Capítulo 2: La cicatriz

La luz del baño parpadeaba. Una vez más. Y luego, se apagó por completo.

—Perfecto —murmuró Lía, golpeando con frustración el interruptor.

Estaba sola en casa. Su tía, enfermera de urgencias, tenía turno doble y no volvería hasta el amanecer. El silencio la envolvía con un peso extraño, como si la casa entera contuviera la respiración.

Se desvistió frente al espejo. La tela de su blusa cayó al suelo con un susurro suave. El reflejo empañado apenas dejaba ver su espalda, pero bastaba. Tomó el pequeño espejo de mano y lo sostuvo con dificultad.

La cicatriz.

Había estado con ella desde que tenía memoria. En forma de luna creciente, pálida, casi blanca. Los doctores siempre decían lo mismo: marca de nacimiento. Pero esa noche, ya no parecía parte de su piel.

Ahora brillaba.

Un resplandor tenue, plateado. Como si la luz de la luna se hubiera fundido con su carne. Y al tocarla... palpitaba. No con dolor, sino con una energía caliente, eléctrica.

—¿Qué demonios me está pasando? —susurró.

Volvió a ponerse la blusa con manos temblorosas. No sabía si estaba alucinando, si era fiebre, ansiedad o simple sugestión. Pero su instinto, ese que pocas veces escuchaba, le gritaba que no estaba loca.

No después de lo que había visto en el bosque.

Ese lobo. No. Ese ser.

Porque ningún lobo era tan grande. Ni tenía ojos como lunas plateadas.

Y cuando se inclinó… como si se rindiera ante ella…

Un escalofrío le recorrió la columna.

En su mente, una voz que no era suya comenzó a repetirse:

“Prometida. La sangre ha hablado. Es ella.”

Se dejó caer en el sofá, envuelta en su sudadera. Abrazó una almohada y miró al techo, donde la lámpara colgaba como un péndulo detenido. En la televisión, una película avanzaba sin que ella la viera.

Sus pensamientos giraban como hojas atrapadas en un torbellino.

De pronto, algo la impulsó a levantarse. Caminó descalza hasta su habitación y abrió el cajón de libretas viejas. Desde niña escribía lo que soñaba. Su tía le decía que tenía “el alma abierta” y que debía anotar todo lo que viera mientras dormía.

Buscó las más antiguas. Anotaciones torpes, garabatos infantiles… hasta que un nombre la congeló:

“Kael. El lobo triste de ojos plateados.”

Fecha: 3 de noviembre de hacía doce años.

Su pulso se aceleró.

¿Cómo era posible?

¿Era él?

¿Lo había soñado antes?

¿Lo había conocido... en otra vida?

Se dejó caer al suelo con el cuaderno en las manos. Sintió el frío de las baldosas bajo su piel, pero ni eso la sacó de su trance.

Y entonces, lo sintió.

Una presencia.

Volteó hacia el espejo del pasillo.

Por un segundo, no estaba sola. Detrás de ella, en el reflejo, un rostro masculino: fuerte, oscuro, con ojos como acero fundido. Y en su pecho, la misma cicatriz que había visto en el bosque.

Lía gritó.

Corrió hacia el espejo. Pero al llegar, no había nadie.

Solo su propio reflejo.

Y su cicatriz... que ahora latía como un corazón.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP