Morí triste, sola y desdichada.
Patética. O al menos eso es lo que pasó en el primer recuerdo de mi vida pasada de muchos que seguirían con los años. Recuerdos tan vívidos que me aceleraban el pulso y me llenaban de terror. Jugaba con mi hermano y algunos cachorros de otro territorio que se acababan de convertir en mis primos. Todo era un juego inocente hasta que caí de un árbol cercano al río y mi cabeza se estrelló contra algunas rocas mientras la corriente del agua me llevaba. No recuerdo cómo es que me sacaron de allí. Mamá dice que mi tía saltó al agua para salvarme. Yo desperté sintiéndome mareada y muy confundida. En un momento me encontraba mirando el techo de la cabaña del curandero de aquella manada y al siguiente me encontraba en una sucia celda peleando contra las ratas por un trozo de carne en putrefacción. Las risas de una voz femenina resonaban en aquellas oscuras y húmedas paredes de la celda. -Vaya, es triste ver cómo caen los poderosos. Ahora, vamos a abrir la celda para que tú y yo tengamos un amigable tiempo de chicas... Dos lobos entraron con ella a mi celda para sujetarme. Yo me resistí lo más que pude, pero estaba débil debido al hambre. Los lobos me llevaron a una mesa en el rincón más alejado de la celda. Allí, como normalmente lo hacían, aseguraron mis extremidades con cadenas para que la loba pudiera hacer conmigo lo que quisiera. Viendo el brillo de satisfacción en sus ojos gracias a las antorchas que sus dos ayudantes colocaban a nuestro al rededor, podía dedicir que ese día ella estaba de humor para usar sus propias garras en mi piel. Y no me equivocaba. -Comencemos. Entonces, ¿Quién era el padre de tu bastardo? Yo sabía que no valía la pena negar su acusación. En los tres meses que llevaba allí, había aprendido que ella no estaba interesada en la respuesta sino en hacerme sangrar. Así que solo cerré mis ojos y me preparé para sentir dolor. Grité y no dejé de gritar aun cuando volví de nuevo a aquella cabaña y a mi pequeño cuerpo de cachorra. Mamá, papá y el curandero habían corrido hacia mi cama para preguntar qué sucedía. -Duele... ya no quiero que me lastimen... por favor... Papá, el Alfa Supremo, enseguida tomó por el cuello al curandero y amenazó su vida. Mamá intervino mientras yo me mecía en aquella cama suplicando que el dolor desapareciera. Podía sentir claramente las garras de aquella loba en mi piel. Lágrimas resbalaban por mi rostro dificultando mi visión. Sentí a mi madre quitar las mantas que me cubrían en busca de heridas. -Alina, ¡Alina! ¡Escúchame! Dime dónde te duele. Mis pequeñas manos recorrieron mi cuerpo tembloroso. Mamá apartó la ropa que cubría mi piel para examinarme. -Haz que me deje... duele mucho... Un parpadeo y yo estaba nuevamente acostada y sometida en aquella celda. El aire olía a humedad... y cobre. El dolor era insoportable, pero lo que verdaderamente ponía mis nervios de punta era el sonido constante del goteo. Ese goteo era mi sangre al caer de aquella mesa de madera. -Ah, dulce Mery, si no hablas me temo que esta conversación tendrá que seguir y seguir por largo... -Alfa Alderik pregunta por usted. - Dijo una voz que parecía lejana. -Enseguida subo. Dile que me encuentro aseándome para estar bonita y recibir a nuestros invitados. -escuché algunos pasos alejándose mientras yo recuperaba el aliento - Lastimosamente terminaré contigo en otra ocasión. Déjenla como estaba. -Si, Luna. Los dos lobos volvieron a dejarme en el otro extremo sin mucha sutileza y mi cuerpo aterrizó torpemente en el suelo. La puerta de la celda se cerró y yo supe lo que ahora me esperaba: Las ratas acercándose porque olfateaban carne fresca. No tenía fuerza para ahuyentarlas. Grité y grité entre el recuerdo y la realidad. -¡Alina! ¡Haga algo, joder! El gruñido de papá se escuchó por encima de los gritos. -Puedo darle algo para el dolor, pero sin saber qué es lo que tiene, me temo que eso sera solo temporal... -Lo siento, pequeña. - murmuró mamá antes de poner algunos dedos en mi cuello y presionar. El alivio vino en forma de un dulce desmayo. Estuvimos un par de días más en esa manada. Muy pronto comencé a alejarme del resto de los cachorros pues tenía "ataques de dolor" como mi hermano lo llamaba y no quería hablar de ello. Algo me decía que si hablaba sobre eso, me rompería. Una noche, después de un episodio realmente malo, desperté un poco porque habían algunos murmullos cerca de mí. -Deberíamos irnos - susurró mamá - No es como si pudiéramos hacer nada por ella aquí y ya hemos estado lejos de casa el tiempo suficiente. -Tienes razón. Quizá mejore. Me perdí en la inconsciencia. Regresamos a nuestra manada, pero nada fue mejor. Mis "ataques de dolor" comenzaron a acecharme en sueños, incluso tuve algunos problemas para abrir mis ojos. -Hey, despertaste - Miré hacia mi izquierda. Zayn, mi hermano gemelo, me miraba con alivio -. ¿Te sientes mejor? -Si... Mi garganta dolía mucho, quizá grité hasta quedarme sin voz. En seguida me ayudó a levantar mi pecho para darme un poco de agua. -Nos tenías preocupados... oh, espera. Se supone que tengo que decirle a mamá que estás despierta. Vi a mi hermano correr y desaparecer por la puerta. Cerré los ojos preguntándome si alguna vez volvería a ser una cachorra normal. -¡Mi bebé! Fuí apretada contra el pecho de mamá en un instante. -Mamá... -Shh, cariño. No hables y no te preocupes por nada, ya todo está bien. Asentí. Mi mamá nunca me había mentido. -¿Papá? -Fue a buscar al lobo blanco, el Gran Guardian a su territorio. Pensamos que quizá el podría ayudarte a... dormir bien. Yo hice un ruido con la garganta. Nunca había visto a ese gran Lobo Blanco del que papá y mamá, sobre todo papá, siempre hablaban. Quizá no le gustaba dejar su territorio. Efectivamente el Lobo Blanco vino con mi padre un par de días después y fuimos presentados. En pocas palabras era... enorme e imponente. Sus ojos eran tan claros que parecían sin color. La manada se había reunido en el claro que utilizábamos para recibir a los visitantes. No vi miedo en ningún otro lobo presente. Incluso mi hermano Zayn miraba el caminar pausado y peligroso de aquél gigante con franca fascinación. Enseguida un escalofrío de terror invadió mi cuerpo y yo di algunos vacilantes pasos hacia atrás. Mamá me detuvo con un apretón pequeño en el hombro. -Él no te hará daño. -Murmuró tranquilizadoramente. - Tampoco se acercará más a menos de que tú lo permitas. El lobo se detuvo abruptamente con sus ojos fijos en mí. Tardé un minuto entero en dejar de temblar y un minuto más en armarme de valor. -Tú... ¿Puedes ayudarme?