Un mes después estaba al borde de arrancar mi cabello de pura frustración.
Papá me daba el trato preferencial más marcado de todos los tiempos. -No, cariño. No puedes tomar esa enorme roca, busca una más pequeña y luego camina hacia ese árbol de ida y vuelta hasta que te canses. - Dijo en nuestro último entrenamiento. Lo miré con incredulidad. -Más pequeña y prácticamente tendría en sus manos polvo. - Contestó mamá divertida. Y eso sería todo lo que mama diría al respecto. Ella se quedaba de brazos cruzados porque no quería discutir los métodos de papá. -Debe empezar despacio, no quiero que se lastime. Elevé mis brazos cuando mi hermano pasó a mi lado con una roca del tamaño de su cabeza en brazos. -¡Pero a él le dejas llevar eso!- Gruñí acusadoramente. -Eso es lo mínimo que puede cargar un cachorro de su edad. - Dijo con seguridad mientras mamá estallaba en carcajadas. -¡Tenemos la misma edad! -Lo sé. Ahora, no te veo caminando hacia el árbol. Gruñí y me alejé del sitio de entrenamiento. Era una pérdida de tiempo. Zayn me alcanzó cuando estaba por subir hacia nuestra cabaña. -No te enojes, hermana. - Dijo claramente divertido. - No sé por qué te molesta que papá te quiera tanto. -No quiero ser débil. - Dije entre dientes. - Papá no me está ayudando. -Bueno, siempre puedes tener otro maestro. No entiendo cuál es el drama que... ¡Ay! Me detuve abruptamente y él tropezó con uno de mis pies... accidentalmente. -Otro maestro... Mi mente comenzó a correr a toda velocidad. Papá, en teoría, era el lobo más grande y poderoso de todos pero no era el único que sabía defenderse en una pelea. Sonreí porque sabía justo quien me podría ayudar. Lamentablemente mi maestro ideal no se encontraba cerca, así que tuve que esperar tres largos años a que diera señales de vida. El tío Gail había abandonado nuestra manada y durante todo ese tiempo no supimos nada de él. E.ntonces escuché una conversación casual entre mis padres sobre él asumiendo el rol de Alfa en la manada de la tía Deb, a solo algunos kilómetros de distancia. Ni siquiera hice una maleta, solo soborné al Beta de papá, el señor Ti, y fuimos al territorio en cuestión. -Que quieres que haga... ¿Qué? El tío Gail se veía muy confundido cuando nos recibió en la casa de la manada. -Uh... prepararé bocadillos. - Murmuró la tía Deb antes de marcharse de la habitación. -Entrenarme para matar a todos mis enemigos. - Dije con seriedad. -Entonces no escuché mal. - Murmuró negando con la cabeza. - ¿Saben tus padres que estás aquí? -Lo sabrán cuando digas que si. -Yo no... -Lo prometiste. Dijiste que siempre estarías ahí para nosotros cuando te necesitáramos. Ahora mismo te necesito. -Lo dije, pero no me refería a enseñarte las mil maneras más creativas de matar a alguien. - Se cruzó de brazos. - Tienes solo diez años, no hay más enemigos que la oscuridad a tu edad. -No lo sabes. - Murmuré. - Por favor, tío. Nadie más en mi manada lo hará - A menos de que quieran enfrentar la furia de mi sobreprotector padre - y no conozco a otro lobo más capaz que tú fuera de ella. Sé que los cachorros de este territorio ya se encuentran entrenando, ¿Por qué no puedo unirme a ellos? -Porque tu padre me mataría y tu madre colgaría mis dulces joyas de la corona si algo vuelve a sucederte en este territorio. - Dijo mi tío con un suspiro cansado. - Yo no... Y dejé de oirlo porque un "ataque de dolor" recorrió mi cuerpo. Como siempre que los tenía, apreté los dientes, cerré con fuerza mis puños y aguanté lo más que pude. Los desmayos eran frecuentes en estos ataques, así que no me sorprendió que para cuando acabó la visión de una loba demente mostrándome las nuevas joyas que Alderik le había comprado, yo me encontrara recostada en alguna cama sin saber a ciencia cierta cómo ocurrió. -Despertaste. - Dijo tío Gail a un lado de la cama. Me tomó de la mano y susurró una oración de agradecimiento hacía Nuestra Dulce Madre. - ¿Qué tan malo es? Le sonreí un poco. -Estoy segura de que Ti ya te ha actualizado, tío. Él asintió. -Si, pero solo tú puedes decirme si has mejorado o no. - Dijo con suavidad y yo le respondí en el mismo tono. -Mis ataques siguen siendo intermitentes; lo unico constante de todo esto es que ocurre cada luna llena son falta. No le di detalles y él no los pidió. -Lamento escuchar eso. -Así es la vida. Después de que te fueras, mi madre contactó al lobo Blanco para ayudarme y eso funcionó durante un tiempo. Ahora simplemente trato de que no me afecte y ayuda cuando distraigo mi mente. Entonces, ¿Me entrenarás? Dió un suspiro más y supe que había ganado. -¿Quieres distraer tu mente así? -Es el plan. Y mentí. Yo no quería "distraerme" y Nuestra Gran Madre sabía que no servía para nada ya que no podía controlar mis visiones. No tenía ningún tipo de alivio a menos de que quedara en la dulce inconsciencia, así que el entrenamiento no me ayudaba más allá de ser capaz de hablar a través de mis puños. Yo quería eso porque nadie se aprovecha de las personas fuertes. -Está bien, lo haré con una condición: Debes pedir permiso a tus padres. -Hecho. Y así fue como me uní al entrenamiento con los cachorros de su manada. Mis padres no estaban de acuerdo en que su única cachorra estuviera lejos de casa, así que tuve que utilizar un truco sucio pero efectivo: Volví a mentir diciendo que mis ataques parecían ser menos frecuentes al no estar tan cerca del Norte del Continente. Con eso obtuve su permiso a regañadientes. Aunque con el tiempo pude controlar mis reacciones hacia mis visiones un poco mejor, no es como si se hubieran detenido (lamentablemente para mí). Ningún patrón que pudiera advertirme cuándo la próxima visión atacaría más allá de la que si o si tenía durante las noches de luna llena. No podía haber imaginado que ese sería solo el inicio de mi historia.