CAPÍTULO 11: LOS ESPEJOS DE HIELO

La noche se había congelado sobre los hombros del grupo como una capa húmeda de escarcha. El bosque ya no era bosque, sino una ruina estática de sombras largas y árboles que parecían esculturas talladas en obsidiana. Selene caminaba en silencio, los ojos aún ardiendo con la luz interior de la casa que había cruzado. Detrás de ella, el nagual avanzaba como una sombra sin sonido, y el elfo lunar, más pálido que nunca, mantenía sus pensamientos escondidos detrás de una mirada perpetuamente distante.

Pero fue Luarien quien se detuvo primero. Su cuerpo se tensó, como si hubiera sentido una presencia conocida.

—Aquí hay magia rota —dijo, sus palabras cargadas de algo más que advertencia—. Magia del más allá. Fría, como si el tiempo mismo se hubiese quebrado.

La tierra crujió bajo sus pies. Delante, surgió una estructura que no estaba allí un instante antes. Un círculo de espejos altos como torres, dispuestos en una espiral ascendente. No reflejaban sus imágenes. En cambio, cada uno mostraba
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