En su primera vida la traicionó de la peor forma. En su segunda vida ella se vengará. Alina. Era una loba feliz hasta que un accidente hace que recuerde mi vida pasada. Ahora la realidad y mis recuerdos se mezclan entre sí. No seré una mujer débil como en mis visiones, tomaré el control de mi destino y al diablo las consecuencias... y los machos. Alderik. Ni pagando con veinte mil vidas podré arreglar lo que rompí. Lo sé y no me hago ilusiones al respecto. Sin embargo, ahora que mi pareja ha reencarnado en la hija de mi mejor amigo, pienso hacer las cosas diferentes. Que me ame o que me escoja carece de importancia. Yo la amaré por los dos mientras abrazo mi maldición eterna.
Leer másEl rojo cubría la nieve bajo mis pies descalzos.
La sangre no provenía de esas extremidades, sino de mi vientre. -¡Ha apuñalado a la Luna! Bajé la mirada hacia la herida mientras más sangre brotaba. Observé desconcertada las garras del Alfa que salieron abruptamente causando aún más dolor. Los rostros de los presentes se transformaron en muecas de horror e incredulidad. Mi pareja dijo que reuniría a la manada para celebrar la noticia de mi embarazo, así que no entendía qué estaba pasando. -Por... por qué. - Susurré usando mis manos temblorosas para presionar la herida. Mis rodillas se debilitaron y caí sobre la nieve luchando por respirar. -Esto es mucho más efectivo que simplemente rechazarte, Mery. - Dijo con la voz tan helada como el viento. Mientras me encontraba en el suelo llena de confusión y dolor, un gruñido se levantó entre los presentes. Ahí, siendo detenido por los guardias de mi pareja, se encontraba mi hermano luchando para llegar hasta mi. -¡¿Acaso estás demente, Alderik?! -Calla, Josua. Estás faltándole al respeto a tu Alfa.- Gruñó uno de los guardias. -Tu muerte será la siguiente, Josua. - Dijo Alderik sacudiendo sus garras para quitar mi sangre de ellas. Miró hacia todos los presentes. - Sujétenlo o correrán el mismo destino que los hermanos. Caminó hacia Josua mientras éste gritaba lo cobarde que era. Abrí mis ojos con horror. Alderik nunca hacía amenazas vacías. -Ayuda... por favor... ayuda. - Gemí miserablemente. -¡Por favor! Nadie más dió un paso al frente por mí. Todo fue muy rápido. En un instante mi hermano mostraba los colmillos y al siguiente Alderik apuñalaba su pecho. Justo en su corazón. Los ojos de mi hermano se clavaron en los míos un segundo antes de que su cuerpo cayera sin vida sobre el suelo. -¡No!- Grité desesperada. -Que sean un ejemplo y una lección, manada: No toleraré la insubordinación ni la traición. Alderik no alzó la voz porque no necesitaba hacerlo. La manada se mostraba silenciosa, por lo que cada palabra fue escuchada por todos a pesar de mis lamentos y súplicas. Él gruñó. -¡Curandero! - El lobo respondió mostrando su cuello a pesar de que temblaba visiblemente. - Haz algo para que no muera desangrada la Luna traidora. No se librará tan fácilmente de su castigo... Esas fueron las últimas palabras que escuché antes de que todo se volviera negro. El agua helada me hizo jadear y regresar al reino de los vivos. Miré a mi al rededor confundida. Estaba dentro de una celda; podía reconocer el lugar ya que aquí era en donde llevábamos a los lobos que capturaba la manada entre guerras. Me pregunté qué hacía sobre el sucio suelo por un breve segundo antes de que recordara con claridad qué había pasado. Mis manos fueron hacia mi abdomen; una enorme cicatriz se encontraba a plena vista y un lamento salió desde el fondo de mi pecho. -Estás despierta. - Dijo una voz en la oscuridad. - Bien. Ya has dormido demasiado. A mi izquierda, sosteniendo un cubo de madera se encontraba Alderik. Temblé. No por el frío, sino de miedo. -Nuestro cachorro... Él gruñó. -Tu hijo bastardo ha desaparecido. Solo quedas tú para pagar por tus pecados. -No entiendo. -Susurré con lágrimas cayendo por mi rostro. - ¿Por qué... ? -¿Acaso no te cansas de hablar? - Dijo otra voz saliendo de detrás de mi pareja. -Debería ponerle un bozal, Alfa... o simplemente cortar su lengua. No es como si la fuera a necesitar después de confesar de quién era el bastardo en su vientre. Su risa estridente me hizo encogerme un poco. Rebeka era conocida por todos en la manada como la loba más dulce. Jamás había escuchado tanto veneno en su voz. Alderik solo gruñó más fuerte cortándo por fin el sonido. -No sé de qué habla... - Murmuré temblorosamente. -Nuestro cachorro... La bofetada que recibí me tomó por sorpresa. Rebeka parecía extrañamente feliz por golpearme. -Las traidoras no hablan.- Dijo ella dándome una segunda bofetada que me tiró al suelo. Reuniendo la poca fuerza que tenía, logré levantarme de nuevo para ir hacia Rebeka. El shock inicial se desvanecía un poco dejando paso a mi instinto de lucha. Alderik se interpuso. -No. - Gruñó mi pareja. - Las traidoras no merecen hablar... Me tomó por el cuello y me estampó en la pared. El poco aire en mis pulmones fue expulsado. Llevé mis manos hacia la muñeca que me sostenía y luché para seguir respirando. -... así que tendrás que escribir el nombre de tu amante. De una u otra forma sabré a quién le abriste tus muslos y ambos podrán morir por mis manos. Lo miré a los ojos. Supe, mientras me ahogaba, que hablaba en serio. Y lo confirmé durante los siguientes días, semanas y meses que duró la tortura. Cada herida y cada gota de mi sangre en esa sucia celda, a pesar de mis ruegos, no me acercaban a la muerte. Solo me dejaba en paz lo suficiente como para que mi sangre de lobo me curara y continuaba con maldad el daño a mi cuerpo... y a mi alma. El amor que sentía por mi pareja desapareció en el instante en que sus garras me arrebataron a nuestro hijo, pero el deseo de venganza apareció la primera vez que el látigo a manos de Rebeka tocó mi piel. Mi verdugo nunca escuchó nada de lo que dije y ni siquiera me dió una segunda mirada el día en que por fin me dejó salir de mi celda. -No vales más de mi tiempo. -Dijo sosteniendo por la cintura a Rebeka. Se habían convertido en pareja en algún punto... y no podía importarme menos. - Vete y nunca vuelvas. Me arrastré como pude hacia la salida y luego seguí arrastrándome por los caminos de la manada hasta salir del territorio. Caminos en los que los lobos que antiguamente me respetaban ahora se encontraban arrojándome cosas, escupiendo y maldiciendo mi nombre. -¡Muerte a la traidora! En cuanto estuve fuera, mi cuerpo colapsó. Fue un milagro que incluso llegara tan lejos. Elevé una última oración a los cielos sabiendo que mi muerte estaba cerca. "Gran Madre, por favor... no hagas que reencarne. Deseo que sufra mil y un veces mucho más que yo". Pues en todas nuestras vidas compartiríamos un lazo inquebrantable. Nunca más. Esbocé una última sonrisa al pensar que estaría solo por toda la eternidad como un castigo sin fin... y dejé de existir.Arthur maldijo en voz baja y llegó tambaleándose, se arrodilló para revisar al enorme lobo. —¿Qué demonios, Alina? Mi corazón se hundió. Recordé el frasco, mi “pequeño experimento”, y la certeza me golpeó como un ladrillazo. —Era… era letal —susurré, con el rostro helado de miedo.El bosque se llenó de aullidos cercanos, los lobos de las patrullas acercándose, mientras yo temblaba junto al cuerpo inconsciente del lobo blanco.—Aún respira. Su pulso es constante… mierda. Sea lo que sea que le hayas hecho a tu espina, no lo has matado.El alivio recorrió mi cuerpo como un golpe de aire fresco, pero apenas duró un segundo.Arthur se levantó con mucho esfuerzo, apoyándose con el brazo contra el tronco más cercano para no desplomarse. Su respiración era pesada, irregular.—Transfórmate y corre —ordenó, con la voz más áspera de lo habitual—. No podré llevarte en estas condiciones.Tragué saliva, con la mirada fija en el enorme cuerpo blanco tendido en el suelo.—No podemos dejarlo aqu
El eco del golpe de la piedra contra la tierra aún me retumbaba en el pecho cuando un gruñido grave vibró detrás de mí. Me giré sobresaltada y, a la luz tenue de la luna, distinguí los ojos brillantes del lobo blanco. —Es una pregunta válida —intervino el señor Arthur con calma, sin apartar la mirada de mí—. No tienes que gruñirme. El lobo blanco mostró los colmillos apenas, un destello de advertencia. —Es mi pupila y se encuentra fuera de la cama cuando no debería estarlo. Solo estoy siendo curioso al respecto. Y entonces entendí: no había caminado sola hasta allí. Todo este tiempo… el lobo blanco me había seguido. —No me has respondido, cachorra… ¿qué es lo que estabas haciendo con esa roca y por qué no estás dormida? —preguntó el señor Arthur con voz tranquila, sentándose a un lado mientras sus ojos buscaban los míos. —Nada —dije, aclarándome la garganta, intentando que mi voz sonara firme—. Tuve… un mal sueño. Él asintió despacio, sin presionarme, y me hice a un l
El mundo ardía otra vez. La piel me quemaba. Las uñas de esa loba rasgaban mi costado como si intentara desarmarme pedazo por pedazo, y yo gritaba, gritaba hasta que la garganta se me hizo polvo. Nadie vino. Nadie me salvó. Solo él estaba allí, mirando desde las sombras. Alderik. Sus ojos fríos me recorrieron sin pestañear, y cuando desvié la mirada esperando piedad, encontré solo silencio. Ese silencio que gritaba más que los colmillos hundidos en mi carne. El dolor se repitió en oleadas, como si mi cuerpo todavía lo recordara a pesar de no tener cuerpo. —¿Por qué…? —mi voz, hecha ceniza, resonó en la nada. Todo se volvió luz y silencio, como si flotara en un mar de niebla blanca. Mis pies no tocaban el suelo, porque no había suelo. Solo un vacío suave, eterno, y en medio de él, una silueta que reconocí al instante. La Gran Madre. Su figura irradiaba calma y poder. No tenía rostro definido, pero sus ojos, profundos como la luna llena, me atravesaban hasta lo más hondo
Para fomentar la convivencia y que nadie se sintiera extraño, la tía Deb había ordenado que se preparara un banquete. Pero pronto quedó en evidencia que el claro principal era demasiado pequeño para albergar a tantos lobos juntos; los murmullos y las risas incómodas rebotaban en todas direcciones, haciéndolo sentir aún más reducido. La solución fue sencilla: dividir al grupo. A nosotros, los cachorros, nos enviaron a un claro cercano, vigilados por varios guardias que se aseguraron de que el terreno era seguro antes de dejarnos instalar. No faltaron las protestas —porque nadie quería “ser separado de mamá” y las madres estaban aún más desconfiadas—, pero la promesa de juegos, comida especial y seguridad acabó convenciéndolos. El detalle más comentado, sin embargo, no fue la comida ni los invitados del Sur. Fue el lobo blanco. Los guardias, con toda la calma del mundo, les aseguraron que era un aliado y que no representaba peligro. Y aunque nadie se atrevió a contradecirlos, a ning
Me agaché, recogí los guantes gruesos que había metido en mi morral —eran para el invierno, pero ahora tendrían otro uso— y me los puse. Luego, arranqué un trozo de tela del forro de mi falda y me cubrí la nariz y la boca, como había visto hacer a los curanderos cuando manipulaban cosas “raras”. —¿Ahora qué haces? —preguntó Alderik, arqueando una ceja. —Medidas de seguridad —respondí con seriedad, aunque por dentro me moría de risa. Me interné un poco más en el bosque y comencé a recolectar: una ramita de cicuta, una sola baya de belladona, una aguja de tejo y una flor de aconito. Fue mucho más difícil de conseguir de lo que pensé. Calculo que me llevó al rededor de dos o tres horas encontrar todo. No tenía ni idea de cómo se usaban, pero me gustaba pensar que estaba en medio de un gran descubrimiento. Con las cuatro muestras reunidas, me senté junto al arroyo y busqué un par de piedras planas. Coloqué todo sobre una de ellas y, con la otra, empecé a machacar hasta que q
Desperté con un peso extraño sobre mi brazo y otro sobre mis piernas. Tardé unos segundos en darme cuenta de que no era un ataque en medio de la noche, sino la invasión más normal del mundo: todos mis primos y hermanos se habían metido en mi cama. Al parecer ya habían superado la etapa en la que esperaban a que despertara para tener una reunión. Donovan roncaba con la boca abierta justo a mi lado. Teodore había reclamado la parte de mis pies y me los apretaba con su peso, como si fuera un perro guardián. Kyle, cómo no, estaba medio oculto bajo la manta, con los ojos abiertos como un búho, como si estuviera recopilando información incluso en sueños. Silvie… ella sí dormía tranquila, abrazada a la almohada y con una sonrisa soñadora que me hizo rodar los ojos. Seguramente estaba pensando en cierto cachorro de la manada Fénix. Zayn, mi gemelo, estaba hecho un ovillo en la orilla, ocupando menos espacio del que en realidad tenía, como si con eso pudiera pasar desapercibido. Y Theo,
Último capítulo