Capítulo 8: La Prueba del Alfa

El silencio después del aullido fue absoluto.

El tipo de silencio que no es ausencia de sonido, sino contención de poder.

Lía bajó lentamente los brazos, sorprendida por su propio grito. No había sido solo un reflejo. Fue un llamado desde las entrañas, una voz que no conocía, pero que al mismo tiempo sentía completamente suya.

Kael la miraba con los ojos brillando como plata líquida. Su lobo retrocedió un paso, aún transformado, como si le rindiera respeto a algo más grande que él.

—¿Qué hice? —susurró ella, jadeando.

Kael volvió a su forma humana, cubierto de barro, sangre y un halo invisible de respeto.

—Los llamaste —dijo con voz rasposa—. Y ellos te escucharon.

Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, el bosque se sacudió. Y entonces los vio.

Cuatro sombras emergieron entre los árboles.

Cuatro lobos gigantes, cada uno con una marca distinta en el pecho: fuego, agua, piedra, aire. Eran los Conseje
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