Me desperté con la luz del sol filtrándose por las cortinas del ático, un rayo traicionero que me recordaba que el mundo seguía girando pese a todo.
El reloj marcaba las nueve y media de la mañana, y mi corazón ya latía con fuerza, un pulso ansioso que se sincronizaba con las pataditas de Ariadna y Aisha en mi vientre.
Tomé una ducha rápido y me vestí antes de que él entrara en la habitación.
Antes de irse entró a despedirse.
—Vuelvo temprano, Cherry. Descansa —dijo, su voz suave, pero sus ojos evitaban los míos—. Quizás no almorzamos juntos, pero cenamos juntos, ¿te parece?
—Bien.
—¿Necesitas que traiga algo de fuera? ¿Quieres que te compre algo?
—No, no necesito nada.
—Entonces me voy, ten un buen día.
Salió, la puerta cerrándose con un clic, y solo entonces respiré hondo.
Me incorporé con cuidado,  y me moví despacio hacia el escritorio.
La laptop estaba allí, lista desde anoche, con la teleconferencia programada a las diez.
No había dormido bien, repasando lo que diría, pero ahor