La noche era tan oscura que parecía haber absorbido todo rastro de luna. Selene despertó sobresaltada, con el recuerdo de una voz en su mente: una voz que no pertenecía a ninguno de los seres que la rodeaban. No era el nagual, ni Luarien, ni Alharys. Era una voz más antigua, más profunda. Como si la propia oscuridad hablara desde las raíces del mundo.
—Lo oíste, ¿verdad? —preguntó Luarien, quien ya no parecía del todo él. Sus ojos eran más plateados, su piel más pálida. Las sombras lo seguían como si fueran parte de su aliento.
—¿Qué era? —respondió Selene con el corazón palpitando como tambor de guerra.
—El tercer velo… ha comenzado a murmurar.
No hubo más palabras. El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier frase. En el claro donde descansaban, el viento no se atrevía a pasar. Los árboles se inclinaban, como si temieran oír lo que estaba a punto de revelarse.
Fue entonces cuando ocurrió: la tierra bajo ellos tembló, pero no como un terremoto. Fue como si una bestia durmi