La lluvia comenzó a caer justo cuando Lía decidió limpiar el desván.
No era su lugar favorito. Ni siquiera sabía por qué le nació la urgencia esa tarde. Pero algo en su interior —una especie de impulso suave pero constante— la obligaba a subir. Tal vez una necesidad de respuestas. O tal vez… el mismo instinto que le había dicho que el lobo del bosque no era una alucinación. Empujó la puerta oxidada del desván y una nube de polvo la hizo toser. El aire olía a madera vieja, humedad… y algo más. Algo metálico. Como sangre seca. —Genial —susurró, encendiendo una linterna. El espacio era estrecho y desordenado. Había cajas con papeles, libros con las t***s rotas y fotografías amarillentas. Algunas eran de ella de niña. Otras, de su madre. La figura de su madre joven siempre le causaba una mezcla de ternura y tristeza; murió cuando Lía tenía apenas cuatro años. Apenas recordaba su voz. Después de un rato revolviendo cosas sin sentido, encontró algo distinto: una caja de madera oscura, muy antigua. No tenía cerradura. Solo un símbolo grabado en la tapa: una luna creciente rodeada por un anillo de llamas. Su corazón se aceleró. Era la misma forma que tenía su cicatriz. La tocó con dedos temblorosos. La tapa se abrió sin resistencia. Dentro, había un sobre de papel grueso, casi pergamino, sellado con cera roja. El mismo símbolo impreso. A su lado, una foto: su madre… junto a un hombre que no reconocía. Alto, moreno, de mirada intensa. Ambos sonreían, aunque algo en sus ojos parecía triste. Detrás, una nota escrita a mano: > “Que la sangre lo recuerde si la memoria falla. Pactado está, sellado queda.” Lía rompió el sello con cuidado. El documento estaba escrito a mano, con caligrafía elegante y antigua. Al leerlo, sintió como si el mundo se detuviera. Era un pacto de sangre. Entre su madre, Rocío Calderón, y un hombre llamado Kael Darrow, heredero de la Manada Roja del Norte. > “En nombre del linaje lunar, en pleno conocimiento de las consecuencias, entrego la promesa de unión de mi hija, nacida bajo la Luna de Sangre, al heredero legítimo del trono de la manada…” > “Este vínculo será activado en su despertar, bajo la marca, bajo el dolor, bajo el llamado…” > “Ella será su igual, su vínculo, su guía. Y él será su guardián, su protector… su lobo marcado.” La carta cayó de sus manos. —No… no puede ser real. Un temblor recorrió su cuerpo. Todo era demasiado. Demasiado específico. Demasiado personal. Su madre firmó esto. ¿Por qué? ¿Y quién demonios era Kael? La respuesta le llegó de golpe, como un rayo en la memoria. El lobo. Los ojos plateados. La cicatriz en su pecho. —¿Él… era Kael? Se incorporó, tambaleándose, como si las paredes del desván giraran a su alrededor. Su madre había prometido su vida a un hombre que ni siquiera era humano. ¿A un lobo? ¿A un alfa? —¿Qué clase de vida me ocultaron? La lluvia golpeaba el techo con fuerza. El viento aullaba, y por un segundo, pareció que el eco de su pregunta le respondía. Tomó el documento de nuevo. Al final, había otra nota, mucho más reciente. Era una carta escrita a mano, por su tía. > “Lía: si estás leyendo esto, es porque el pacto se ha activado. Te lo ocultamos para protegerte. Yo no quería seguirlo… pero tu madre estaba convencida de que Kael era la única esperanza para ti. Él te protegería, incluso si el mundo se volvía contra él.” > “No es un monstruo. Lo fue para ellos… pero no para ella.” Lía se dejó caer al suelo, con lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas. La traición la envolvía, pero no en forma de odio… sino de dolor antiguo, como si su cuerpo lo hubiera sabido desde siempre. Como si toda su vida hubiera sido una espera disfrazada de rutina. Y entonces, lo sintió otra vez. Él. Kael. Cerca. No con la mente. Con el cuerpo. Como si algo invisible los uniera. Como si con cada latido de su corazón, pudiera oír el eco del de él. Cerró los ojos. Su cicatriz ardía. No por miedo. Por llamado. Y en lo más profundo de su alma, una voz que no era suya susurró: > “Prometida. Marca de luna. El tiempo ha comenzado.”