La luna llena se alzaba como un ojo pálido y omnipresente en el cielo de la manada de Piedra. No era una luna cualquiera: esa noche marcaba el solsticio de la Verdad, un evento ancestral que se celebraba cada generación con una ceremonia pública en la que los lazos eran purificados y las energías oscuras desenmascaradas.
Kael y Lía estaban en el centro del círculo ceremonial, rodeados por la manada. Todos vestían túnicas rituales, y los rostros estaban marcados con cenizas de luna, el polvo que se recolectaba únicamente durante las noches de luna llena en los altares de piedra.
El altar mayor, una losa de obsidiana en forma de media luna, había sido limpiado con pétalos de flor de umbra y ungido con aceite de sangre de raíz. A sus pies ardían cinco fuegos sagrados, cada uno representando un valor de la manada: coraje, verdad, unidad, sangre y destino.
Maelys, ataviada con una capa bordada con hilos de plata y luna seca, alzó la voz:
—Esta noche, ante los ancestros, pedimos que el velo