Maximiliano Valenti, un cirujano pediatra frío y ambicioso, está listo para dejar Londres y comenzar de nuevo en Valtris, dejando atrás un pasado que preferiría olvidar. Pero en su última noche en la ciudad, conoce a una mujer misteriosa de cabello rojizo que irrumpe en su vida con audacia. Lo que parece una noche efímera e intensa se convierte en un evento que cambiará su destino para siempre. Ariadna Valdés, una estudiante brillante, despierta en una cama desconocida, junto a un hombre al que jamás ha visto, y sin recuerdos claros de cómo llegó allí. Su mundo perfecto comienza a derrumbarse cuando descubre que su hermana gemela, Aisha, la ha traicionado de la peor manera: haciéndose pasar por ella, enamorando a Maximiliano y orquestando una trampa para arruinar su vida. Abandonada por su novio debido a aquella grave infidelidad, perdiendo su beca para estudiar medicina en Estados Unidos, con su vida arrojada al suelo y enfrentando un embarazo inesperado de trillizos producto de una noche que no recuerda, Ariadna es arrastrada a un matrimonio forzado con un hombre al que apenas conoce, pero que ahora está ligado a ella para siempre. -Una terrible acusación. - Una hermana gemela que se hace pasar por ella para manipular su destino. - Una noche borrosa que la deja marcada para siempre. - Tres bebés que la atan a un hombre que podría salvarla o hundirla. ¿Podría el amor nacer de esa unión o solo se verán atados por las vidas que crecen dentro de Ariadna?
Ler maisUna traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí.
Ella lo había engañado… destrozado.
Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida.
Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Quizás empujado por el dolor, su deseo de alejarse. Irse tan lejos que no fuese capaz de recordarla, pero más importante, no verla.
Todavía escuchaba su corazón romperse cuando pasó todo. Y lo recordaba con claridad.
(Inicia flashback)
Maximiliano estaba sentado junto a la mesa, con una copa de vino en la mano, mirando hacia la pista de baile donde los demás reían y se divertían. Era el aniversario de boda de sus suegros y, como siempre los habían invitado. Amelie, su prometida, se movía con demasiada cautela, sus manos jugando con el borde de su vestido.
Finalmente, ella se acercó. Se sentó frente a él y dejó su copa sobre la mesa sin mirarlo directamente.
—Tenemos que hablar. —Su tono era neutro, sin rastros de duda ni emoción.
Maximiliano levantó la mirada, dejando la copa a un lado.
—¿Ahora? —preguntó, confuso, tratando de leer su expresión.
Amelie respiró hondo y lo miró por fin, sus ojos tan fríos como el cristal de la copa que sostenía.
—Sí. Es importante. —Se cruzó de brazos, como si se estuviera preparando para un trámite que no podía postergar.
La pausa que siguió fue insoportable, y Maximiliano sintió un leve nudo formarse en su estómago. Aún así, intentó mantenerse firme.
—Dilo. —Su voz fue baja, casi un susurro, como si presintiera el golpe que estaba por venir. Porque todo indicaba que era un golpe, uno de esos que te noquean tan fuerte que no quedas con ganas de más.
Ella lo miró directamente, con una calma cruel.
—Conocí a alguien más. Y estoy enamorada. —Aquellas palabras ya no solo eran crueles, sino reales, desastrosas, precisa y letal. Maximiliano parpadeó, su mente atascada tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Amelie no se detuvo; su voz era tan afilada como la hoja más letal—. No quería que te enteraras por otra persona, así que decidí decírtelo yo misma. —Su tono era frío, desprovisto de remordimiento—. Creo que te debo al menos esa honestidad.
Maximiliano soltó un respiro entrecortado y apoyó las manos sobre la mesa, apretándolas con fuerza. Las palabras se le atoraban en la garganta, pero finalmente logró hablar.
—¿Honestidad? —preguntó, su voz temblando apenas. La incredulidad en sus ojos era evidente—. ¿Eso es lo que llamas esto?
Amelie inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando su reacción.
—No lo hagas más difícil, Maximiliano. Lo nuestro no iba a durar. —Su voz tenía un filo seco, como si lo estuviera reprendiendo por no entender algo obvio—. Tú... siempre tan obsesionado con el control, con tu trabajo, con todo. Yo necesito algo más. Algo que tú no puedes darme.
Maximiliano sintió que el aire se volvía pesado, pero no dijo nada. Amelie tomó un sorbo de vino, aparentemente indiferente al silencio que ella misma había creado.
—Entonces... ¿me engañaste? —murmuró finalmente, su voz rota, contenida por una rabia que amenazaba con desbordarse.
Ella dejó la copa en la mesa y lo miró directamente, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Llámalo como quieras. Pero creo que, en el fondo, sabes que te estoy haciendo un favor. —El desprecio en sus palabras lo dejó paralizado—. Esto es lo mejor para ambos.
Maximiliano la miró, con el corazón desgarrado, sintiendo cómo todo lo que había construido con ella se desmoronaba. Amelie, sin embargo, parecía haber terminado. Se puso de pie, arregló la falda de su vestido y lo miró una última vez.
—Amelie…—su voz se rompió y se odió en ese momento por amarla, por permitirle que lo destruyera de esa manera. Tomó su mano, un toque frío, doloroso—. ¿Quién es él?
—Deberías seguir adelante, Maximiliano. Lo superarás. —Y con eso, se dio la vuelta y desapareció entre la multitud.
Él permaneció sentado, inmóvil, viendo cómo su mundo se rompía en mil pedazos mientras el ruido del salón parecía alejarse, dejándolo en un vacío aplastante.
Su prometida lo que acababa de dejar luego de una traición.
(Termina flashback)
Amelie, el nombre que evitaba pronunciar en su mente, parecía bailar entre las copas de vino que sostenían sus compañeros, era un recuerdo que jamás podría borrar, se había dado cuenta de eso cuando ni en medio del alcohol podía sacarla de su cabeza.
Hubo amor, traición… dolor. Siempre el maldito dolor teniendo que arruinarlo todo. ¿Por qué no pudo mantener su corazón sellado? Porque ella supo cómo abrirlo, adueñarse de él y luego destrozarlo sin piedad.
—¿Seguro que no vas a extrañarnos, Valenti? —preguntó uno de sus amigos, alzando su copa con una sonrisa.
Maximiliano dejó escapar una carcajada seca, ajustando la corbata negra que parecía sofocarlo.
—¿A ti? Lo dudo. —Su tono fue sarcástico, pero su sonrisa era cordial.
El grupo estalló en risas mientras él alzaba su copa, agradeciendo de manera breve los buenos deseos. Sin embargo, su atención no estaba completamente allí. Al fondo del salón, una risa cristalina le llamó la atención. Giró el rostro, buscando el origen de ese sonido, y sus ojos se encontraron con una figura que no reconocía.
Había intentado olvidar a Amelie por todos los medios, menos con otra mujer. ¿Sería buena idea? Quizás no, pero la noche se hizo larga y los tragos nunca pararon, puede que el alcohol estuviera haciendo su efecto y empujándolo a hacer aquello que en su momento de lucidez no haría.
Era una mujer joven, de cabello rojizo y lacio que se esparcía elegantemente sobre sus hombros. Llevaba un vestido negro, llamativo, sensual, provocador, al mismo tiempo con una elegancia casi insultante. Sus labios curvados en una sonrisa parecían iluminar la esquina donde estaba. No era una de sus colegas. Estaba seguro de eso. Pero algo en ella le llamó la atención, como si su sufrimiento fuese capaz de esfumarse con ella, quizás no, pero él se estaba planteando intentarlo.
"Solo una chica más en la multitud", pensó, apartando la vista y volviendo a su grupo.
—Valenti, ¿qué pasa? —preguntó otro colega, dándole un ligero codazo—. Pareces distraído.
—Nada —respondió con una media sonrisa—. Deben ser los años. Ya no tengo la energía para estas cosas.
Pero no era eso. Era ella.
La conversación continuó, pero Maximiliano apenas prestaba atención. El cansancio del viaje y los brindis repetitivos comenzaban a afectarle. Tomó un sorbo de su copa y estaba a punto de excusarse cuando sintió una mano firme en su hombro.
Se giró rápidamente y allí estaba ella: la mujer de cabello rojizo, con esa sonrisa atrevida que parecía saber lo que buscaba. Desde tan cerca, notó sus ojos verdes, brillantes como joyas bajo la luz sutil de las lámparas.
—¿Bailamos? —dijo, sin titubear.
Maximiliano arqueó una ceja, sorprendido por su audacia. Pensó en rechazarla. Después de todo, no la conocía, y claramente no era parte de su círculo. Pero algo en ella lo animó, quizás la sutil idea de olvidar a Amelie con otro cuerpo, a lo mejor esa era la noche y la chica indicada y ella parecía tener un claro interés en él.
Ella tomó su mano con decisión y lo arrastró hacia la pista de baile, dejando a sus colegas mirándolos con sorpresa.
Cuando llegaron al centro del salón, ella se detuvo y guio las manos de Maximiliano hacia su cintura. Él obedeció, un poco aturdido, mientras la música cambiaba a un ritmo más lento. La cercanía lo tensó al inicio, por la repentina forma en la que ella se encargó de que su cuerpo se uniera al suyo, la manera de rozarse contra su entrepierna; su perfume era dulce, como algo que no había olido antes, y su sonrisa tenía un toque de peligro.
—Eres... atrevida, ¿no? —dijo Maximiliano, esbozando una sonrisa a medias mientras ella se inclinaba ligeramente hacia él.
—Solo aprovecho las oportunidades —respondió, sus labios a milímetros de los suyos.
¿La iba a besar? Él no, pero ella sí.
El beso llegó antes de que él pudiera procesar lo que ocurría. Fue directo, justo como él esperaba que besase ella, exploratorio, intenso, como si su decisión no tuviese titubeos. Maximiliano sabía que estaba ebrio, pero ella parecía completamente sobria. Sobria y segura.
Eso le gustó.
Le gustó besarla.
Cuando el beso terminó, ella sonrió y llevó sus dedos a su cuello, acariciándolo con firmeza, no había delicadeza en ella, más bien algo de urgencia.
—Te he estado viendo toda la noche —dijo, su voz un susurro directo a su oído, rozando su piel—. Y solo quiero decirte que quiero salir de esta fiesta contigo.
Maximiliano parpadeó, sorprendido por su declaración. Antes de que pudiera responder, ella lo besó de nuevo, y esta vez él no se resistió. La cercanía, su audacia, su sonrisa... todo era una combinación perfecta para lo que él necesitaba, cero cortejo, directa y con decisión.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él, saboreando el sabor que dejaban sus labios.
—Ariadna —dijo, mirándolo con esos ojos verdes llenos de chispa—. Estoy de vacaciones en Londres. Tengo una habitación en un hotel cerca del centro a la que quiero invitarte.
Maximiliano dudó un momento. Su vida estaba en un punto de transición. Una noche no cambiaría nada, pero... ¿realmente quería complicar aún más las cosas? Sí, necesitaba eso, pero sin complicaciones. ¡¿Por qué estaba dudando?! La deseaba, no era algo que pudiese ocultar en ese momento, la mujer estaba presionando su vientre contra su erección, decir que no quería ir con ella era algo sin sentido.
“¿Estoy borracho?” Se preguntó. Entonces, como si el destino decidiera interrumpir su indecisión, una voz familiar se alzó detrás de él.
—Maximiliano.
El sonido lo congeló. Giró el rostro y ahí estaba: Amelie. La mujer que alguna vez había sido su prometida, ahora casada con un colega. Su corazón se encogió al verla. Iba acompañada de su esposo, y ambos lucían felices, como si la traición que compartían no fuese suficiente para ensuciarles las manos.
—A… Amelie—se sintió estúpido al nombrarla de esa manera. Con dolor. Dolía como el demonio. ¡Joder! Dolía demasiado.
—He venido a despedirte —dijo Amelie con una sonrisa que parecía sincera, aunque Maximiliano sabía que no lo era. Se inclinó para besarle la mejilla mientras su esposo le ofrecía un apretón de manos.
—Mucha suerte en Valtris —añadió su esposo, con la misma falsa cortesía.
Maximiliano sintió que la rabia se acumulaba en su pecho. Hipócritas. Pero no les daría el gusto de verlo afectado, a pesar de que sí lo estaba. En cambio, deslizó una mano alrededor de la cintura de Ariadna y la atrajo hacia sí, sonriendo con satisfacción al ver la sorpresa en los ojos de Amelie.
—Muchas gracias —dijo Maximiliano, apretando un poco más a Ariadna contra su cuerpo—. Estoy seguro de que me irá mucho mejor allá. Aquí no tengo nada que buscar, no dejo nada. Un camino nuevo me espera—dijo, mirando a Ariadna.
Amelie lo miró, y por un instante, su sonrisa flaqueó. Sin decir nada más, giró sobre sus talones y salió del lugar, arrastrando a su esposo consigo.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Maximiliano dejó escapar una carcajada baja, aliviando un poco la tensión en su pecho.
—Eso fue... interesante —murmuró Ariadna, arqueando una ceja mientras lo miraba.
Él la miró, y por primera vez en toda la noche, sintió que podía olvidarse de todo.
—¿Todavía tienes esa habitación cerca del centro? —preguntó.
Ella sonrió, tomó su mano y lo guio hacia la puerta. Maximiliano no miró atrás. Londres quedaría en el pasado, junto con todo lo que quería dejar atrás.
Un corazón roto.
Una traición.
Un amor que lo hirió tanto como para salir huyendo.
El aire de la noche madrileña me golpea cuando salimos del Restaurante Botín, pero no enfría la tensión que vibra entre nosotros. Camila está a mi lado, con ese vestido negro que abraza sus curvas y me hace apretar los puños para no tocarla.Guardó el sobre como si se tratara de un artefacto explosivo. Pero esta noche no se trata de contratos ni legados. Esta noche es sobre ella, sobre lo que despierta en mí, algo que no controlo y que deseo poseer.El Mercedes negro espera en la calle, y mi chófer, Luis, abre la puerta para Camila. Ella sube, cruzando las piernas con una elegancia natural que me eriza la piel. Me siento a su lado, y el espacio reducido del coche hace que su perfume, algo suave y floral, me envuelva.—¿A dónde vamos? —pregunta, girándose hacia mí. Sus ojos brillan bajo las luces de la Gran Vía, desafiantes, curiosos.—Sorpresa —respondo, con una sonrisa que sé que la provoca—. No te preocupes, te gustará. —No le digo, porque sé que dirá que se hace tarde y se querrá i
Me miro en el espejo del baño del Hostal Luz, ajustándome el vestido negro que América insistió en que trajera, ahora ve que sí servirá para algo.Es sencillo, pero me queda bien, y esta noche necesito sentirme segura, no dejaré que me intimide. No sé por qué accedí a esta cena con Leonardo Valdés. Tal vez porque estoy sola en Madrid, aburrida, con demasiado tiempo para pensar y él es muy insistente como para planteármelo y yo aceptar.O tal vez porque, aunque me asusta lo que sabe de mí, hay algo en él que me hace querer descubrir más y al mismo tiempo alejarme, como si fuese demasiado… exagerado. Sacudo la cabeza, aplico un poco de gloss y salgo. El coche que envió está esperándome abajo, un Mercedes negro que no encaja con las calles estrechas de la Gran Vía.¿No se ha tomado muchas molestias?¿A dónde vamos a cenar?El conductor, un hombre de traje que no sonríe, me lleva al Restaurante Botín, un lugar que vi en una guía, pero nunca pensé entrar. Es antiguo, con paredes de piedra
Capítulo 5Camila Torres. Esa mujer me tiene atrapado, y no sé si es su descaro o esa forma de mirarme, como si pudiera ver a través de mis muros. La cena de esta noche será clave.Yo quiero una noche con ella.Ni siquiera sé por qué se ha empeñado en rechazarme, pero quiero una noche con ella.No puedo permitirme dejarla ir cuando estoy tan cerca de lo que quiero. Pero primero, negocios.Richard Montes entra sin llamar, con su maletín en la mano y esa expresión de quien lleva malas noticias. Deja una carpeta gruesa sobre mi escritorio y se sienta sin esperar invitación.—Esto es lo que pediste —dice, señalando la carpeta—. Pero no te va a gustar.—¿Qué es? —pregunto, abriendo la carpeta. Dentro hay un documento titulado “Contrato de Gestación Subrogada - Borrador” y una lista de nombres con perfiles adjuntos.—Un primer intento —responde Richard, ajustándose las gafas—. El contrato está en fase inicial. Cubre lo básico: inseminación artificial, renuncia a derechos parentales, compens
Capítulo 4Me quedo mirando el teléfono apagado, con el corazón latiendo como si hubiera corrido una maratón. ¿Cómo sabe Leonardo que América se fue? ¿Me está siguiendo? La idea me pone la piel de gallina, pero no en el mal sentido, y eso es lo que más me asusta. Debería estar furiosa, bloqueando su número, quizás hasta llamando a la policía. Pero en lugar de eso, estoy sentada en la ventana de este hostal cutre, con vistas a una callejuela de la Gran Vía, sintiendo un cosquilleo que no quiero nombrar. Sacudo la cabeza. “Camila, reacciona. Esto no es un cuento.”Estoy sola en Madrid. América, con su impulsividad de siempre, se largó a Barcelona con un tal Larry, un tipo que conoció hace menos de un día. “Es mi oportunidad”, dijo, como si yo no importara. Vine con ella para desconectar, para caminar por la Puerta del Sol, comprar un pañuelo para mi madre, un llavero para mi padre, algo que les saque una sonrisa cuando vuelva a Valtris. Pero ahora, con mi cuenta bancaria en rojo y mi m
Capítulo 3Camino junto a Leonardo por la callejuela que lleva a la Gran Vía, con el sol de la mañana pegándome en la cara. No sé cómo terminé aquí, aceptando un desayuno con un desconocido que apareció en mi hotel como si fuera una película. Mi plan era sencillo: explorar Madrid, comprar un par de regalos para mis padres, estirar los pocos euros que me quedan. Pero ahora estoy siguiendo a este hombre, que camina con una seguridad que me pone nerviosa. Es alto, demasiado, y su camisa blanca, con las mangas subidas, deja ver unos antebrazos que no debería estar mirando. Sacudo la cabeza. “Solo un desayuno, Camila. No te compliques.”Llegamos a un café pequeño, escondido en una esquina cerca de la plaza de Callao. Tiene mesas de madera, un cartel que dice “Café de la Abuela” y un olor a pan tostado que me abre el apetito. Nos sentamos junto a la ventana, y pido un café con leche. Leonardo pide un espresso, sin azúcar, y la camarera le lanza una mirada que no disimula. Él ni se inmuta.
Capítulo 2No puedo creer que América me haya dejado tirada. Anoche, en ese bar pijo del barrio de Salamanca, se fue con un tipo que conoció en cinco minutos. “Vive un poco, Camila”, me dijo antes de desaparecer con su sonrisa tonta y un chico que parecía modelo de anuncio. Y yo, como idiota, me quedé sola, con mi copa de vino barato y un vestido que pedí prestado. Al menos hasta que él se acercó. Ese hombre alto, con traje impecable y una mirada que me hizo olvidar cómo respirar. No sé qué me pasó. Cuando me tocó el brazo, me salió una fuerza que no sabía que tenía y lo aparté. Pero ahora, mientras me seco el pelo con una toalla en este hotel cutre de la Gran Vía, no puedo dejar de pensar en sus ojos. Y en cómo me miró cuando le dije que no me tocara.Es mi primera vez en Madrid. Vine con América para una semana de vacaciones, un capricho que apenas puedo permitirme. Trabajo como enfermera en una clínica pequeña y entre el alquiler y las facturas médicas de mi madre, mi cuenta bancar
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