Tres alphas. Una reencarnación. Una maldición que los ata…y un deseo que los quema. Fui secuestrada por tres hombres que no son del todo humanos. Dicen que soy la Luna que los traicionó, la mujer que los condenó al exilio, al hambre…a la locura. Ahora que he vuelto, no buscan justicia. Buscan venganza. Y placer. Kael quiere someterme. Ezren quiere devorarme. Darian quiere romperme el alma…o salvarla. Cada uno me desea a su manera. Cada uno jura que soy suya. Pero ¿Cómo resistirse a tres alphas que gruñen mi nombre mientras me marcan con sus cuerpos? Entre caricias salvajes, mordidas prohibidas y secretos del pasado que amenazan con destruirnos, descubro una verdad que cambiará mi destino. No fui enviada para castigarlos, fui enviada para reclamarlos. Y esta vez no pienso huir. —Abre las piernas para mí, Luna—gruñó Kael, su voz vibrando contra mi cuello—. Quiero ver hasta donde puedes soportar a un Alpha furioso. —No la toques tu primero —interrumpió Ezren, con los ojos ardiendo de deseo—. Quiero saborearla mientras aún tiembla de miedo. Darian me tomó el mentón, sus dedos firmes, su mirada rota. —No importa cuántas veces renazcas, siempre vas a acabar debajo de nosotros. Temblando, suplicando, gimiendo nuestros nombres.
Leer másEl último archivo quedó guardado, el último correo electrónico, enviado. Mis dedos flotaron sobre el teclado por un segundo más, como si mi cuerpo no creyera que iba a hacerlo. Pero lo hice: apagué la computadora y respiré hondo.
Cuatro semanas Solo cuatro semanas había durado en ese trabajo. No era el peor del mundo, pero cada minuto frente a aquella pantalla me hacía sentir como si me estuviera asfixiando lentamente. —¿Ya te vas? La voz de Miguel, el chico de contabilidad, me sacó de mis pensamientos. Asomaba por la puerta de mi cubículo, con esa sonrisa tímida que siempre le aparecía cuando hablábamos. —Si, hoy tengo que llegar temprano —mentí, evitando su mirada mientras guardaba mis pocas cosas en el bolso. No había logrado echar raíces en esta empresa tampoco —al igual que en las tres anteriores—, así que no tenía mucho que recoger, ni tampoco recuerdos que atesorar. Miguel me miró con lástima desde la puerta. —Oye, si quieres, otro día podemos… —¡Ah, Alyssa! Una voz profunda cortó el aire y lanzó un escalofrío por mi piel. No. Mi jefe, el señor Rojas, apareció en el pasillo, con su traje caro y esa sonrisa que siempre me hizo sentir como si tuviera las manos sucias. —Un momento, por favor. Miguel se esfumó como un fantasma y yo solté un suspiro pesado antes de caminar a su oficina. Solo quedaban minutos en aquellas paredes, podía resistir un poco más. El señor Rojas cerró su oficina detrás de mí. El aire olía a colonia barata y ambición. Su mirada ansiosa se posó en mí y quise salir corriendo hacia casa. —Entonces… ¿En serio te vas? —preguntó, pasando un dedo por el borde de su escritorio pulido. —Sí, señor. Ya le entregué el informe final a Sandra. —Qué pena —sus ojos bajaron hasta mis piernas, luego subieron lentamente—. Una chica tan inteligente como tú, podría llegar lejos aquí, muy lejos. El doble sentido flotó en el aire como una mosca zumbando. —Gracias, pero ya tomé mi decisión. —¿Segura? —se inclinó hacia delante, dejando al descubierto un reloj de oro en su muñeca—. Podríamos discutirlo…fuera de horario. El estómago se me hizo un nudo. —No, señor Rojas. Su sonrisa se congeló. Por un segundo vi algo oscuro pasar por sus ojos y di un paso atrás retrocediendo. —Bueno. Suerte entonces. El mensaje era claro. Te arrepentirás de esto. El elevador bajó con una lentitud agonizante. Cuando por fin salí del edificio, la ciudad estaba cubierta por un manto gris. La lluvia caía en finas agujas, convirtiendo las aceras en espejos turbios. Saqué mi paraguas rosa —pequeño, ridículo, comprado en una tienda de la esquina cuando todavía creía que este trabajo sería diferente—, y respiré hondo. Al menos se acabó. Caminé rápido, esquivando charcos y miradas. La gente pasaba a mi lado como sombras apuradas. Trataba de mover mis piernas con agilidad, papá seguro tendría una buena sopa caliente esperando por mí en casa y podía relajarme en el sofá con una manta. Alguien chocó contra mi hombro con brusquedad casi lanzándome al suelo. Mantuve el equilibrio, pero el paraguas cayó en un pequeño charco de agua. —Disculpe —murmuró una voz profunda que casi la sentí en los huesos. Un hombre. Alto, ancho, vestido de negro como si la lluvia no le importara. No vi su rostro, solo el destello de un reloj más caro que el de Rojas cuando me chocó. No respondí. Recogí mi paraguas con rapidez y continué mi camino. Ya me alejaba cuando lo noté: un pinchazo en el brazo. ¿Qué…? Miré hacia abajo. Una jeringa pequeña, casi invisible, sobresalía de mi manga. El mundo comenzó a inclinarse. No. No. No Intenté gritar, pero mi lengua ya no respondía. Las luces de la ciudad se desdibujaron. Mis rodillas cedieron. Estaba cayendo. Pero el suelo nunca llegó. Unos brazos me atraparon, fuertes como cadenas, calientes como un horno. —Duérmete, Lunita —susurró alguien. Y entonces todo se volvió negro.Madison detuvo su coche frente al enorme edificio e Fenrir Industries. Me había recogido en casa para venir juntas a la gala. Mire mi cuerpo cubierto por un hermoso vestido plateado largo y con una abertura en el muslo y me sentí extraña. El paquete había llegado en la tarde a casa y aunque protesté para no usarlo, mi padre había terminado ganando, como siempre. Incluso me había hecho maquillarme y peinarme de forma elegante estaba empecinado en que hiciera todo lo posible para mantener este trabajo. Madison descendió primero, con la seguridad de quien pertenece a ese mundo de lujo y secretos. Yo la seguí, más incómoda que elegante en el vestido. Cada hilo parecía cosido con expectativas que no eran mías. El repiquete de nuestros tacones hacía eco en el pasillo mientras Madison me llevaba hacia lo que llamó El Salón de Fiestas. Al final del pasillo dos puertas enormes se alzaban y dos guardias de seguridad preguntaron nuestros nombres y verificaron una lista antes de abrirlas y de
Kyrian: La lluvia golpeaba los ventanales de mi oficina en Fenrir Industries. Frente a mí, mis hermanos y Silas Thorn, mi mano derecha, esperaban instrucciones. El ambiente estaba tenso luego de que ella impregnara el edificio con su olor. Aunque se había marchado hacía algunas horas podía sentirla en cada maldito rincón. —La fiesta de beneficencia debe ser impecable —dije, recorriendo la lista de invitados con mis dedos—. Los Rothschild, los Van Holt…que ningún detalle escape. Darian, reclinado en el sillón de cuero negro, jugueteaba con el dije de plata de su cadena. El mismo que lo había acompañado durante tantos años. —¿Y los regalos para los socios claves? —preguntó, llevando su mirada a mi mano derecha. —Enviamos las estatuillas de Fenrir en obsidiana —respondió Silas su voz ronca como piedras chocando. Su cicatriz en forma de garra le cruzaba la mejilla izquierda—. Como pidió, señor Darian. Ezren, inmóvil junto a la chimenea, asintió sin apartar los ojos de las lla
La puerta del refrigerador se cerró con un golpe seco. Mi padre ni siquiera levantó la vista del periódico, pero el aire en la cocina ya estaba tenso, cargado de esas discusiones que estábamos teniendo desde que llegué a casa con la noticia del trabajo.—No voy a ir.Las palabras cayeron como una bolsa entre nosotros. Finalmente, mi padre dejó el periódico a un lado y me miró con esa expresión que ya conocía demasiado bien: frustración disfrazada de paciencia.—Alyssa, no empieces otra vez. Es un puesto con beneficios. ¿Cuántas oportunidades así crees que van a aparecer?Apreté los labios evitando su mirada mientras jugueteaba con el borde de mi taza de café. ¿Cómo explicarle que cada vez que pensaba en ese edificio de cristal un escalofrío me recorría la espalda?—No me gusta ese lugar. Algo…no cuadra.—¿Qué cosa? —preguntó inclinándose hacia delante—. ¿El sueldo? ¿El horario?—El ambiente. La gente. No sé…me da mala espina.Mi padre soltó un suspiro largo, como si estuviera agotado
El sonido del despertador me arrancó de un sueño profundo. Mis ojos se abrieron de golpe, y la luz del amanecer se colaba por las rendijas de las cortinas. Estaba en mi cama. Me incorporé de un salto, las sábanas empapadas en sudor frío. ¿Había sido todo un sueño? Mis dedos recorrieron mi brazo izquierdo, buscando el pinchazo de la jeringa, pero la piel estaba intacta. —¡Alyssa! ¡Baja ya o llegarás tarde! —la voz de mi padre retumbó desde el pasillo, seguida del aroma a café recién hecho. ¿Llegar tarde a qué? Me vestí a toda prisa, las imágenes de la cabaña, los tres hombres, sus palabras, aun danzando en mi mente como fragmentos de una pesadilla demasiado vívida. Al bajar las escaleras, encontré a mi padre sirviendo huevos revueltos en la mesa de la cocina. —¿Qué…qué paso anoche? —pregunté, tratando de sonar casual mientras me sentaba. —Llegaste cansada después de renunciar, te comiste la sopa y te fuiste a dormir como un tronco —respondió sin levantar la vista de su tare
La Luna era un ojo abierto en el cielo, rojo y palpitante, iluminando el claro del bosque donde yacía desnuda sobre pieles de lobo. Tres sombras me rodeaban, sus siluetas tan familiares como el latido de mi corazón. Cuando abrí los ojos, no estaba en mi apartamento, ni en la ciudad. Estaba en una cabaña pequeña, de madera antigua y ventanas cubiertas por cortinas. El aire olía a bosque húmedo y a tierra mojada y la luz que entraba era tenue. De repente escuché voces. Tres voces discutiendo en la sala contigua, tensas, enojadas, como si pelearan por algo muy importante. —No vamos a dejarla ir —dijo una voz grave y fría. —No es tan sencillo, Kyrian —replicó otra, más suave pero firme. —Es nuestra Luna, no podemos tratarla así —añadió una tercera voz, más calmada, pero con una pizca de tristeza. Antes de que pudiera entender más, la puerta se abrió. Un hombre enorme apareció. Imponente, de músculos marcados, mirada oscura como la noche sin estrellas y una melena castaña en estado
El último archivo quedó guardado, el último correo electrónico, enviado. Mis dedos flotaron sobre el teclado por un segundo más, como si mi cuerpo no creyera que iba a hacerlo. Pero lo hice: apagué la computadora y respiré hondo.Cuatro semanasSolo cuatro semanas había durado en ese trabajo. No era el peor del mundo, pero cada minuto frente a aquella pantalla me hacía sentir como si me estuviera asfixiando lentamente.—¿Ya te vas?La voz de Miguel, el chico de contabilidad, me sacó de mis pensamientos. Asomaba por la puerta de mi cubículo, con esa sonrisa tímida que siempre le aparecía cuando hablábamos.—Si, hoy tengo que llegar temprano —mentí, evitando su mirada mientras guardaba mis pocas cosas en el bolso.No había logrado echar raíces en esta empresa tampoco —al igual que en las tres anteriores—, así que no tenía mucho que recoger, ni tampoco recuerdos que atesorar. Miguel me miró con lástima desde la puerta.—Oye, si quieres, otro día podemos…—¡Ah, Alyssa!Una voz profunda co
Último capítulo