Luna Renacida, Alfa Arrepentido
Luna Renacida, Alfa Arrepentido
Por: Iriani Balandrano
Prólogo.

El rojo cubría la nieve bajo mis pies descalzos.

La sangre no provenía de esas extremidades, sino de mi vientre.

-¡Ha apuñalado a la Luna!

Bajé la mirada hacia la herida mientras más sangre brotaba. Observé desconcertada las garras del Alfa que salieron abruptamente causando aún más dolor.

Los rostros de los presentes se transformaron en muecas de horror e incredulidad.

Mi pareja dijo que reuniría a la manada para celebrar la noticia de mi embarazo, así que no entendía qué estaba pasando.

-Por... por qué. - Susurré usando mis manos temblorosas para presionar la herida.

Mis rodillas se debilitaron y caí sobre la nieve luchando por respirar.

-Esto es mucho más efectivo que simplemente rechazarte, Mery. - Dijo con la voz tan helada como el viento.

Mientras me encontraba en el suelo llena de confusión y dolor, un gruñido se levantó entre los presentes.

Ahí, siendo detenido por los guardias de mi pareja, se encontraba mi hermano luchando para llegar hasta mi.

-¡¿Acaso estás demente, Alderik?!

-Calla, Josua. Estás faltándole al respeto a tu Alfa.- Gruñó uno de los guardias.

-Tu muerte será la siguiente, Josua. - Dijo Alderik sacudiendo sus garras para quitar mi sangre de ellas. Miró hacia todos los presentes. - Sujétenlo o correrán el mismo destino que los hermanos.

Caminó hacia Josua mientras éste gritaba lo cobarde que era.

Abrí mis ojos con horror.

Alderik nunca hacía amenazas vacías.

-Ayuda... por favor... ayuda. - Gemí miserablemente. -¡Por favor!

Nadie más dió un paso al frente por mí.

Todo fue muy rápido. En un instante mi hermano mostraba los colmillos y al siguiente Alderik apuñalaba su pecho. Justo en su corazón.

Los ojos de mi hermano se clavaron en los míos un segundo antes de que su cuerpo cayera sin vida sobre el suelo.

-¡No!- Grité desesperada.

-Que sean un ejemplo y una lección, manada: No toleraré la insubordinación ni la traición.

Alderik no alzó la voz porque no necesitaba hacerlo. La manada se mostraba silenciosa, por lo que cada palabra fue escuchada por todos a pesar de mis lamentos y súplicas.

Él gruñó.

-¡Curandero! - El lobo respondió mostrando su cuello a pesar de que temblaba visiblemente. - Haz algo para que no muera desangrada la Luna traidora. No se librará tan fácilmente de su castigo...

Esas fueron las últimas palabras que escuché antes de que todo se volviera negro.

El agua helada me hizo jadear y regresar al reino de los vivos.

Miré a mi al rededor confundida. Estaba dentro de una celda; podía reconocer el lugar ya que aquí era en donde llevábamos a los lobos que capturaba la manada entre guerras.

Me pregunté qué hacía sobre el sucio suelo por un breve segundo antes de que recordara con claridad qué había pasado.

Mis manos fueron hacia mi abdomen; una enorme cicatriz se encontraba a plena vista y un lamento salió desde el fondo de mi pecho.

-Estás despierta. - Dijo una voz en la oscuridad. - Bien. Ya has dormido demasiado.

A mi izquierda, sosteniendo un cubo de madera se encontraba Alderik. Temblé.

No por el frío, sino de miedo.

-Nuestro cachorro...

Él gruñó.

-Tu hijo bastardo ha desaparecido. Solo quedas tú para pagar por tus pecados.

-No entiendo. -Susurré con lágrimas cayendo por mi rostro. - ¿Por qué... ?

-¿Acaso no te cansas de hablar? - Dijo otra voz saliendo de detrás de mi pareja. -Debería ponerle un bozal, Alfa... o simplemente cortar su lengua. No es como si la fuera a necesitar después de confesar de quién era el bastardo en su vientre.

Su risa estridente me hizo encogerme un poco.

Rebeka era conocida por todos en la manada como la loba más dulce. Jamás había escuchado tanto veneno en su voz.

Alderik solo gruñó más fuerte cortándo por fin el sonido.

-No sé de qué habla... - Murmuré temblorosamente. -Nuestro cachorro...

La bofetada que recibí me tomó por sorpresa. Rebeka parecía extrañamente feliz por golpearme.

-Las traidoras no hablan.- Dijo ella dándome una segunda bofetada que me tiró al suelo.

Reuniendo la poca fuerza que tenía, logré levantarme de nuevo para ir hacia Rebeka.

El shock inicial se desvanecía un poco dejando paso a mi instinto de lucha.

Alderik se interpuso.

-No. - Gruñó mi pareja. - Las traidoras no merecen hablar...

Me tomó por el cuello y me estampó en la pared. El poco aire en mis pulmones fue expulsado.

Llevé mis manos hacia la muñeca que me sostenía y luché para seguir respirando.

-... así que tendrás que escribir el nombre de tu amante. De una u otra forma sabré a quién le abriste tus muslos y ambos podrán morir por mis manos.

Lo miré a los ojos. Supe, mientras me ahogaba, que hablaba en serio.

Y lo confirmé durante los siguientes días, semanas y meses que duró la tortura.

Cada herida y cada gota de mi sangre en esa sucia celda, a pesar de mis ruegos, no me acercaban a la muerte.

Solo me dejaba en paz lo suficiente como para que mi sangre de lobo me curara y continuaba con maldad el daño a mi cuerpo... y a mi alma.

El amor que sentía por mi pareja desapareció en el instante en que sus garras me arrebataron a nuestro hijo, pero el deseo de venganza apareció la primera vez que el látigo a manos de Rebeka tocó mi piel.

Mi verdugo nunca escuchó nada de lo que dije y ni siquiera me dió una segunda mirada el día en que por fin me dejó salir de mi celda.

-No vales más de mi tiempo. -Dijo sosteniendo por la cintura a Rebeka. Se habían convertido en pareja en algún punto... y no podía importarme menos. - Vete y nunca vuelvas.

Me arrastré como pude hacia la salida y luego seguí arrastrándome por los caminos de la manada hasta salir del territorio.

Caminos en los que los lobos que antiguamente me respetaban ahora se encontraban arrojándome cosas, escupiendo y maldiciendo mi nombre.

-¡Muerte a la traidora!

En cuanto estuve fuera, mi cuerpo colapsó.

Fue un milagro que incluso llegara tan lejos.

Elevé una última oración a los cielos sabiendo que mi muerte estaba cerca.

"Gran Madre, por favor... no hagas que reencarne. Deseo que sufra mil y un veces mucho más que yo".

Pues en todas nuestras vidas compartiríamos un lazo inquebrantable.

Nunca más.

Esbocé una última sonrisa al pensar que estaría solo por toda la eternidad como un castigo sin fin... y dejé de existir.

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