El amanecer siguiente fue más gris que dorado. Como si el cielo también estuviera en duelo por la revelación de la noche anterior. La columna de energía oscura se había disipado, pero en el corazón de todos latía aún el eco de esa risa, de esa figura femenina que parecía conocerlos más que ellos mismos.
Lía no podía apartar su mente de la visión que tuvo cuando tocó la energía. Ojos como pozos sin fondo. Una corona de espinas lunares. Una voz que susurraba nombres olvidados. Se sentía conectada a esa presencia… como si algo dentro de ella la reconociera.
En el salón del saber, junto al fuego apagado y pergaminos viejos, Kael, Maelys y un pequeño grupo de sabios se reunieron. Extendieron sobre la mesa el libro de linajes, un tomo prohibido que solo podía abrirse en tiempos de crisis.
—Buscaremos entre las líneas maternas —dijo Maelys—. Hay historias perdidas entre las mujeres que formaron pactos antes del gran cisma.
Lía hojeó lentamente las páginas. Había nombres que resonaban con un e