Mundo de ficçãoIniciar sessãoDebía haber sabido que él nunca sería suyo. Dimitry Romanov líder de la mafia rusa estaba destinado a casarse con su hermana gemela, era a Natalya a quien amaba pero ella había muerto y ahora a Tarah le tocaba asumir aquel matrimonio inesperado con su peor enemigo. Su padre la había manipulado para hacerlo y pronto Tarah se vio enredada en el desgarrador deseo oculto que sentía hacia su esposo quien lo único que quería de ella era un heredero. Ilusamente había creído poder enamorar a Dimitry, estaba a punto de confesarle sus sentimientos y que llevaba en su vientre el hijo que tanto deseaba. Pero ese momento se desmoronó con la resurrección de su hermana. Ella había llegado para quitarle todo lo que Tarah le había robado y el corazón de ella se quebró al ver que solo había sido el reemplazo de Natalya, pues había encontrado a su marido en los brazos de ella. Entonces escapó con su bebé dejando solo los papeles del divorcio. Aunque aquel mafioso no iba a dejarla ir tan fácil.
Ler mais—No puede ser.
Su voz sonó quebrada al contemplar la escena frente a ella.
Su hermana estaba viva, había corrido a su casa para encontrarla y se llevó una sorpresa inesperada pues su esposo también estaba ahí.
—Dimitry…
Aunque susurró su nombre él no pudo oírla, sus labios estaban siendo besados por la única mujer a la que siempre amó. Tan embelesado por ella como desde la adolescencia estuvo.
—Esta vez sí estaremos juntos. Te daré muchos hijos…
Mientras hablaba Natalya llevó una de las grandes manos de Dimitry a su vientre.
Satarah ahogó un sollozo sintiendo como su corazón se quebraba en ese instante. Parecía estar en una pesadilla.
¿Cómo iba a competir con su hermana? Desesperada se dio la vuelta para irse, no podría soportarlo por más tiempo..
—¿Satarah? Detente.
Temblorosa y llena de dolor jugueteó con su anillo de bodas sintiendo que todo lo que había vivido en esa casa era un sueño lejano. Una dulce mentira.
—Te dije que te detuvieras ¡¿No me oyes?!
La mano firme de su esposo se cerró con fuerza sobre su brazo impidiendo su huida. Dimitry la giró para que lo mirara.
—Y-yo no quería interrumpir.
Los ojos oscuros de su esposo estaban fulminantes sobre su rostro. Su mandíbula se mantenía firmemente apretada analizando la expresión de Satarah que parecía indiferente.
—Natalya, ve a la habitación, pasaré por ti más tarde —esta vez su voz sonó mucho más suave al dirigirse a la hermana de Satarah.
Natalya no parecía ser la misma que ella recordaba.
Antes de acatar la orden de Dimitry miró de manera fulminante a Satarah incrementando aquel sentimiento de traición.
—Ayuda a tu hermana a instalarse —La brusquedad en su tono solo le recordó a Satarah su lugar en la vida de Dimitry.
—¿E-ella se quedará aquí?
La agonía para la mujer iba en aumento con cada segundo que pasaba.
—¿Quieres que la echemos a la calle? ¿Cuándo te volviste tan mezquina Satarah? Es tu propia hermana, volvió de la muerte ¿Y tú cuestionas su estancia aquí? —preguntó despectivamente.
Satarah se encogió agachando su rostro avergonzada y al mismo tiempo lastimada, no quería que él viera las lágrimas en sus ojos.
Tenía sentimientos encontrados porque aunque amaba a Natalya no podía olvidarse de lo que acababa de presenciar en aquella misma sala. Además su hermana tenía a su madre, no se quedaría en la calle pero en lugar de decirle eso a Dimitry se limitó a acceder como si nada.
—Tienes razón, lo siento mucho es solo que me sorprendió. Iré a ayudarla.
Dimitry parecía irritado, pasó una mano por su cabello. Con su mirada repasó el cuerpo de Satarah e hizo una mueca desdeñosa.
—Y cámbiate esa m*****a ropa. Me avergüenza que utilices esos trapos en la calle, ¿qué demonios crees que piensan todos cuando ven a la mujer del Pakhan vestida así?
Otro golpe directo a su corazón, Satarah estaba luchando por no quebrarse, aunque no era sencillo. Respiró profundo y asintió.
—Te haré sentir orgulloso, señor.
Ella pasó por su lado desesperada por alejarse de él.
—Esta tarde llegará un vestido para ti y uno para Natalya. Como mi esposa debes asistir impecable y no confío en tus gustos pintorescos. Lya necesita asistir por ser la heredera de la mafia de Alekseev, todos deben saber que ella está viva para recuperar lo que le pertenece.
Satarah se quedó sin aliento por un momento y volvió a enfrentar a Dimitry.
Lo que le pertenece… ¿ Eso te incluye a ti, esposo?
Dado a lo que acababa de ver, la respuesta era sí.
—Pero soy yo la heredera de la mafia de mi padre, soy la mayor. Dije que me haría cargo y no has querido cederla.
No sabe qué la atormenta más, si el desdén en la expresión de su esposo o que todo comenzara a desmoronarse con la llegada de su hermana aunque se sintiera culpable por pensar así.
—No puedes manejarlo Satarah
—Nunca me diste la oportunidad.
La diversión desaparece de la cara de Dimitry para volver a condenarla con aquellos ojos suyos ante la dureza con la que le había hablado su mujer.
—No me retes, Satarah. Yo no aguantaré tu insolencia.
Ella apretó los labios intentando controlarle. Se dio la vuelta marcándose sintiendo la mirada de su marido en su espalda.
Casi corrió a su habitación pero antes de llegar la puerta de al lado se abrió mostrando la hermosa figura de su hermana.
—Lya.
Satarah la abrazó llena de alivio al verla a pesar de todo. Ella más que nadie había llorado la pérdida de su hermana gemela, por eso estaba feliz de tenerla de vuelta. Natalya siempre había sido su mejor amiga y protectora.
—No me toques —rugió la voz de su hermana.
De repente Natalya la empujó y abofeteó su mejilla ocasionando que Satarah la observara con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Tú me lo robaste todo, lo sé!
Ella se sintió angustiada por la acusación de su hermana.
—Yo te lo puedo explicar todo…
—No quiero, mantente lejos de mí. Eres una intrusa, te aprovechaste de que tienes mi misma cara para quitármelo ¿Verdad? ¡Seguramente fuiste tú quien me mandó a matar!
Satarah gimió llevando ambas manos a su boca ahogando los sollozos que salían de esta.
—No, no. Yo nunca…
—Siempre me envidiaste Satarah pero todo lo que me quitaste será mío de vuelta. Sobre todo Dimitry. Haré que te pida el divorcio y nos casaremos. ¡Pagarás por lo que me hiciste!
Si saber cómo responderle y sintiendo la punzada dolorosa en su corazón Satarah se fue a encerrar en la habitación que compartía con Dimitry. Se dejó caer en el suelo del baño sin poder dejar de llorar.
Quería odiar a su hermana pero lo cierto es que ella había sido la intrusa, Natalya tenía razón. Dimitry se había visto obligado a casarse con ella y aquellas eran las consecuencias de un matrimonio sin amor.
—Supongo que esto estaba destinado a pasar. Él nunca fue mío.
Miró su alianza, el símbolo de la mentira de aquel matrimonio que pesaba en su espalda. Esta vez se la quitó y se levantó para dejarla sobre el lavabo. Clavó sus ojos en el espejo mirando lo patética que se veía.
—Que estúpida he sido… creer que él me querría a mí. Probablemente siempre la vió en mí. Siempre he sido el fantasma de Natalya, nada más que su sombra.
Valerik bajó la cabeza y la besó en la frente.—No sabes lo que me haces sentir, princesa. —Su voz era grave, ronca, contenida—. Llevo tanto tiempo caminando entre sombras… y tú, de pronto, eres todo lo que tiene sentido. Estás temblando.—De emoción —dijo ella con una sonrisa que se quebró en sus labios.Hace rato, después del beso de casados, Anastasya se había llevado al sacerdote dejándolos a solas. Valerik la miró unos segundos más y después, sin poder contenerlo, la rodeó por la cintura y la alzó entre sus brazos. Rashel soltó un pequeño grito entre risas. —¿Qué haces?—Celebrar. —Él sonrió con esa sombra de picardía que siempre la desarmaba—. Mi esposa y mi hijo no van a quedarse tiritando en medio de la nieve.Ella apoyó la frente contra su cuello mientras él la cargaba, sintiendo el calor de su cuerpo, la fuerza en sus brazos.La nieve caía más espesa, cubriendo el sendero y cada paso que daba Valerik dejaba huellas marcadas por el peso de la emoción.Rashel lo observaba en
Fedorov lo miró con un gesto entre fastidio.—No deberías estar escuchando conversaciones ajenas ¿Sabes que hay formas más normales de celebrar un sobrino, verdad?Dimitry parpadeó aturdido, la rabia cedió un segundo a la incredulidad.—¿Sobrino?—Sí —Fedorov se zafó, sacudiéndose la bata—. Y antes de que me pegues, te recuerdo que soy tu primo y el único que tiene permiso para tocar una aguja cerca de tu familia. Así que relájate.Satarah intervino, poniéndose entre ambos.—Dimitry, basta.—¡Está embarazada, Satarah! —exclamó él aún en shock—. ¡Mi hermana está…!—Y viva —lo interrumpió Fedorov más serio ahora—. Los dos lo están. Y eso debería alegrarte, no convertirte en un ogro.Dimitry se quedó quieto.Su pecho subía y bajaba rápido.Satarah le tomó las manos, con delicadeza.—Amor, escúchame.Él la miró pero sus ojos seguían nublados, entre furia y preocupación.—No sé si quiero matar a Valerik o abrazar a Rashel —murmuró.Fedorov soltó un suspiro largo.—Yo me largo antes de que e
El mundo se había detenido en el instante en que sus labios se encontraron.Valerik seguía besándola con esa mezcla de control y entrega que solo él poseía. Rashel sentía que cada parte de ella se encendía bajo su toque, que cada miedo se desvanecía con la certeza de pertenecerle.Entonces, el silencio se quebró cuando su teléfono sonó.El sonido fue tan inesperado que ambos se separaron apenas, respirando entrecortado y no dudó en sacarlo, esta vez no era ni sus padres, ni Dimitry, ni Satarah, era la llamada que habían estado esperando desde la noche anterior.El nombre en la pantalla hizo que el aire se le quedara atrapado en el pecho.—Es Fedorov —susurró.Valerik se tensó un segundo, el rostro sombrío, pero luego asintió. —Contesta.La voz de Fedorov se escuchó por el altavoz, grave, como si contuviera algo demasiado grande.—Rashel, ¿puedes oírme bien?Valerik se acercó, quedando detrás, sus brazos rodearon sus hombros haciéndola sentir segura aunque su corazón estaba a punto de
A la mañana siguiente el valle seguía cubierto de nieve fresca, y los pinos, cargados de hielo, parecían custodiar el secreto que estaban por sellar.Rashel abrió los ojos al sentir el roce de los labios de Valerik sobre su hombro desnudo.—Despierta, princesa… —murmuró él con voz grave—. Tenemos una cita.Ella sonrió, aún entre sueños.—¿Una cita?—La más importante de todas.Cuando se incorporó, lo vio observándola apoyando en un codo.Aún no podía creer que estaban juntos y que Dimitry lo supiera y no hubiera hecho un escándalo a su estilo. Al parecer ella se había creado fantasmas sola y quizás si desde un principio le hubiera comentado sus sospechas a Valerik ella no hubiera terminado…—Hey, no pensamientos oscuros. No hoy —susurró a milímetros de sus labios sosteniendo su barbilla y fue imposible no sonreirle.La conocía tan bien que casi parecía increíble.—De acuerdo, me arreglaré para esa cita.Ella estaba a punto de levantarse cuando Valerik tomó su muñeca tirándola suavemen
—No tienes idea de lo que significas para mí —susurró rozándole el rostro con los labios.Rashel le acarició la mejilla, con lágrimas contenidas.—Y yo pensé que nadie podría entenderme.Sus dedos temblaron levemente sobre su piel.—Mira allá afuera.Ella lo miró aturdida pero terminó obedeciendo.El vidrio empañado reflejaba la luz de la chimenea pero tras unos segundos, la oscuridad del bosque empezó a brillar.Primero fueron solo unas luces tímidas entre los pinos. Luego una tras otra comenzaron a encenderse, formando una línea que se extendía montaña abajo, como si las estrellas hubieran descendido a la tierra.Rashel dio un paso adelante, con los labios entreabiertos viendo la cascada de luces hermosas.—¿Qué es esto…?Valerik no respondió. Tomó un pequeño control del bolsillo y lo apretó con el pulgar.Al fondo del valle, las luces se multiplicaron, trazando letras doradas en medio del blanco de la nieve.Ella tardó unos segundos en entender lo que decían.Cuando lo hizo, las l
La carretera hacia Sochi serpenteaba como una cinta oscura entre montañas cubiertas de pinos. El aire era frío, limpio, con ese aroma a nieve que anuncia el cambio de estación. Rashel miraba por la ventanilla, las luces lejanas de los pueblos se apagaban detrás de ellos, y la noche parecía tragarse todo lo que dejaban atrás.Valerik conducía con una serenidad que contrastaba con el rugido grave del motor. Su perfil estaba recortado por las luces del tablero, la mandíbula firme, los ojos clavados en el horizonte. No había música, solo el ronroneo del auto y el silencio cargado entre ellos.—¿A dónde vamos? —preguntó ella al fin en voz baja, sin apartar la vista del cristal empañado.Él ladeó una sonrisa apenas perceptible. —A donde nadie te moleste. Donde puedas respirar.Rashel lo observó en silencio. El viaje continuó durante horas. El paisaje cambió, los árboles se hicieron más espesos, las montañas más altas. Cuando cruzaron un túnel iluminado por luces amarillas, la carretera
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