Lía no recordaba cómo había llegado allí.
Estaba en una cabaña apartada, oculta entre árboles tan altos que apenas permitían que la luz de la luna atravesara las ramas. Afuera, el viento silbaba como si el bosque murmurara secretos. El aire olía a tierra húmeda, musgo… y lobo. Kael había improvisado un refugio en medio de la nada, a varios kilómetros del pueblo. Decía que ahí no la encontrarían. Por ahora. Lía se sentó en el catre improvisado, abrazando sus rodillas. Su cuerpo aún temblaba, no por frío, sino por algo que no podía controlar: una energía creciente que nacía en su columna vertebral y se expandía como una tormenta interna. Kael la observaba desde la entrada, en silencio, con los músculos tensos. Estaba de pie, pero su postura era la de alguien listo para saltar, correr o proteger. O todo al mismo tiempo. —¿Qué me está pasando? —preguntó ella, con la voz entrecortada. —Es el vínculo. Está despertando —respondió él sin rodeos—. Es como una llama. Una vez que arde, no se apaga. Solo crece. Lía sintió un hormigueo en la cicatriz de su espalda. —¿Es por la mordida? Kael negó con la cabeza. —No. La mordida solo aceleró lo inevitable. El vínculo siempre estuvo en ti. Esa marca… es más que un símbolo. Es la puerta. Y se está abriendo. La habitación pareció contraerse a su alrededor. Lía se levantó de golpe. —No quiero esto. ¡Yo no pedí esto! Su voz retumbó en las paredes de madera. Kael dio un paso hacia ella, despacio, como si temiera que se rompiera. —Lo sé. Pero tampoco lo pedí yo. Solo lo heredé. Como tú. —¡No somos lo mismo! —espetó ella—. Tú naciste para esto. Yo no. Yo solo quería una vida normal. Ir a la universidad, salir con mis amigas, no ser… una pieza de una maldita profecía. Kael no respondió. Solo la miró. Con paciencia. Con dolor. —Tienes razón —dijo al fin—. Pero el destino no pregunta. Solo empuja. Lía bajó la cabeza, respirando agitada. De pronto, su visión se nubló y cayó de rodillas. Un espasmo le recorrió la espalda. Su cicatriz ardía como fuego líquido. Gritó. Kael corrió hacia ella y la sostuvo antes de que golpeara el suelo. —¡Lía! Su cuerpo temblaba. Sus ojos se tornaban oscuros, y sus uñas… crecían. —¿Qué está pasándome? —sollozó. —Estás entrando en sincronía. Es como una fiebre del alma. El vínculo está buscando anclarse. Conmigo. Lía lo miró. Por un instante, sus ojos brillaron con un resplandor plateado. —¿Y si no quiero? Kael tragó saliva. —Entonces te romperás por dentro. Ella lo empujó, débil, pero con intención. —¡Esto es una maldición! —No —dijo Kael con firmeza—. Es un legado. Lía se apartó y se acurrucó en una esquina. La fiebre pasaba por oleadas. Entre escalofríos y sudores, la sensación de hambre, de sed, de deseo, de dolor… todo se mezclaba. No era solo físico. Era emocional, como si alguien más estuviera tocando su alma con dedos invisibles. Y entonces lo vio. Una imagen. No suya. De otra vida. Su madre, Rocío, corriendo por este mismo bosque. Más joven. Más viva. Y Kael, en su forma humana, protegiéndola. Abrazándola. No como amante… como amigo. Como cómplice de un secreto. Lía jadeó. —Mi madre… tú la conociste. Kael la miró con los ojos muy abiertos. —Sí. La protegí cuando tú aún no habías nacido. Ella hizo el pacto no por obligación. Lo hizo porque sabía lo que vendría. Sabía que tú serías la única con el poder de equilibrar el mundo entre los nuestros… y los humanos. Lía se sostuvo la cabeza con ambas manos. —¡¿Qué quieren de mí?! ¿Que sea una reina loba? ¿Una guerrera? ¡Yo no sé nada de este mundo! Kael se arrodilló frente a ella. —No quieren nada. Solo te temen. Porque una híbrida con marca propia y sangre humana… es impredecible. Ella lo miró con lágrimas en los ojos. —¿Y tú qué quieres de mí? Kael tardó en responder. —Nada. Solo quiero que vivas. La intensidad de su mirada la atravesó. Fue entonces que notó lo cerca que estaban. Su respiración se mezclaba con la de él. Y por primera vez… no quiso alejarse. La puerta de la cabaña crujió. Ambos se giraron. Kael se levantó de golpe, el rostro tenso. —¿Qué pasa? Kael olfateó el aire. —Nos encontraron. —¿Quién? Un aullido retumbó, más cerca de lo que Lía hubiera querido. —Los que creen que tú eres el fin de su especie —dijo Kael mientras sus ojos brillaban—. Y esta vez… vienen muchos.