista del libro—. Creí que ya no llegarías.

—Tuve que ayudar a la señora Gretta con unas hierbas —dijo ella mientras se quitaba los zapatos—.Sabes que me gusta ayudar en mi tiempo libre.

—¿Y qué tal el día? ¿Salvaste el mundo o solo le enseñaste a unos cachorros cómo no caerse del árbol? —ironizó él con una sonrisa.

—Muy gracioso —rió ella. Luego, se puso seria—. Estaba pensando… deberías irte a la universidad, Luca. De verdad. Aquí solo te consumen. Yo estaré bien. Ya soy mayor y me sé cuidar sola. No te preocupes por mí, estaré bien.

Luca bajó el libro lentamente.

—No seas ridícula. No te voy a dejar sola aquí. No con ese Alfa...

—Lo vi —interrumpió Mia—. Hoy me crucé con él. Estaba... cubierto de sangre.

Luca se incorporó de golpe.

—¿Con Owen? ¿Otra pelea?

—No lo sé... sentí miedo. Por un instante pensé que... no sé, era como si algo en mí se revolviera. Como si mi interior gritara.

Luca frunció el ceño, pero no dijo nada más. Simplemente asintió y puso una mano sobre su cabeza.

Mientras tanto, al otro extremo del bosque, el Alfa Logan emergía de entre los árboles, con el cuerpo inerte de Aria entre sus brazos. Su llegada a los límites de la manada Tormenta fue como un trueno. Los guerreros se arremolinaron a su alrededor, enmudecidos por el horror.

Jacop, el beta de la manada y hermano de Aria, se abrió paso entre los demás.

—¡NO! —gritó al ver el cuerpo ensangrentado de su hermana—. ¿Cómo pudiste dejarla morir? ¡ERAS SU MALDITO ALFA!

Logan, agotado, dolido y lleno de rabia, no respondió. Jacop lo empujó con fuerza y los dos cayeron al suelo. El dolor se transformó en furia.

Logan gruñó y su cuerpo se estremeció al entrar en fase. En segundos, un enorme lobo negro tomó su lugar, con los ojos brillando de ira. Jacop hizo lo mismo, transformándose en un lobo grisáceo, más pequeño pero igual de decidido.

La pelea fue brutal, con zarpazos, gruñidos y mordidas, sacudiendo la tierra bajo sus patas. Los miembros de la manada no sabían si intervenir o dejarlos desahogar su dolor.

En medio de la batalla, Logan se detuvo en seco. Su hocico se alzó, husmeando el aire. Un olor… dulce, salvaje, puro… algo que lo atravesó como una descarga eléctrica. Era un aroma nuevo, pero imposible de ignorar. Un olor que lo atraía como imán.

Al otro lado del bosque, Owen también levantó la cabeza mientras bebía agua y limpiaba la sangre de su cuerpo.

—¿Qué demonios es eso...? —murmuró, tocándose la nariz.

Ese olor. Era el mismo que había percibido cuando Mia tropezó con él. Algo en su interior vibró, gruñó, exigió atención. Pero no lo entendía.

En su casa, Mia miraba por la ventana, sintiendo también que algo cambiaba. Como si una energía invisible hubiera despertado algo dentro de ella que no sabía que tenía.

Y aunque aún no lo sabía, los dos alfas… el que la despreciaba y el que venía marcado por el dolor… acababan de oler a su futura Luna.

El destino acababa de ser sellado con sangre, dolor y un susurro en el viento y Mía estaba en medio de ello.

Y la guerra apenas comenzaba.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP