En un mundo donde las manadas dominan los bosques y los pactos de sangre sellan destinos, Lía Calderón, una humana marcada por una extraña cicatriz en forma de luna creciente, descubre que es la prometida del último heredero de la Manada Roja, un clan de licántropos desterrados y olvidados por los suyos. Él es Kael, un alfa sin territorio, condenado al exilio por un crimen que jura no haber cometido. Frío, salvaje y con ojos de plata, regresa a reclamar no solo su lugar... sino a su prometida. Pero Lía no es la chica sumisa que esperaba: guarda secretos oscuros, un linaje oculto... y un poder capaz de destruir o redimir a los hombres lobo para siempre. Cuando la Luna de Sangre se alce, deberán elegir entre el amor o la guerra, entre el destino y la libertad. > ¿Puede una humana cambiar el curso de una maldición ancestral? ¿Y puede un lobo exiliado volver a amar… sin devorar lo que más anhela?
Leer másEl aire estaba denso aquella noche en San Elías. El tipo de humedad que se aferra a la piel y no se va, como un presentimiento... o una advertencia. El silencio del bosque no era normal, era profundo. Contenía la respiración como si supiera que algo estaba a punto de suceder.
Lía Calderón caminaba sola por el sendero que conectaba la vieja estación de tren con su casa. Lo había recorrido decenas de veces; era su ruta secreta para evitar el camino principal, donde los borrachos del pueblo acostumbraban hacer ruido los viernes por la noche. Pero esa noche, algo era distinto. La brisa no susurraba entre las ramas. Las luciérnagas no bailaban. Todo estaba... expectante. El cielo, completamente despejado, dejaba ver una luna redonda y pálida, más brillante de lo normal. La luna llena. La misma que, desde niña, le provocaba sueños tan vívidos que despertaba gritando, con el pecho empapado en sudor. Pesadillas de colmillos, bosques ardiendo y aullidos que le desgarraban el alma. Y esta vez no fue diferente. Un sonido rasgó la quietud como una cuchilla afilada: Un aullido. Largo. Doloroso. No era un perro. Era algo más grande. Más salvaje. El tipo de sonido que no solo se escucha: se siente en los huesos. Lía se detuvo en seco. Un escalofrío le recorrió la espalda. El bosque temblaba, no por el viento, sino por la presencia de algo que no se veía… pero que ella sentía. Como si algo caminara entre los árboles, invisible, pero real. —Solo es un coyote… —murmuró, pero incluso mientras lo decía, sabía que se mentía. Entonces, sucedió. Una punzada ardiente recorrió su espalda, justo donde siempre había tenido una cicatriz en forma de luna creciente. Desde niña, los médicos no habían podido explicarla. Decían que era una malformación dérmica, una marca de nacimiento… Pero ahora ardía. Como si una brasa se hubiera incrustado bajo su piel. Cayó de rodillas, jadeando, con las manos temblorosas enterradas en la tierra húmeda. —¿Qué… me está pasando? Los árboles comenzaron a crujir. Pasos. Grandes. Pesados. Acelerados. Lía alzó la vista… y entonces lo vio. Un par de ojos plateados la observaban desde la maleza. Inhumanos. Brillaban como si contuvieran la luz de la luna misma. Como si la noche se apartara de ellos. El corazón de Lía se desbocó. Pero no era miedo lo que sentía. Era algo más profundo, más inquietante. Un reconocimiento. Como si esos ojos hubieran estado siempre en su memoria, aguardando este momento. La criatura emergió lentamente de entre los árboles. No era un hombre. No era un animal. Era ambas cosas y ninguna. Un lobo gigante, musculoso, negro como la medianoche. En su pecho, una cicatriz cruzaba de lado a lado, como si alguien hubiera intentado partirlo en dos y fallado. —¡No te acerques! —gritó Lía, retrocediendo hasta que su espalda chocó contra el tronco de un árbol. Pero el lobo no gruñó. No mostró los colmillos. Solo la miraba. Como si esperara… una señal. Como si ella fuera el misterio que había cruzado medio mundo para encontrar. Entonces, sucedió lo impensable. El lobo bajó la cabeza. Se inclinó. Se postró. Una señal de sumisión. Como si ella fuera la alfa. Como si ya le perteneciera. Un segundo después, desapareció entre los árboles sin emitir sonido alguno. Lía se quedó allí, temblando, con la respiración entrecortada y la cicatriz palpitando con más fuerza que nunca. No lo sabía aún, pero esa noche había sido marcada. No por el destino. Sino por un lobo exiliado… que venía a reclamar lo que era suyo.Las tensiones en la manada no cesaban. Aunque la boda de Kael y Lía había unido formalmente sus destinos y fortalecido los lazos con sus aliados, una sombra nueva comenzaba a extenderse en el norte. Runas antiguas, ocultas bajo la montaña de Nevaris, habían sido descubiertas tras el deshielo inusual de la temporada.Maelys fue la primera en traducir una parte de los símbolos hallados.—Estas inscripciones hablan de un guardián dormido —dijo con el ceño fruncido—. Y de un castigo que despertará si el equilibrio es alterado por segunda vez.Lía sintió un temblor recorrerle la espalda. Las marcas en su piel, aquellas que habían emergido después de la unión con Kael, brillaron con una luz tenue justo al tocar el mapa de piedra donde estaban las runas.—¿Qué significa eso? —preguntó Kael.—Que las marcas de Lía están conectadas a este sitio —respondió Maelys, casi en susurro—. Y eso no es casualidad. Fue elegida mucho antes de nacer.Esa misma noche, las visiones comenzaron.Lía soñó con u
La noche cayó con un silencio que no era natural. Las llamas del campamento ardían más bajas, como si temieran al viento, y ni siquiera los lobos se atrevían a aullar. En la tienda central, Lía no lograba dormir. Cada vez que cerraba los ojos, una voz la llamaba desde las profundidades del subconsciente: grave, femenina, vibrante como un eco contenido durante siglos.—Aún no me has elegido…Se levantó y caminó hacia el claro. La luna, pálida y completa, parecía colgar sobre ella con expectación. Kael la siguió en silencio. Sabía que algo la perturbaba.—¿Qué escuchas? —preguntó.—Una voz —susurró ella—. Como si alguien me hablara desde… adentro. Desde un lugar que no reconozco.Maelys llegó en ese momento. Había estado estudiando los fragmentos de espejo recuperados. En uno de ellos, la misma runa desconocida del Santuario del Eco comenzó a arder por sí sola.—Esa marca… —murmuró—. No solo es de los exiliados. Es de alguien específico. De Seraphyne.—¿Quién es? —preguntó Kael.—La fun
El regreso del grupo al campamento fue silencioso. Cada paso que daban parecía resonar con una nota de advertencia, como si el propio bosque recordara la batalla. El obelisco partido y los fragmentos de espejo en sus bolsos eran testigos de lo vivido, pero también eran puertas sin cerrar.Lía se retiró temprano a su carpa. No podía dormir. Su piel ardía. No de fiebre, sino de transformación. Frente al espejo de agua que usaba como lavabo, vio lo que temía: la Marca había cambiado.Ya no era solo una luna creciente. Ahora, líneas doradas salían de ella como raíces, extendiéndose hacia su cuello y espalda. Cada línea brillaba como si una corriente eléctrica corriera bajo su piel. Eran runas. Y estaban vivas.Kael entró sin anunciarse. En su pecho, un símbolo similar había emergido, una espiral rodeada de pequeños puntos que latían con cada respiración.—Nos marcó —dijo él, simplemente—. El Umbral… nos dejó algo.Maelys confirmó la sospecha. Las marcas eran antiguas. De un lenguaje previ
La noche no había caído del todo, pero ya el cielo era una cúpula violeta salpicada de brasas celestes. En el centro del campamento, el altar ceremonial aún brillaba con la energía de la ofrenda hecha por Kael y Lía. Sin embargo, no había paz. Solo un eco insistente, como si la misma tierra murmurara advertencias en un idioma roto.—La Marca despertó al Umbral —dijo Maelys con el rostro grave—. Y si las leyendas no mienten, el Umbral responde a una única cosa: sangre verdadera.Lía se estremeció. La revelación de su vínculo con Seryna aún pesaba sobre sus hombros, como si llevara en la espalda no solo la Marca, sino la memoria viva de su linaje. Pero era Kael quien rompió el silencio.—¿Dónde está ese umbral? —preguntó, con voz tensa pero decidida.Tholvar abrió un mapa antiguo. Señaló un punto al suroeste, entre las Montañas del Eco y los Riscos del Silencio.—El Valle de los Espejos. Ahí se funden las corrientes de sangre mágica y sombra. Es un lugar prohibido… donde el pasado aún p
El amanecer siguiente fue más gris que dorado. Como si el cielo también estuviera en duelo por la revelación de la noche anterior. La columna de energía oscura se había disipado, pero en el corazón de todos latía aún el eco de esa risa, de esa figura femenina que parecía conocerlos más que ellos mismos.Lía no podía apartar su mente de la visión que tuvo cuando tocó la energía. Ojos como pozos sin fondo. Una corona de espinas lunares. Una voz que susurraba nombres olvidados. Se sentía conectada a esa presencia… como si algo dentro de ella la reconociera.En el salón del saber, junto al fuego apagado y pergaminos viejos, Kael, Maelys y un pequeño grupo de sabios se reunieron. Extendieron sobre la mesa el libro de linajes, un tomo prohibido que solo podía abrirse en tiempos de crisis.—Buscaremos entre las líneas maternas —dijo Maelys—. Hay historias perdidas entre las mujeres que formaron pactos antes del gran cisma.Lía hojeó lentamente las páginas. Había nombres que resonaban con un e
La luna llena se alzaba como un ojo pálido y omnipresente en el cielo de la manada de Piedra. No era una luna cualquiera: esa noche marcaba el solsticio de la Verdad, un evento ancestral que se celebraba cada generación con una ceremonia pública en la que los lazos eran purificados y las energías oscuras desenmascaradas.Kael y Lía estaban en el centro del círculo ceremonial, rodeados por la manada. Todos vestían túnicas rituales, y los rostros estaban marcados con cenizas de luna, el polvo que se recolectaba únicamente durante las noches de luna llena en los altares de piedra.El altar mayor, una losa de obsidiana en forma de media luna, había sido limpiado con pétalos de flor de umbra y ungido con aceite de sangre de raíz. A sus pies ardían cinco fuegos sagrados, cada uno representando un valor de la manada: coraje, verdad, unidad, sangre y destino.Maelys, ataviada con una capa bordada con hilos de plata y luna seca, alzó la voz:—Esta noche, ante los ancestros, pedimos que el velo
Último capítulo